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Mientras tantoNombres incompletos

Nombres incompletos


Suena I never Knew,

con Kenny Burrell y John Coltrane

 

Se produce un momento revelador en la última película de Noah Baumbach cuando su protagonista, Frances, comprueba que en la ventanilla de su buzón no cabe la etiqueta con su nombre completo, Frances Halladay, y decide recortarla dejándolo en un “Frances Ha” que servirá también para dar título al film. En ese gesto reside una metáfora polisémica que nos dice, con humildad y sencillez eso sí, mucho de un personaje, de su situación y su actitud, y de la naturaleza de una película. Porque como ya había hecho en sus anteriores películas, Baumbach vuelve a hablarnos de personajes desubicados, superados por sus circunstancias y sometidos a un continuo vaivén existencial y emocional del que a veces parecen no ser muy conscientes y otras parecen no saber salir. Más allá de las palabras pronunciadas por el padre del cineasta, Jonathan Baumbach, novelista y crítico de cine –“Una historia de Brooklyn mostraba lo peor de mí, Margot y la boda mostraba lo peor de su madre y Greenberg lo pero de él”- ahora se trata del retrato de una joven de 27 años que no tiene un trabajo fijo, ni un piso propio ni una relación estable, y sigue aspirando a formar parte como bailarina de una compañía de danza donde solo le dejan dar clases particulares o ejercer como secretaria. El retrato de una joven, confeccionado conjuntamente con la actriz Greta Gerwig, responsable del guión y pareja sentimental de Baumbach, que no ha conseguido a esas alturas de la vida ninguno de los objetivos que se había propuesto; como su nombre –ahí está, escrito a medias en el buzón- Frances está incompleta, a pesar de que aparentemente todo parezca resolverse, con su recién estrenada vida adulta construida a base de tropiezos y renuncias.

 

 

Entonces, cuando Sophie, su amiga –prácticamente la única que tiene- y compañera de piso, decide abandonarla para irse a vivir con su pareja, alguien a quien odia según Frances, esta ve como se abre un abismo bajo sus pies por el cual parece que vaya a precipitarse su existencia. Sin embargo, lejos de desesperarse o amargarse, sigue adelante, entre la resignación, el conformismo y la esperanza –todavía quedan ilusiones-; Frances bordea ese precipicio de puntillas, como si danzara, siempre con una sonrisa, ocasionalmente con algún amago de lágrima. Inicia un periplo errático que la lleva a sus orígenes –la visita a la casa de los padres en Sacramento- tal vez a la búsqueda de cobijo y también al exilio absurdo y fugaz –la mítica París como maniobra de escapismo. – Frances no sabe qué hacer con su vida como nosotros no sabemos qué hacer con ella. Porque su actitud a veces caprichosa puede molestarnos, como también pueden hacerlo cierta indolencia frente a situaciones adversas, su falta de rabia o de lamento también. Frances, tras esa apariencia grácil y afable, con su ir por la vida revoloteando, soltando alguna queja mientras no deja de esbozar una sonrisa o un encogimiento de hombros, puede caernos mal. Y sin embargo, paradójicamente, no deja de parecernos adorable -a lo que contribuye la maravillosa presencia de Gerwig.- Como ella frente a su propia vida, nosotros, como espectadores, no sabemos muy bien cómo posicionarnos.

 

 

Y tal vez ese sea nuestro mayor error, comprensible, tal vez incluso disculpable, al que nos lleva nuestra tendencia a juzgar a los demás, por mucho que atendamos a sus razones, y en el que caemos debido a esa habilidad que tiene el cineasta Baumbach por presentarnos a personajes que no incomodan pero que no sabemos por dónde cogerlos. Personajes en ocasiones contradictorios, casi siempre confusos, a los que uno no sabe si echarles una bronca o abrazar para consolarlos o para solidarizarse con ellos. Tal y como sucedía en Una historia de Brooklyn (The squid and the whale, 2005) o en Margot y la boda (Margot at the wedding, 2007) lo que aparenta ser una comedia esconde un drama lleno de amargura, al que no es ajena la mirada más mordaz de un Baumbach que en Frances Ha se ha atemperado. Y lo que se vislumbra como una situación dramática produce un leve desconcierto o cierta incomodidad que nos dibujan una sonrisa helada. Esa vacilación produce un equilibrio que sabemos que es resultado de la estrecha colaboración entre Baumbach y Gerwig –“Al tener edades diferentes, tenemos una idea distinta de lo que significa tener 27 años. Creo que el hecho de que él tenga más perspectiva le ha permitido ser más amable con Frances, yo habría sido menos generosa.” La visión conjunta entre cineasta y actriz provoca que su protagonista, pero también el resto de personajes, deambulen en una errancia emocional y psicológica que no puede ser observada desde un posicionamiento determinado. De ahí, también, que Frances Ha se construya a impulsos, a retazos, de forma fragmentada y vaga a pesar de que, una vez seguido el periplo de la protagonista, seamos conscientes de haberla acompañado a través de un relato perfectamente construido.

 

En un momento determinado Frances declara: “me gustan las cosas que parecen errores”. Y así es como parecen haberse planteado sus dos responsables la concepción de la película cuya propia naturaleza se simboliza con ese nombre incompleto. A través de la omnipresencia de la protagonista, torpemente bella –“con sus andares de hombre” le dicen-, la película, que se desarrolla al ritmo de una comedia, avanza a trompicones a medida que se producen decepciones en su vida. Pero sabemos que es solo apariencia y que la búsqueda de lo errático, de lo inconexo, de la autenticidad que respiran la mayoría de las imágenes de Frances Ha son producto de un elaboradísimo trabajo de puesta en escena en el que se llegaban a repetir cerca de 35 y 40 tomas de cada plano, de las que tan solo eran válidas casi siempre para Baumbach las últimas, cuando los actores ya estaban agotados. 

 

 

Por ello, sin poseer su visceralidad, las imágenes por momentos nos podrían recordar a algunas películas de John Cassavetes si no fuera porque esa autenticidad queda eclipsada por un doble motivo. Por un lado, por esa aparente imperfección que queda “perfecta”, muy “cool”, y que a veces nos hace pensar que la película caiga en la autoconsciencia, –¿no era posible que la etiqueta se recortara en “Frances Hal” o “Frances Hallyd”?-; por otro lado, por la excesiva vinculación que la película pone de manifiesto respecto al cine de la “Nouvelle Vague”, subrayada por la constante presencia en la banda sonora de la música de Georges Delerue. Los espíritus de Truffaut y Godard, en sus inicios como cineastas, recorren la película imponiéndose a veces a sus imágenes. Es tal vez una referencialidad que pretende otorgarle el mismo carácter ilusorio al film que evidencia su protagonista en la vida; y de hecho, a medida que Frances va siendo más consciente, de forma amarga, de su situación y por lo tanto se topa con una realidad que continuamente le zancadillea, la película deja a un lado sus vínculos cinéfilos. Sin embargo, uno no puede evitar que le chirríe ese homenaje –o plagio(¿?)- a Leos Carax cuando suena “Modern love”, de David Bowie, y Frances corre a imitación de como lo hacía Denis Lavant en Mala sangre (Mauvais sang, ). Eso sí, a todos nos gustaría alguna vez hacerlo.

 

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