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Notas sobre Pickpocket

Michel (Martin LaSalle) y Jeanne (Marika Green) en la película Pickpocket de Robert Bresson (Francia, 1959).

El arte de robar ¿se ha perfeccionado? Los modelos se deslizan sobre los fotogramas. El tema de la calidad. Los ojos interpelan y otras veces huyen. La velocidad de la imagen. Las escaleras: tal vez Bresson quería que nos cansemos. Bressoniano, dice el modelo principal, entrevistado más de 60 años después de esa experiencia. El brillo de sus ojos parece contar la historia de su extravío. Él da pistas: se fue a Nueva York, estudió con Lee Strasberg. Ese día está en México, detrás de una puerta metálica que protege un jardín. Cita a Confucio para explicar su amor por las plantas. Él era el ladrón, él era el héroe. Habla inglés y español, tiene tres hijas.

El amigo del protagonista se pregunta, de vez en cuando, si la película cambió su vida. Tiene una oficina, investiga, tiene empleados y tiempo libre. Guarda un par de fotos de la prensa. Recita una versión del rodaje, de cómo se encontró con Bresson. Menciona a su padre: la preocupación de que, ilusionado, se convirtiera en actor. Pickpocket fue un trabajo de verano. Dice que Bresson le daba órdenes y que repetía muchas tomas.

La mujer de la película: la de los ojos que te absorben. Ella tiene una casa y una escalera en Austria, cerca del bosque. Sobre la pared de la escalera hay afiches de películas antiguas y uno de ellos es la mano en blanco y negro de Pickpocket. Ella estudiaba ballet y fue escogida. Sus padres decidieron. Sonríe a la cámara. Se le ve arreglada y atractiva. Pasa los dedos sobre ese guion que le dieron antes del rodaje. Señala las anotaciones a mano. Dice que su madre la acompañaba al rodaje, que ella tenía 16 años, era virgen y estaba muy enamorada de Bresson.

No se habla de las manos. Esas manos que se deslizan sobre la tela. Esas manos en primer plano que se apropian de un reloj. Es verdad que en Pickpocket hay una historia: dos hombres y una mujer, una madre preocupada, la policía interesada en el ladrón. Pero es recién cuando las manos fallan (torpes, ambiciosas) que todo está perdido. Ya no quedan sino los ojos de esa mujer: el otro camino.

 

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