No siempre es el mar lo que sabemos. Ni siquiera el que nos hemos acostumbrado a leer los que nacimos a su vera. Hay otro mar insomne, hecho de capas de conciencia, de largos trayectos en autobús en los que durante años y años hemos huido de lo que sospechábamos. Los árboles, como camellos, no huyen de nosotros, sino de nuestro empeño en darle a cada espejismo una explicación, sin atrevernos a reconocer que el error está inscrito en la retina, es decir, en los anteojos políticos, morales, sentimentales, cerebrales con los que nos asomamos al exterior pensando que disfrutamos de una conciencia y hasta de un don llamado astutamente libre albedrío que nos acredita como propietarios de un lugar en el mundo. ¡Pobres diablos! Hasta el lenguaje nos traiciona. Estamos en sus manos. No siempre es el mar lo que sabemos.
Foto: Corina Arranz