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Nocturno de Breslin

El frío ha llegado a la ciudad que es como decir que la adinerada viuda se viste, un año más, una noche más, con sus mejores galas. Nueva York está hecha de inviernos. La luz del atardecer sigue siendo cristalina y los vientos helados imponen una estricta selección natural: en la calle, los callejeros. De puertas adentro, las conspiraciones y los susurros.

Uno siempre retiene hechos inútiles. Ahora que se cumplen 29 años del asesinato de John Lennon me preguntó porqué siempre recuerdo la obsesión que el asesino tenía por El guardián entre el centeno. Es un pensamiento automático y estúpido, lo sé.

Ayer fui a un acto de homenaje a Jimmy Breslin, uno de los grandes cronistas del crimen neoyorquino, de los que un día se tomaba un ristretto con la Mafia y al día siguiente recibía cartas de un asesino anunciando sus planes en serie. Siempre con resaca, siempre con un cigarrillo en los labios. Los invitados –un muestrario de la fauna autóctona- contaron muchas anécdotas y Breslin, hundido en una butaca y cumpliendo con su mal humor, parecía ausente y asqueado, como “iros todos al infierno”.

 

Ahí va una de las anécdotas. Antes de una operación bastante complicada, un amigo vino a verle al hospital. Su mujer le anuncia:

 

-Mira, es Tom -o comoquiera se llamara el amigo- que ha venido a decirte hola.

-No, ha venido a decirme adiós.

 

Ya no sé si quedan tipos como Breslin y asesinos que lean buena literatura.

 

Hacia el final de la ceremonia, muchos enfilando ya la salida, un hombre elegante salió de entre bastidores. “Parece importante”, me dijo M. ¿Quién será? Tomó el micrófono entre las manos y el nombre se formó en mi cabeza. Miren la foto de arriba: es Tony Bennett.

 

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