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Nochevieja de verano

 

La que se avecina para hoy es la noche más deseada y celebrada del año. ¡Se acabó el invierno! Llega el tiempo de la carne, la fiesta y la calle. La música y el fuego van a reunirse esta noche, para dar la bienvenida al calor, que nos dejará de nuevo desnudos, como cuando nacimos, o como cuando amamos. Por eso la noche de San Juan se celebra tanto en las playas: para que la gente pueda prepararse -en bañador- su barbacoa de pancetas, chistorra y sardinas; y bañarse más tarde, cuando den las doce, y las hogueras se enciendan. Poder contemplar las llamas, sumergidos en el agua, mientras por debajo del ras enlazan sus piernas los amantes accidentales.

 

Si el fuego resulta esencial en una noche de San Juan, también lo son las palabras, por mucha sensualidad loca que gobierne esta madrugada. Hay que escribir sobre las tablas que van a ser quemadas, todo aquello que nos produzca dolor, que nos dé mal rollo, como se dice en el habla despeinada de las calles. Por las playas y las plazas de San Juan esta noche desfilarán en alto las piezas combustibles, con su leyenda escrita a mano: Crisis, Rosita, herencias, cáncer, dolor, el nombre de mi jefe, pobreza, muerte… ¡A la hoguera con ellos! Como si todos nuestros males fueran brujas pérfidas, de las que hay que librarse en público aquelarre, purificándolas con las llamas. El conjuro no surtirá efecto, si no se termina saltando sobre las candelas, cuando éstas comiencen a rebajarse.

 

No hay ojos humanos que no se conmuevan ante el baile hipnótico del fuego. Todos vemos a nuestros dioses y demonios entre las llamas. No hay ceremonia sagrada sin fuego, desde que el hombre es ser humano. Por eso saltar el fuego es tan importante, porque nos produce la euforia de dominarlo, de atravesarlo y de salir indemnes del trance. Resulta conmovedora cierta costumbre que crece entre los saltadores: hacerlo de dos en dos, cogidos de la mano, como si en ese salto y en ese gesto concentraran todas sus esperanzas en un tiempo venidero. Tampoco hay nada más evocador que las ascuas encendidas, latiendo como rubíes de color naranja. A través de los restos de un fuego podemos contemplar el interior de los volcanes, y ese poder nos regenera y hace nuevos.

 

La peregrinación del Rocío es la calle mayor que conduce a la noche de San Juan. En el Rocío también se queman los nombres de aquello que nos ha torturado todo el año, justo tras una misa de campaña. La noche de San Juan es un Rocío condensado en unas horas, que incluye también la amanecida. Las mañanitas de San Juan completan el ciclo mítico de esta fiesta de regreso a la Naturaleza, en la que por arte del centro del calendario se nos convierte en personajes rústicos, carnales y supersticiosos.

 

En cada patio, terraza, o humilde alféizar de ventana, debe dejarse un recipiente lleno de agua -antes de la alborada- para que el primer rocío de la mañana la bendiga con sus poderes benéficos. Esta humilde fontana doméstica puede perfumarse con flores, ramas de hierbas aromáticas, o cualquier fragmento de naturaleza que desprenda fragancias. Así el agua con la que nos lavemos la cara -tras la sanjuanina noche de resaca- surtirá efectos miríficos sobre nuestra salud y belleza.

 

La noche de San Juan es la hermana gemela de la Nochevieja, aunque vivan separadas. En la segunda se come y se bebe más, pero no por ello faltan las supersticiones, ni dejan de formularse deseos para el año nuevo. Buena prueba de ello es la entrada invitada que escribe hoy al Correo de Faba en este mismo blog. Si quieren saber de los poderes benéficos de la última nochevieja del siglo XX en el Caribe, no dejen de leer la siguiente entrada. ¡Nos vamos para La Habana!

 

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