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Nosotros blogueamos, vosotros blogueáis…

 

La escritura engancha como la peor droga. Si la curiosidad caracteriza al ser humano, y representa la principal cualidad de la infancia, ¿qué no decir de la obsesión del cerebro homínido? En lengua española usamos para aludirla una metáfora maravillosa: escarbar en la herida, (poesía popular pura). El 90% del dolor humano nos lo producimos a nosotros mismos, dándole vueltas sin parar a las tuercas del hemisferio izquierdo del cerebro. Debía quedar desactivado en horario fijo semanal, regulado por convenio de las dos partes: la consciente y la del cerebro relajado.

 

Escribir es obsesionarse con el arte de contar, sugerir o suministrar textos al lector dormido de safari mental y sentimental. En el fondo, escribir es montar una agencia de viajes y otra de parejas en el mismo establecimiento.  Lo importante es lograr clientes. ¿Cómo se consigue esto último?, resulta la gran pregunta alquímica de siempre.

 

Sólo existe una forma de descubrirlo: escarbando en las rarezas de uno mismo. En primera o en tercera persona, y a ser posible con seudónimo, al lector no debe importarle más dominio de la verdad, que el literario, el estético o el imaginario. Descubrí hace años, y alguna auctoritas vino a ratificármelo años más tarde, que el estilo nace de resolver las limitaciones de cada escritor por y consigo mismo. El objeto literario no es la vida, sino los sueños y caprichos de cada uno. Si entendemos así el hecho creativo, y en particular el arte de las palabras, no habrá quien se resista a hablar de uno mismo por escrito, teniendo además presuntos interesados en leerlo y compartirlo.

 

Una de las ingenuidades de las miles que constituyen mi naturaleza confiada de niño eterno, me llevó a creer que iniciarme en el ejercicio de bloguear (mejor que blogging, please, ¡por Dios!), fue la creencia de que todos aquellos seres queridos, de los que la vida me había separado, pero con los que seguía comulgando espiritualmente en la distancia y a pesar del tiempo, iban a tener la posibilidad de saber de mí semanalmente a través de mi blog, pudiendo asomarse a mi vida, y saber de ella con la misma transparencia que antaño, cuando nuestros rostros se veían a diario, y nuestras charlas, paseos y viajes, resultaban tan necesarios como inevitables.

 

¡Quiá! Una de las mayores artes que desarrolla el ser humano contemporáneo es su capacidad para argüir no tener tiempo (ni ganas) para entregarse a la lectura de cualquier tipo de texto.

 

¡Ay, San Mariano José de Larra,

que escribías artículos de seis a diez páginas,

dos veces a la semana!

 

Sin esa rigurosa disciplina que te imponían los jugosos contratos que firmabas con los diarios nacionales, (y vista la voluntaria brevedad de tu vida), en la actualidad no llegarías a escribir ni el 10% de lo que nos dejaste en herencia, con las flores y galas de tu pensamiento escrito. Hoy no te leerían ni las moscas verdes, ni mucho menos los internautas, que elegirían -cien veces- antes darse una vuelta por Youtube, para regocijarse de voyeurismo. Y de vivir de la escritura, ni te cuento, Mariano José, mejor que estés muerto, así no necesitas Euros.

 

Ninguno ni ninguna (y eso que dicen que ellas son las lectoras) de los grandes amigos que tuve en mi vida, visita mi blog. No tienen tiempo, o se les olvida, o al menos eso me responden, si aludo al tema accidentalmente. Cuanto más íntimos fueron, menos necesidad sienten de asomarse a cotillear en las páginas abiertas de mi vida. Siempre he predicado que hay que escribir como cantan los canarios: contra algo. Parece ser que el lector piensa lo mismo: hay que leer contra alguien, para conseguir argumentos con los que poder machacarlo.

 

Ya lo dijo Faba alguna otra vez en estas mismas páginas de cristal líquido: los infartos no los provocan -como cree el vulgo- la tensión acumulada con los enemigos, bien al contrario son los amigos íntimos y la familia los auténticos culpables de dejar tu salud en ruinas.

 

En una ocasión, un amigo mío muy intelectual y forofo de mis artículos, le preguntó a mi amante (que viene siéndolo durante los últimos veinte años) si había leído lo último que yo había escrito, a lo que mi más íntimo respondió con airada suficiencia:

 

        – Si yo vivo con él. ¿Para qué quiero leerlo? Lo que pueda escribir ya me lo sé. Convivo con ello todos los días.

 

Por el contrario, mi cuñada -su hermana- que ejerce de suegra putativa de Faba, visita mi blog a diario, no vaya a escapársele alguna confesión jugosa y práctica, que pueda desprenderse de estas páginas eléctricas y exhibicionistas. Tengo en ella a mi más fie lectora, y desde aquí le doy las gracias, porque seguro, seguro, que me estará leyendo; incluso sospecho si no lo estará haciendo ya, mientras tecleo estas palabras. Una suegra virtual con habilidades informáticas, es una variación afiladísima en la tipología de la más perfidiosa de las castas; situada como a años luz del control de una suegra clásica. Se merece, por tanto, ser la destinataria moral de estas páginas, por ser la lectora más fiel e improbable. ¡Bendita sea su lectura que frecuenta esta alta huerta retirada! Sé incluso, además, que me recomienda a sus amistades en el pueblo, feisbukeándome.

 

Va por ellos, por los anónimos lectores, por poder seguir lanzándonos pellizcos y sonrisas cómplices semanales, desde esta otra dimensión que permite la palabra pública, como balcón de la vida y de los sueños del que invita, y del que acepta el reto de este juego apasionante, que nos permite comunicarnos -incluso sin conocernos personalmente- blogueando.

 

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