Tuve una vez uno de esos profesores maravillosos que hacen preguntas pertinentes. Preguntas que uno nunca sabe responder.
—¿Alguno de ustedes sabe cuál es el propósito de la vida?
Hubo un silencio espectral.
—¿Saben por qué estamos aquí?
De nuevo silencio
¿Qué hacía ese tipo preguntando eso el primer día de clase? Al cabo de unos segundos, los típicos listillos empezaron a levantar la mano. Que si la felicidad, que si el amor, que si ayudar a los demás (cómo me divierten ese tipo de respuestas para quedar bien). Yo no levanté la mano.
—¿Y usted, la que tiene cara de dormida?
Claro, esa era yo. Le respondí lo que pensaba: que no lo sabía. Que no tenía la más remota idea. El tipo no dijo nada más, tampoco me felicitó por mi brillante aportación. Empezó a hablar de filosofía presocrática y de la búsqueda de la felicidad. Me volví a hacer la pregunta y llegué a la misma conclusión. ¿Acaso alguno de esos sabihondos sabía más que yo?
Recuerdo a menudo ese primero día de clase. Estudiar filosofía me llevo a entender, entre otras muchas cosas, que no sabía nada. O que sabía muy pocas. Pero para mí, aquella constatación no era negativa. Al revés. Era una puerta abierta.
Maticemos.
Hay dos tipos de ignorancia. Una menos buena que la otra. Por poner un ejemplo: que a estas alturas de mi vida no sepa guiarme por la pelotita de google maps es negativo, es un hecho que solo me recuerda que soy bastante inútil con las direcciones y la orientación. Por el contrario, que no entienda las películas de David Lynch y que Rayuela se me siga escapando no es algo necesariamente negativo. Hay cosas en la vida que no tienen sentido y están hechas para que tratemos de averiguarlo o bien para que humildemente admitamos que no las entendemos.
Leía recientemente un artículo de Enrique Vila-Matas que hablaba de todo esto. Lleva por título ‘El sueño eterno’ haciendo referencia a la película de Howard Hawks, de 1946, que fue, según él cuenta, pionera de una tendencia en el arte que empezó a incluir lo incomprensible dentro del marco de la sensatez. El artículo, absolutamente brillante, 100% vilamatiano, enlazaba esta incromprensibilidad implícita muchas veces en el arte con ese atisbo de lo que sera nuestro sueño eterno, de lo que podemos esperar en el más allá.
Pero no quiero ir tan lejos. Solo digo que en ocasiones nos fascina lo que no entendemos. Nos ocurre tambien con las personas. Esas personas que se nos escapan, cuyas mentes no terminamos de comprender nos suponen un reto… o un fastidio. Porque lo que no tiene sentido, fascina o molesta. Todos vimos Birdman hace poco y escuchamos los comentarios al salir del cine, que eran dispares, muchos se preguntaban qué sentido tenía el final de la pelicula o por que el tipo se ponía a volar. ¿Acaso Iñárritu se estaba riendo del público?
La literatura y el cine suelen tener sentido, por eso nos gusta leer un libro o ver una película. Todo respeta el sentido de la causalidad. Es así como nos gustaria que fuera la vida. Luego llega David Lynch y lo echa todo por el suelo.
O en realidad es lo contrario. Luego llega David Lynch y nos recuerda que la vida sucede de otra forma. ¿Qué necesidad de ponerlo todo en un cajón, etiquetarlo y empaquetarlo? ¿No será el miedo a reconocer que la mayoría de cosas se nos escapan? El arte imita lo incomprensible de la vida. He visto cientos de veces Mulholland Drive y ni una de ellas la he entendido del todo. Es ese resquicio por donde entra lo incomprensible donde empieza el conocimiento. El salto al verdadero conocimiento pasa primero por la incomprensión.
Al final, si algo aprendí después de estudiar la carrera de filosofía fue que hay muchas cosas que nunca llegaremos a saber, de hecho, la mayoría. El último día de ese primer curso de la carrera, el profesor nos volvió a preguntar lo mismo y en esa ocasión nadie contestó. Ninguno de los presentes sabíamos qué hacíamos ahi. Y estaba bien que fuera así. ¿Alguien se imagina un mundo absolutamente inteligible? ¿Nada sobre lo que pensar? Vuelvo a Vila-Matas, que cerraba su artículo recordando a Einstein, que admitía que “después de todo, lo más incomprensible del mundo es que sea comprensible”.