1) En principio «intuición» es una palabra común, de uso casi popular. Intuyo que esta calle es peligrosa; intuyo que mi amigo no me es fiel; intuyo que mi hermano no me cree, etc. Intuir quiere decir mirar dentro: entrar en algo, asomarse a una esencia, ver un espíritu. La intuición posee la veracidad, la autoridad de lo que es simple: «directo e inmediato», dice Wikipedia. Tal vez casi nada importante en la vida, sea en el arte o en el conocimiento común de las personas, está muy lejos de esa fuerza repentina.
2) La discusión está en el alcance que se le otorga en el conocimiento, sea ciencia o filosofía, a esa súbita iluminación que llega. Es obvio que la idea de una intuición directa e inmediata se enfrenta a toda nuestra actual cultura de la mediación, al culto contemporáneo de lo consensual, la información y la complejidad. En filosofía, por ejemplo, Kant no le concede a la intuición un rango intelectual, sino solamente sensible. Hay otra línea de pensamiento -Platón y San Agustín en la antigüedad; Descartes, Leibniz y Nietzsche en la modernidad- que sí le conceden a las intuiciones un alcance intelectual, como base del conocimiento.
3) Particularmente en el fundador del racionalismo, Descartes, para quien objetos y mentes no están en planetas distintos, la intuición es instinto o «luz natural» que permite captar las claves de un fenómeno, situación u objeto. La intuición cartesiana es un análisis de lo complejo, su descomposición en elementos simples. Una vez hecho esto, la deducción relaciona esas intuiciones y recompone el objeto de estudio. El objeto resultante -un paciente que sufre, un animal peligroso- es materialmente el mismo, pero después de la intuición que lo descompone es comprendido de otro modo.
4) Muy lejos de la mentalidad empirista de Hume, la intuición perfora las apariencias, entra en el interior de los fenómenos y nos entrega una clave sustancial de ellos. Es en nosotros una especie de certeza básica, un intinto casi animal por el que de pronto sabemos todo lo que no hemos sabido en una larga meditación o reflexión. La intuición, en este sentido, no tiene método: viene sin ser llamada, de repente, en las situaciones más imprevistas.
5) Igual que no hay accidentes o anomalías a petición, tampoco la intuición -que es una anomalía- se prepara. Viene, sin ser llamada, y a veces cambiándonos el día: «Un pensamiento viene cuando él quiere», dice Nietzsche. La intuición es provocada por el estrés de una situación, un enigma que nos desconcierta, el cansancio o el aburrimiento, la necesidad de resolver un problema. Por eso tiene una vieja leyenda: tiene relación con la theoria de Aristóteles -«Pequeña en magnitud, grande en dignidad»-, con el insight animal o humano, con el descubrimiento que hace el protagonista en una película, etc.
6) Intuir exige una cierta empatía con el objeto de estudio, un cercanía con algo que nos interesa, y también «un pie fuera», una mano libre de ese objeto o situación que debemos analizar. Si estamos presos de eso, demasiado encerrados con un problema, la libertad de la intuición es difícil. De ahí que a veces haya que dejar provisionalmente el asunto para mañana, «consultarlo con la almohada»… De ahí también que los otros puedan darnos ideas sobre nuestras cosas, con la libertad de movimientos que permite intuir, que a nosotros, demasiado implicados en el asunto, no se nos ocurren.
7) Intuir, pensar desde ahí, nunca es algo solamente intelectual. Intuir supone una cercanía con el objeto, una empatía primitiva -casi animal- con él. Fijémonos en que ya la palabra comprender tiene en castellano un tono afectivo, casi corporal: «No me comprendes» quiere decir «No me acojes, no me dejas entrar en ti…». La opinión no cuesta nada, por eso ahí decimos cualquier cosa. Tampoco cuesta mucho la información. La reflexión ya cuesta un poco más. Pero la intuición nos cambia, reclama una decisión, por eso Deleuze dice: «Uno no piensa sin convertirse en otra cosa». Como escribió el poeta W. Blake: «No se puede saber algo sin al mismo tiempo creer en ello».
8) ¿Cuál es entonces el problema con la intuición? Sencillamente, discute la autoridad del experto, pues le da al intruso -al paciente que escucha a distintos médicos- un papel clave en cualquier campo del conocimiento. La intuición tiene a veces mala fama porque pone el conocimiento -en arquitectura, medicina o filosofía- al alcance de cualquiera, de quien sea libre o tenga el valor de entrar de nuevo en un problema viejo. Nadie es más que nadie, decía el refrán castellano, pero esto ofende actualmente la exclusiva de los especialistas y el poder de las jerarquías. Por eso a las intuiciones hay que ponerlas a prueba: desarrollarlas y darles forma, fortalecerlas con palabras y conceptos. Si las dejas a medias, nadie te tomará en serio.