
Se cruzan los libros como se cruzan los textos deseados, como se cruzan los bulevares periféricos con un atardecer de lluvia que borra los lindes entre lo que sabíamos y lo que olvidamos, entre las promesas y los quehaceres, entre la muerte de Cristo y lo que sentíamos cuando creíamos que la vida sin él era inútil, perversa, innecesaria.
Me abrigo con Ágora, de Ana Luísa Amaral, que tuvo la mala costumbre de morirse antes de tiempo (había nacido dos años antes que yo) hace tres años, en Leça da Palmeira, ¿orillas de Oporto? y que gracias (no sólo) a la pericia y atención de Tereixa Constenla y los editores de Sexto Piso yo he seguido como pasando un pincel de afeitar náufragos por sus huellas en la piedra dura y olvidadiza de la vida.
No sé si es el último de sus libros, publicado en español (traducido con exactitud y sin fiereza por Martín López-Vega), en 2003. Lo abro y me acompaña estas noches que llevan al caudal de procesiones de Semana Santa a las que no asisto, aunque a veces, incluso en Madrid, escalan los muros de la tarde y los tambores y las cornetas acompañan las láminas preciosas, a todo color, pero sin estridencia (los de Sexto Piso no han recurrido, menos mal, al papel cuché). Mirad los títulos: ‘El vellocino de oro (de la otra historia)’, ‘Anunciación’, ‘Salomé antes del crimen’ (Nicholas Ray prefirió en Rey de Reyes no mostrar la cabeza del bautista, sólo el deseo insaciable de Salomé), ‘Jacob y el ángel’, ‘La mujer de Lot’, ‘Magdalena: corrección de la historia’, ‘Al este del paraíso’ (debería volver a Francis Scott Fitzgerald), ‘La tentación de Adán’ o ‘Plegaria en el mediterráneo’ (que no sé por qué, tanto en portugués como en español, va en minúscula).
Esta es una lectura concisa, apenas de Semana Santa, para quedarnos quietos entre dos luces, para viajar menos, para esperar menos, para atesorar menos, para desear menos. ¿Para ser más? Si supiéramos al menos lo que eso es.
[A partir de Jasón regresa con el vellocino de oro, en Grecia, c. 340-330 a.C.]
“mientras tantos morían
dócilmente”
Así viene siendo desde la noche de los tiempos, que es la noche.
[A partir de Cristo ante el Sumo Sacerdote, de Gerrit van Honthorst, 1617]
“Pero yo no estoy sereno,
solo finjo estarlo”
Tantas veces en la vida cotidiana y en momentos de gran peligro, yo también lo hago, y también lo finjo. Como una vez en Banja Luka, durante la guerra. Porque es una forma de contener la desesperación. Como también recuerdo cuando en mitad de la tarde de Jueves Santo dejaba de repente las canicas sobre el suelo y a mis primos con un palmo de narices porque me iba a atender los Santos Oficios en la iglesia de San Martín de Coia. Entonces no fingía. Mi fe parecía a prueba de bombas.
[A partir de La agonía en el jardín, de William Blake, 1799-1800]
“Si saliese de este cuadro
yo podría tocar el tronco amargo,
las ramas más enjutas de este olivo,
librarme de las manos”
Si pudiera salir de mi cuerpo, que es como salir de un cuadro que nos aterroriza.
Fotografía de Shaima Merghani, Serie Fuera de alcance. Ondurmán, 2024.
[A partir de Noemí suplicando a Rut y Orfa que regresen a la tierra de Moab, de William Blake, 1795]
“Nunca te abandonaré”
No cumpliste tu promesa. Eso nunca te abandonará.
[A partir de Salomé, de Henri Regnault, 1870]
“Protegida en la oscuridad
de la mente
obtiene fulgores
de cosa deseada”
En la oscuridad de la mente hay otro país, otro mundo creado a la escala más libre del deseo. Mientras, cae la noche, y pienso que sí, que ahora, a esta hora, volvería a las salas vacías de la Fundación Mapfre, a perderme entre los cuadros que bajo la antorcha de Estrella de Diego han atesorado fugazmente para volver a poner en nuestras vidas el fulgor del surrealismo: para rompernos la cabeza, emocionarnos, recordarnos cuando el surrealismo formaba parte no solo de nuestra educación sentimental sino de nuestra búsqueda desaforada de la autenticidad gracias a la antorcha del deseo. La luz baja dos gradientes y entonces sí pienso que podría empezar a caminar bajo la lluvia y bajo la noche hasta llegar a tiempo a Nazaré la noche de Viernes Santo para tratar de recordar aquella epifanía de Simone Weil una noche de tormenta con las mujeres cantando mientras regresaban los pescadores con una pesca que siempre es milagrosa.
[A partir de Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, de Andrea Solario, c. 1507-1509]
“que yo sea paisaje
para ti?”
¿No sería lo mejor para hallar por fin la calma?
[A partir de La cena de Emaús, de Caravaggio, 1606]
“Ah, poder despojarme
de mis trajes
que en divino
me transforman
y comer tan solo el pan, en hambre y paz,
enmarcado en la luz
de este retrato–”
Despojarse sí de toda pompa y apariencia, dejar de aparentar ante uno mismo y ante los otros, poder comer solo lo justo y necesario para no tener que arrebatárselo a nadie. Y terminar con un guion a la manera de Emily Dickinson. Estos poemas me van a ayudar a volver a escribir poesía. Ojalá.
