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Nostalgia, unidad de antiguos adversarios y apariencia de victoria: la estrategia de Susana Díaz

 

La presentación de la candidatura de Susana Díaz, esta mañana en Ifema, en Madrid, ha sido un ejercicio de nostalgia. Ello, no sólo por los avales que la han arropado, pertenecientes a todas las vetustas familias socialistas tradicionales, sino por el discurso, apelante continuamente al glorioso pasado del PSOE, el del principio, el luchador y perseguido, el del fundador Pablo Iglesias Posse, reivindicado por Eduardo Madina. Pero sobre todo el de Felipe González, al que se atribuye la modernización España, o el de José Luis Rodríguez Zapatero, con el que llegó el final del terrorismo y se dio un empujón importante a los derechos civiles.

 

 

Esta línea nostálgica, conductora del grueso de las intervenciones apela, no a la juventud, escasamente ligada ya al Partido Socialista, a la que se parece darse por perdida, sino a los militantes socialistas tradicionales, que conectan con ese «hubo una vez que fuimos grandes», «hubo un tiempo en que ganábamos elecciones», «hubo unos años en que éramos protagonistas del progreso de este país», «hubo, incluso, una época en que los progresistas europeos querían mirarse en el espejo de España porque en algunas cosas les llevábamos la delantera», «fuimos quienes sacamos a este país de la era oscura de la dictadura franquista», «fuimos quienes construimos la sanidad pública y quienes hicimos posible que los hijos de los obreros fueran a la universidad. El exceso de pasado y el déficit de proyecto de futuro de las declaraciones de esta mañana en Ifema muestran un diagnóstico de partido deprimido, que también puede ser el estado de ánimo de los militantes a quienes quiere movilizar.  

 

 

Con estos mensajes más o menos explícitos, la campaña de Susana Díaz busca, pues, al militante desencantado, desilusionado en los últimos años, pero orgulloso de haber participado de esa historia socialista, de la que ella en exclusiva se considera heredera. Ello, en contraposición con Pedro Sánchez, que intenta captar a la militancia también, a la que cree situada más a la izquierda que a la propia cúpula, pero con aliados que siempre (o desde hace muchos años) han sido críticos con el aparato, que han destacado más las cosas que se han hecho mal que las cosas que se han hecho bien, que, más que orgullosos de los avances, se sienten pesarosos por las renuncias de un socialismo que, si alguna vez llegó a ser tal, se abandonó demasiado pronto. Junto a Pedro Sánchez hay mucha gente que lleva muchos años manifestando críticas sobre lo que ha hecho el Partido Socialista, que no expresa ese orgullo de haber sido socialista todos estos años, sino que quiere cambiar de rumbo, dar un golpe de timón, alejarlo del liberalismo y y poner rumbo de regreso a la socialdemocracia, a la esencia, a sus principios. De hecho, achacan sus derrotas de los últimos años, precisamente, a olvidar las esencias que les dieron nombre.  

 

 

Posiblemente, Susana Díaz tiene en el punto de mira al militante. Pedro Sánchez, especialmente, al votante perdido. Pero los que votan en las primarias son los afiliados, no los votantes que han abandonado la papeleta socialista para confiar, seguramente en gran medida, en la morada. 

 

 

Susana Díaz ha utilizado otra herramienta además de la nostalgia: ha unido en el acto de esta mañana a familias tradicionalmente enfrentadas entre sí. Ha juntado a Felipe González y a Alfonso Guerra, a Alfredo Pérez Rubalcaba y a Carmen Chacón, a José Bono y a Eduardo Madina, y a todos ellos con alguien que fue referente de Izquierda Socialista después de pasar por el sindicalismo: Matilde Fernández. Con ello, Susana Díaz quiere hacer creíble el mensaje de un Partido Socialista plural, pero cien por cien socialista, sembrando la sospecha de que, quizás, Pedro Sánchez y los suyos son otra cosa, quieren contagiarse de otros usos y costumbres, e incluso fundirse con quien ahora es el principal adversario del PSOE, que no es el PP, sino Podemos. Con la estrategia de unir y salir en la foto junto a familias socialistas antes enfrentadas, incluso junto a antiguos rivales, como Eduardo Madina, Susana Díaz muestra que algo tendrá si en torno a ella se reúne todo el socialismo tradicional.

 

 

En la proclamación de la candidatura de Susana Díaz a la secretaría general del PSOE, pues, nos encontramos con la nostalgia, la apelación a los sentimientos de los socialistas de corazón y con el orgullo levemente mancillado tras las elecciones generales de los últimos años, pero también promesa, u apariencia, de victoria.

 

 

Susana Díaz ha mostrado que, además de ella misma, quienes la acompañan gobiernan, es decir, han tenido cierto éxito electoral: en Asturias, en Castilla La Mancha, en Extremadura, en Aragón, en Valencia… Se ha ahorrado decir, lógicamente, que si la presidencia de estas comunidades autónomas es socialista es porque cuentan con apoyos de Podemos o de sus aliados electorales. 

 

 

La gran incógnita está en si esta estrategia adoptada por Susana Díaz basada en estos tres pilares (nostalgia del pasado glorioso, unidad de diferentes sensibilidades socialistas y reunión en torno así de prácticamente todos los socialistas que gobiernan en España) refuerza o debilita a Pedro Sánchez y, sobre todo, si lo hace de puertas para adentro (entre la propia militancia socialista que es la que vota en las primarias).

 

 

¿El carácter -construido- de Pedro Sánchez como outsider cuajará?, ¿es un discurso ganador entre la militancia socialista mostrarse como un candidato enfrentado a las élites del partido, al establishment?, ¿mostrarse incluso como víctima, como alguien que compite en esta carrera en inferioridad de condiciones?, ¿es algo que sólo puede funcionar en Francia -Benoit Hamon ganó contra el aparato de su partido- o en el Reino Unido -también Jeremy Corbyn se convirtió en jefe de su partido contra los deseos del establishment laborista-, porque en esas primarias no sólo votan los militantes, sino que la participación está abierta a toda la sociedad? 

 

 

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