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No sea de derechas

 

El problema de escribir columnas en estos días es que uno no sabe de qué escribir, porque sólo piensa en la llamada crisis. Que no es tal crisis, por supuesto, sino un inmenso desfalco, un robo gigantesco, un timo mayúsculo que hemos sufrido. El problema de escribir columnas hoy en día es que a uno se le ocurre sólo escribir sobre la crisis, y lo que uno piensa o sabe sobre la crisis es, más o menos, lo que sabe y piensa todo el mundo.

 

El segundo problema de escribir columnas estas días es que uno siente que debería escribir sobre la crisis. Que no es tal crisis, porque una crisis implica un fallo del sistema, una anomalía, un paroxismo, un desequilibrio, un imprevisto, y eso que llamamos crisis fue algo planeado minuciosamente y con fría deliberación.

 

Sí, se habla demasiado de la crisis, y al mismo tiempo uno siente que no se dice claramente lo más importante que debería decirse. Y es esto: que esta crisis que no es una crisis viene a demostrar con toda claridad que la política liberal conduce al fracaso, a la miseria, a la esclavitud.

 

La palabra “liberal”, que en el Siglo de Oro significaba “generoso”, parece buscar una afinidad con la palabra “libertad”, y así vemos que los liberales no paran de hablar de libertad. Hablan de libertad los millonarios, hablan de libertad los empresarios, hablan de libertad los curas (que han hecho, voluntariamente, voto de obediencia). En fin, que hablan de libertad todos aquellos que no creen en la libertad ni la respetan ni la entienden.

 

Esta crisis ha demostrado, con la energía implacable de un teorema, que la política de derechas conduce a la miseria.

 

Tuvimos el siglo XX para ver que la utopía marxista sólo conducía al desastre, a la dictadura, a la hambruna y al genocidio. Es una utopía basada en una descripción errónea del ser humano: afirma que el grupo es más importante que el individuo, y que el individuo tiene que sacrificar sus intereses propios en aras del estado. Una locura insensata que sólo puede terminar en campos de concentración, en esclavitud, en infelicidad, en hipocresía, en hambre.

 

El siglo XXI nos ha mostrado en mucho menos tiempo que también la utopía liberal conduce al desastre, a la miseria y a la esclavitud. Es una utopía basada en una descripción errónea del ser humano: afirma que buscar el beneficio económico por el beneficio es la única forma de lograr una sociedad próspera. Una locura insensata, porque los que buscan el beneficio por el beneficio (que es lo que hacen los bancos y las empresas) no se preocupan en absoluto por la sociedad ni por la prosperidad. Si los empresarios pudieran tener trabajadores esclavos que trabajaran veinte horas al día, los tendrían sin dudarlo un instante.

 

Hace falta ser un loco para seguir creyendo, hoy en día, en la revolución y en la dictadura del proletariado. Hace falta ser un loco, también, para pensar que todos los problemas se arreglarían con leyes “liberales” y privatizaciones.

 

Quitando las utopías y las fantasías de la izquierda y de la derecha, sólo hay un sistema que verdaderamente funcione. Se llama “socialdemocracia”, y se basa en el equilibrio de dos fuerzas, una que viene de la derecha y otra que viene de la izquierda. La primera es el sistema económico capitalista, que permite (sea esto justo o no, no entraremos a discutirlo) la creación de grandes fortunas mediante el estímulo de la competitividad de las empresas. La segunda, un estado fuerte que pone límites al poder de bancos y empresas y ofrece servicios sociales a los ciudadanos.

 

No hemos conocido un sistema que no se base en el mercado que funcione. Tampoco hemos conocido un sistema totalmente liberal que funcione. Ni siquiera el sistema americano es completamente liberal (hay impuestos, paro, servicios sociales, educación pública, etc.), y cuando más liberal se hace un sistema, peor viven sus ciudadanos.

 

Lo único que funciona es lo que solemos llamar socialdemocracia: una economía capitalista regida por un estado fuerte que pone controles a las empresas. Incluso con estos controles, las empresas pueden enriquecerse hasta niveles inconcebibles. Pero gracias a esos controles, parte de la riqueza llega también a los ciudadanos, que tienen capacidad adquisitiva, buenas casas, sanidad gratuita, vidas cómodas, buena educación, acceso a la cultura y tiempo suficiente para desarrollarse como personas. Sí, todo esto suena como una tercera utopía, pero no lo es: es la vida que existía en Europa antes de la llamada crisis. Es la vida que nos han robado y, sobre todo, y esto es lo que más duele, que les han robado a nuestros hijos.

 

Alguien decidió que las empresas no sólo debían ganar mucho dinero, sino que debían ganar TODO el dinero. Consiguieron quitar esos controles que mantenían el sistema en equilibrio. Y se desencadenó la locura.

 

Hubo un momento en que la izquierda despertó de su utopía y vio que sus grandes ideales se habían convertido en una pesadilla. Para las mentes más claras, esto sucedió ya en los años veinte o treinta, poco después del triunfo de la revolución bolchevique. Para otros, en los cincuenta, cuando es estalinismo estaba en su apogeo. Otros tuvieron que esperar hasta el 89 para enterarse que el “paraíso en la tierra” soviético no era tal.

 

Esperemos que la gente de la derecha sea más inteligente y tarden menos en darse cuenta de que ese sistema que preconizan es un desastre.

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