Conocí a Ramón Lobo en 2011, el año en que yo cursaba el Máster de ABC. Cada semana venía un periodista y se sentaba con nosotros durante una hora y media. Tras la charla con él, me quedé con la sensación de que se aburría mucho atrapado en la redacción.
Un reportero que ha cubierto conflictos en Irak, Afganistán, Serbia, Kosovo o varios países de África, pensé, debe de aburrirse atado a una silla en la redacción mientras escribe en un blog. Nos contó -ya lo sabíamos- que mantenía uno para ‘El País’, reconvertido ahora en una revista de prensa, y otro, el personal, para divertirse. Y yo entendía que la vida digital es un pozo para quien ha disfrutado del reporterismo.
Me quedé con mi pensamiento, porque no se lo pregunté.
La semana pasada Lobo acudió de nuevo al Máster y no me lo quise perder. Intenté aclarar mi duda; quizá formulé mal la pregunta o él no me entendió bien. No me la resolvió. Deduje que ya se ha resignado a un trabajo que le obliga a madrugar, cuando él se metió en el periodismo para no hacerlo. Entre las cosas que dijo, repitió esta anécdota:
«Hay un hombre que llega a un pueblo y va al cementerio. Se pone a ver las lápidas y lee ‘3 horas’, ‘2 semanas’, ‘7 años’. Entra en el lugar y se encuentra con un pueblo normal. Jóvenes haciendo botellón, viejos jugando a la petanca… Entonces se acerca a un viejo y le dice: ‘Perdón, es que yo no entiendo. He estado en el cementerio y veo que aquí se vive muy poco. Pero luego veo que es un pueblo normal’. Y el anciano le contesta: ‘No, es que aquí sólo medimos las horas que somos felices’. Y creo que esa es la esencia de la vida. Acumular horas para que las pongan en la lápida. Y da igual la profesión que hagas».
Para él, un oficio definido en tres palabras: «Buscadores de contextos«.
Contextos como los que aporta David Simon, a quien puso como ejemplo. Simon es la persona que está detrás de ‘The Wire’, una serie de televisión de culto por cómo recrea el universo de la droga y las cloacas del poder. Y también del periodismo. Las cloacas, quiero decir.
Simon fue periodista de sucesos durante casi quince años para ‘The Baltimore Sun‘. Tras conseguir una excedencia, se embarcó con su colega policía Ed Burns en un trabajo que los tuvo durante un año entero, y tres más de seguimiento, en la calle Fayette, al oeste de Baltimore. Un barrio arrasado por las drogas.
De ese trabajo, el libro ‘The Corner’, salió la que muchos críticos han calificado como una de las mejores series nunca hechas. «Nuestra metodología era bastante simple –explica una nota al final del ejemplar de casi 700 páginas en su traducción al español- y podría describirse como periodismo de ‘estar por ahí y observar’. Íbamos al barrio cada día con nuestras libretas y seguíamos a la gente».
En una entrevista, con ocasión de la cobertura informativa del movimiento ‘Ocupa Wall Street’, Simon dice: «La prensa le pone el micrófono en la boca a un manifestante que puede ser alguien que sabe de lo que habla o alguien que es prisionero de su propio enfado con Wall Street. Así se crean coberturas caprichosas que dependen de la suerte del manifestante que escoges».
Es decir, no hay contextos.
Así es como aparecen los errores. «Nos contaron muchas mentiras en muchas ocasiones, y si hubiéramos llevado una investigación más corta y basada en una interacción limitada con la gente, este relato estaría lleno de errores», explican los autores de ‘The Corner’ en la nota final.
En ese mismo texto utilizan la palabra «escuchar». «En la mayoría de los casos, conocimos a la gente bajo sus propias condiciones y les escuchamos muchísimo». En tiempos en que los periódicos crean sin rubor su propia verdad al amparo de la interpretación, escuchar y tomar notas en una libreta es toda una provocación.
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Nostalgia, lo que siente Ramón Lobo es nostalgia: «Tengo nostalgia del mundo periodístico que se desmorona. Siento nostalgia de viajar sin prisa en busca de la sorpresa».