[A partir de Francisco ofrece su manto al pobre, de Giotto, 1296-1300]
“De la dádiva ofrecida
del manto intercambiado
entre el recién llegado y el que trataba
al sol y a la hormiga, a la luz, al agua, al águila
como hermanos”
Sí, hermanos del caballo y de la hormiga, y el asombro, con Wislawa Szymborska, de las mariposas y los caracoles, los milanos y las golondrinas, los vientos y las ramas que atraviesan las fronteras como si nada.
[A partir de Magdalena penitente, de Georges de La Tour, c. 1640]
‘Magdalena: corrección de la historia’
“aún así,
intentar
rectificar
el sol:
un cobijo
interno
para el corazón”
Uno de los más concisos y hermosos poemas de este libro, después de uno de los más turbadores: el de Lot y sus hijas, ellas ocupando el lugar de su madre, convertida en estatua de sal, en el lecho de su padre.
[A partir de La paloma y el cuervo liberados por Noé, y gente y animales ahogados, en las aguas bajo el Arca, en el Holkham Bible Picture Book, Add MS 47682]
“el silencio de los rayos iluminándolo
todo”
Sobre la tierra toda cubierta de agua por las lluvias incesantes que envió Dios colérico y harto de casi todos los hombres.
[A partir de Cristo y la acusada de adulterio, por Brueghel el Viejo, 1565]
‘La mujer adúltera’
“¿Qué escribió en la arena?,
se pregunta aún,
y son varias las voces
de quienes vinieron después
a legislar,
como quienes están ahí,
calzados y erguidos
sobre el peldaño
¿Consiguieron leer lo que decía la arena
quiénes allí estaban?
¿lo supo ella?, sus manos cruzadas
sobre el vientre, la cabeza inclinada
gentilmente
¿O lo supieron las piedras
que se ven aún en el suelo?,
a los pies de los fariseos
y de los escribas
las piedras que no mueren,
pero poseen el poder de
matar
mujeres
aún hoy”
Hay muchos versos infranqueables en este libro que es un museo de Dios y de la humanidad, de nuestras creencias, nuestros miedos, nuestras devociones y nuestras dudas. Pero en este Cristo que escribe sobre la arena a los pies de la mujer que los fariseos y los escribas quieren lapidar por adúltera, sobre el escaño de su poder, hoy imaginamos el aforismo, el haikú de Jesús: aquel que esté libre de pecado que tire la primera piedra. El viento habló.
[A partir de La balsa de la medusa (estudio), de Théodore Géricault, c. 1818]
‘La tierra de los elegidos’
“¿Era entonces aquella
la tierra del secreto,
el espacio de ventura
prometido?
¿De abundancia
y
de dulces lugares,
donde el exceso de ser
contradeciría
la existencia parca
del viaje?
¿Era aquella entonces
la tierra de la promesa,
el espacio de fortuna
de los elegidos?
Debía de serlo:
y líquidas fronteras
allí fueron trazadas
Hechas de leche y de miel
para los elegidos
y de hiel y de sangre
para los
otros”
Los poemas más logrados asoman al final, con el agua más fresca y más oscura del pozo, la que habla de Europa y también de Israel, de cómo se guarecen de los otros que sufrieron lo indecible bajo su égida y ahora no quieren saber nada de su suerte cuando se presenta ante ellos (es decir, ante nosotros) reclamando en silencio lo que también es suyo porque lo era, porque lo es desde que nacen. Lo tuyo y lo mío, que le dijo don Quijote a los cabreros, en otro tiempo, edad dorada verdadera, no existía.
[A partir de Milagro de los panes y los peces, Anónimo, siglo VI]
‘Plegaria en el mediterráneo’
“En vez de peces, Señor,
danos la paz,
un mar que sea de olas inocentes
y, llegados a la arena,
gente que vea con corazón de ver,
voces que nos acepten
Es tan duro el viaje
y hasta la espuma hiere y hierve,
y, de tan alta, ciega
durante la travesía
Haz, Señor, que no haya
muertos esta vez,
que las rocas estén lejos,
que el viento se aquiete
y que tu paz por fin
se multiplique
Pero después de la balsa,
de la guerra, del cansancio,
después de los brazos abiertos y sonoros,
que sepa bien, Señor,
un pan tierno,
y un pez, a poder ser,
de este mar
que también es nuestro”
Una plegaria, un libro para rezar esta Semana Santa devastadora de 2025 en que la muerte y el desprecio hacia el dolor de los demás nos rodea por todas partes y al hacerlo nos envilece aunque nos sumemos a las procesiones unos y nos dediquemos al dolce far niente otros, o a ambas cosas a la vez, sucesiva, simultáneamente, mientras cambiamos de canal para no sufrir, mientras cambiamos de emisora y buscamos la de la torre Eiffel para que el silencio de Samuel Beckett y la música de Johan Sebastian Bach nos laman las heridas de la conciencia, mientras apagamos todas las luces, nos recogemos, escuchamos un agonizante tremor de tambores y pensamos que nosotros hacemos lo que podemos, no tenemos las manos ni las bocas ni los ojos manchados de sangre, no somos partidarios de esa Europa que cierra la puerta para partir el pan y separa con palas de plata la carne de las espinas, e incluso rezamos una oración para los que en este mismo instante se ahogan en el mar Mediterráneo, o perecen bajo la ira de los fanáticos de Yavé, los siervos de la muerte, los ciegos de racismo y nacionalismo que matan en Gaza, Sudán, Ucrania…