I can tell you are torn
Bob Dylan
between stayin’ and returnin’
He ido a una clase de defensa personal y el profesor casi me parte el pecho durante una de sus explicaciones. En su día, no recuerdo que nadie tuviera que ahogarme antes de aprender a nadar.
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Prevalece la moda de hacer hincapié en la pena que te da que se cierre una librería, aunque uno sepa que los libreros son unos hijos de puta, pretenciosos y sectarios (¡que los hay!).
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Solo y lejos de casa, me dio por jugar a ser esnob. Entré en una cafetería moderna, dejé la novela que andaba leyendo sobre una de las mesas y pedí mi desayuno: una tostada con salmón y aguacate (llevaba algo más, pero no lo recuerdo) y un café con leche. Al salir, una camarera monísima y simpatiquísima me cobró más de diez euros, el precio de la presunción.
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De madrugada:
–¿Qué te pasa?
–¿Que qué me pasa? Pues que me ha dejado hasta el abogado.
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Llovió el primer día de prácticas y ha llovido el último: demasiada literatura. Aunque digamos lo contrario, pocos nos volveremos a ver, pero es un dato que obviamos, por elegancia, por tener ya una edad. Ahora debo esconderme en mi cueva un tiempo. Mi cuerpo ha hablado.
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Al salir del trabajo, atravesando trigales, pongo algo de Van Morrison en el coche y me entra la risa. El paisaje y el ritmo han cambiado mucho en dos semanas.
Por la tarde, salgo a pasear, a familiarizarme con el nuevo decorado: polvo en las aceras, en las señales de tráfico, en los zapatos; vaqueros con solera, acartonados; señoras sentadas en las puertas de sus casas, de tertulia; motos de cross conducidas por adolescentes salvajes; mesas de Cruzcampo desgastadas, erosionadas por el tiempo; perros tuertos o mutilados merodeando alrededor de la terrazas; alcohólicos solitarios, alcohólicos acompañados; adelfas de carretera y conejos muertos en las cunetas; hostales de arrabal, con nombres de ciudades americanas, y mucho silencio, sobre todo mucho silencio. Aquí sí que se puede grabar un wéstern. En las ciudades grandes casi todo son estereotipos, fantasmas.
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Hay una mesa camilla, enana y redonda, en la habitación del hostal. No sirve para nada, pero acompaña.
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En la cafetería del hostal, un grupo de hombres presta atención al televisor: se está retransmitiendo el discurso de un candidato a alcalde del pueblo. Todas las tardes se las pasan igual, bebiendo cubatas, pero esta vez tienen algo que comentar, lo cual ameniza y refresca su tarde. No tienen que ejercitar su imaginación, retorcer su realidad, así que están más relajados que de costumbre. Se ríen a carcajadas, hasta aplauden.
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Muere Antonio Gala. Me escriben dos amigos. También somos lo que despierta nuestro recuerdo en los demás.
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Nuevo trabajo, nueva rutina, nuevos conocidos… ¿Estaré ante un nuevo yo?
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En un bar, viendo un partido de fútbol. Entra un señor con boina y con una camiseta azul marino que incluye mensaje: «VERÁS TÚ QUE AL FINAL ME MUERO SIN SABER SI EL DINERO DA LA FELICIDAD». Se sienta de espaldas al partido.
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La mujer que duerme en la habitación de al lado se ha cabreado. Ha llamado a su marido para preguntarle por sus turnos de trabajo y este, al parecer, los ha elegido sin tener en cuenta las libranzas de ella. Le ha colgado en menos de un minuto, y ahora se ha metido en la ducha y se ha puesto a gritar canciones de Manuel Carrasco. Se me ha olvidado que estaba viendo la televisión.