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Novela de sombras

El hombre y la mujer avanzan por el pasillo de un hotel barato. Se llama Hotel de la Ciencia, sus pasillos huelen a humedad y a sudor, y sus habitaciones sólo las ocupan sombras. El hombre y la mujer son también sombras. Van correctamente vestidos, él con un traje oscuro y ella con una falda corta y una blusa blanca. Pero sus cabezas son sombras. Son dos cuerpos sin cabeza que caminan tambaleándose por el pasillo del hotel. No se sabe muy bien por qué se tambalean. Quizá por el alcohol, quizá por el cansancio, quizá por una razón completamente distinta. Van correctamente vestidos, van cogidos de la mano, pero sus cabezas son de humo. Completamente transparentes y desvanecidas en la mitad superior. Esto resulta un poco ridículo, casi cómico.
 – No sé qué me pasa – dice él tocándose su cabeza borrosa, su cabeza que no existe -. No me siento bien.
 – No te preocupes – dice ella -. Ya se te pasará.
 Llegan a la puerta de la habitación, y él saca la llave del bolsillo de la chaqueta. Con cierta dificultad, abre la puerta. Y entran en la habitación, que es muy grande, mucho más grande de lo que uno podría haber imaginado.
 – ¿No hemos estado ya aquí antes? – dice él, inmóvil en el centro de la habitación, mirando a izquierda y derecha -. Dime, ¿no hemos estado ya aquí antes?
 – Es posible – dice ella -. No lo recuerdo.
 – Todo esto me resulta muy familiar – dice él -. ¿No crees?
 – Es posible – dice ella.
  Entonces él se deja caer en el sofá, que está tapizado con una cretona oscura de poca calidad.
 – No sé si podré resistirlo – dice él -. Creo que no voy a poder.
 – Ánimo – dice ella -. Ánimo. Yo estoy contigo.
 Ella se sienta en la cama, al otro lado de la habitación. De pronto sus palabras resultan absurdas, porque ha ido a sentarse al lugar más alejado posible de él. Si desea de verdad animar al hombre, ¿por qué no sentarse a su lado en el sofá? Ninguno de los dos ha encendido la luz. La cortina del balcón está descorrida, y la luz de la luna entra como una inundación por la puerta de cristal. Brilla en un aparador lacado e ilumina la alfombra gris. Todo es pobre y sórdido en esta habitación del Hotel de la Ciencia. Ella, sentada en la cama, ha quedado casi completamente hundida en la sombra. Sólo sus zapatos, sus piernas y sus rodillas están en la luz.
 – No me acuerdo de ti – dice él entonces con esfuerzo, como el que hace una confesión dolorosa -. La verdad es que no me acuerdo de ti.
  Ella suspira y no dice nada.
 – ¿Te acuerdas tú de mí? – pregunta él.
 Entonces comienza a soplar un viento helado, y cada uno de ellos, en su interior, comienza a sentir el frío de ese viento. Viento que viene desde el principio del mundo, desde aquella tarde en que un puñado de greda, y una semilla en la ribera de un río… Pero no debemos hablar sobre esto. En el principio del mundo había un largo pasillo iluminado con bombillas de quince watios. Apenas había watios entonces, ni pasillos, ni lámparas. Sólo había un mono gris a la orilla de un río, gritando con desconsuelo. El hombre y la mujer permanecen un rato en silencio. Las piernas de ella se mueven lentamente, rozándose una contra la otra. Como son la única parte de su cuerpo que está dentro de la luz, son lo único de ella realmente visible.
 – ¿Qué haces? – pregunta él.
 – Tengo frío – explica ella.
 – Entonces, ¿no te acuerdas de mí? – vuelve a decir él.
 – La verdad es que no – dice ella indecisa -. Lo estoy intentando, pero…
 – Esto es horrible – dice él -. Es muy triste y muy… muy decepcionante.
 – No te lo tomes así – dice ella –. Anímate.
 – ¿Cómo te llamas? – pregunta él.
 Ella no contesta. Su cabecita de humo, casi completamente borrada, casi completamente invisible, parece profundamente concentrada.
 – No sé – dice al fin la propietaria de la cabecita con desaliento -. No me acuerdo.
 – No te preocupes – dice él -. Vamos a dormirnos. Si lo que sucede es que no somos más que sombras, tal como imagino, entonces no hay ningún peligro. Las sombras desaparecen cuando no hay luz. Nos dormiremos y cuando la luna se mueva en el cielo y la luz desaparezca de la habitación, nosotros dos desapareceremos también.
 – Sí, bien pensado – dice ella .
 Pero es evidente que lo dice por decir.
 Los dos se tumban para dormirse, y enseguida el hombre está roncando en el sofá. La mujer se recuesta en la cama y tarda algo más en conciliar el sueño, pero finalmente se duerme también.
 La luz de la luna sigue iluminando la habitación. Es una noche de luna llena, y la luz es intensa, y permite ver con claridad las formas y los perfiles de los objetos. Luego se va moviendo en dirección al sofá. Ilumina completamente el sofá y al hombre que duerme en él completamente vestido y con los zapatos puestos, aunque sin cabeza. Luego comienza a avanzar por la pared, cubierta con un papel pintado de mal gusto. Ilumina el cuadro que hay en la pared, un paisaje marino donde hay olas levantadas y un jinete árabe montado en un caballo blanco. Luego la lengua de sombra devora también el sofá, los dibujos del papel pintado de la pared y el cuadro del jinete árabe. Y la sombra llena la habitación.

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