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No me gusta el teatro

(De casualidad he encontrado estas reflexiones de hace unos cuántos años, y, como en algunas de las cosas sigo estando de acuerdo, aquí van de nuevo.) 

No me gusta el teatro. Me aburre. Ya no voy. No entiendo eso que dicen por ahí de que nos hace ser mejores personas. Al contrario, yo dejé de ir porque sacaba lo peor de mí. Salía del teatro con ganas de cometer crímenes. Si hubiera seguido viendo teatro, ahora mismo sería uno de los delincuentes más buscados. Afortunadamente, lo dejé a tiempo.

No necesito el teatro, no necesito vivir otras vidas, no necesito que me cuenten historias que ya me sé, no necesito verme reflejado sobre un escenario, no me gusta que me tiren a la cara mis propios problemas desde un escenario, no me gusta que me tiren agua ni objetos contundentes desde un escenario, no me gusta que me insulten desde un escenario, no entiendo por qué los que me rodean van al teatro, no noto nada en los que me rodean cuando vuelven del teatro, no son mejores personas, son personas iguales o peores, sobre todo peores.

No me conmueve el teatro, no me ilumina el teatro, no me ilusiona el teatro.

No me gusta que existan teatros que aún no se hayan convertido en cines, o en tiendas de ropa, o en bingos, no me gusta que los que fueron cines después de ser teatros, ahora hayan vuelto a ser teatros, no me gusta que se rehabiliten espacios que tenían otra utilidad para ser usados como teatros, ni las iglesias, ni las ferreterías ni las naves industriales… No me gustan las salas polivalentes, ni las gradas telescópicas, ni los materiales ignífugos. Ignifúgamela. No me gusta mirar al escenario desde lejos y ver el número de filtro que lleva cada foco escrito con caracteres bien grandes. No me gustan los telones, ni las candilejas, ni las varas. No me gusta explicar a la gente lo que es un bolo. No entiendo la expresión ‘tonto del bolo’, ¿se refiere a las compañías que van de bolo?

No me gusta oír por ahí expresiones como ‘mi reino por un caballo’,  ‘está entre bambalinas’, ‘la vida es un escenario’, ‘aquí muere hasta el apuntador’, ‘esto se ha convertido en un circo’,  ‘yo hago mutis por el foro’, ‘te deseo mucha mierda’, ‘este es del método’… No me gusta que el que intenta hacer ver que sabe de teatro se ponga a recitar como un mulo lo de ‘apurar cielos pretendo…’. No me gusta que una vez a la semana alguno de los que me rodean diga eso de ‘ser o no ser…’ No me gusta que una payasa que se cree muy lista me diga que ‘Enrique Jardiel Espronceda escribía obras buenísimas’.

No me gusta sentarme en asientos incómodos a ver esas obras tan largas, después de las cuales se necesita un mes de rehabilitación en centros médicos para que vuelvan a su ser huesos y articulaciones. No me gusta que las salas de teatro no se ventilen y contengan el mismo oxígeno convertido en dióxido de carbono día tras día (si es que eso es posible) desde el momento en que se terminó de poner el techo. No me gusta que una sala ‘alternativa’ sea el espacio en el que buscar una ‘alternativa’ a la posición habitual de las piernas (que su sitio siempre ha sido a continuación de las caderas), porque, en definitiva, el que se tiene que romper las piernas es el actor, no el espectador.

No hay obras nuevas, sólo tostones disfrazados de obras modernas. No hay autores nuevos, sólo autores viejos pero malos, aburridos, sin gracia, sin pasión, sin ganas, pretenciosos, egoístas, disfrazados de modernos. No hay empresarios nuevos, sólo coleccionistas de subvenciones, viejos pero malos, mafiosos, chorizos, ladrones, disfrazados de modernos. No hay actores nuevos, sólo seres engreídos, egoístas, prepotentes, narcisistas, disfrazados de espantapájaros modernos, que se besan (si están en paro) con todos los demás de la profesión del teatro, que saludan (si están en paro) a los demás como si los echaran de menos. No hay teatros nuevos, sólo teatros viejos, sucios, incómodos, repintados y disfrazados de modernos. No hay directores nuevos, sólo repetidores que reproducen las obras que representaron sus maestros ( que ellos a su vez a saber de quién las copiaron), pues tuvieron la suerte de tener maestros, y a veces ni si quiera reproducen la obra entera, sino la primera escena de las obras que representaron sus maestros, pero se tatúan en la frente el nombre de sus maestros para que quede bien claro y puedan vivir de la fama de sus maestros, y participan en actos honoríficos y dan trabajo a sus amantes, mientras se disfrazan de grandes creadores modernos, porque ellos no son directores, sino creadores, y como complemento final se colocan una bufanda al cuello, que hacen ondear constantemente hacia un lado y hacia el otro para darse importancia, y así suplen todas sus carencias con un giro de bufanda.

No me gustan los estrenos porque solo van los que están en paro, para buscar trabajo, pero no se dan cuenta de que los otros que van tampoco tienen trabajo que ofrecer, porque si tuvieran algo entre manos no irían a los estrenos, ya que no les haría falta.

Es una pena que este año el Día Mundial del Teatro caiga en lunes y no haya funciones, porque hubiera ido a la salida de los teatros a gritar a la gente cosas feas, bien alto y fuerte, y a preguntar a los espectadores si al salir son mejores personas, si han entendido algo, si han pagado, si han salido transformados, si han aprendido algo, si se han conmovido, si se han emocionado, si se han reído, si han viajado lejos, si han disfrutado… Si les duele algo al salir del teatro, algo que no sean las piernas por haberlas tenido encogidas un par de horas (con suerte solo un par de horas), porque el teatro duele, y si no, que se lo digan a los trabajadores del teatro que tienen varias cicatrices en sus cuerpos… Y les preguntaría también si son capaces de sentir algo cuando oyen la palabra ‘teatro’… porque yo, cuando la oigo, siento… siento… ¿Siento algo?

El Día Mundial del Teatro voy a poner todo el teatro del mundo sobre la mesa, ante mí, lo voy a mirar un rato, lo voy a juntar todo, lo voy a arrugar, y me voy a meter todo el teatro del mundo por… Perdón, no es momento de decir ordinarieces, que hoy es el Día Mundial del Teatro.

Releyendo este texto compruebo que he utilizado 34 veces la palabra «teatro». ¿Por qué? ¿Quizá porque tengo 34 años? A veces me pregunto por qué dedico tanto tiempo al teatro.

¿Qué crees? ¿Que después de esto volveré al teatro? No (palabra que he utilizado 52 veces). Esperaré aquí sentado. Quizá, si algún día, mientras espero, viene Godot, iré con él al teatro. Pero sólo será por la caña de después, porque, definitivamente, es lo único que merece la pena del teatro.

@nico_ guau

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