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Novelas españolas: una lista

 

¿Cuáles son las diez mejores novelas españolas de todos los tiempos? Aclaro que entiendo por españolas las escritas en el país llamado convencionalmente «España» o bien escritas por escritores españoles. Sabido es que la novela es un género difícil en nuestro país, porque parece que nos tocó la misión histórica de inventarlo para luego perderlo casi para siempre.

 

La primera gran novela española es Amadís de Gaula, una novela de aventuras fantásticas que para Domingo Ynduráin (si es que yo leo correctamente su discurso de ingreso a la RAE) es la primera novela europea y también aquella en la que se crea la ironía novelesca.

 

La segunda gran novela española, no cabe duda, y ustedes ya lo saben, es el Lazarillo, que a pesar de una reciente lucha de atribuciones hace unos años sigue manteniendo su orgulloso e intrigante anonimato. Tanto se ha escrito sobre el tema que no abundaré.

 

La tercera gran novela española, y en esto sin duda soy parcial y personal, porque estoy hablando de una obra, primero, cuyo autor era portugués, y segundo, cuya estimación general no es ni con mucho la que yo le doy aquí (y se la doy, en gran medida, por motivos personales) es La Diana de Jorge de Montemayor, la primera novela pastoril española. Obra de enorme lirismo y refinamiento, en una época donde la novela suele relacionarse con las «obras de burlas» y considerarse un género menor, sus temas son la memoria y el tiempo, es decir, los mismos temas que obsesionarán a Proust y a gran parte de la novela modernista.

 

La cuarta novela española es Don Quijote de la Mancha, especialmente la segunda parte por la sencilla razón de que Cervantes, al escribirla, logró un sueño que tienen todos los artistas pero que prácticamente nunca consiguen, que es no tanto escribir una continuación a la obra previa, sino escribir la obra previa de nuevo. Cervantes vuelve a escribir el Quijote pero esta vez con años de distancia, con la experiencia de la recepción de lectores y críticos de por medio y con la aparición, incluso, de una versión espuria obra de un tal Avellaneda. Es ahora, precisamente, cuando el Quijote es una realidad y un recuerdo, cuando ya existe, cuando está escrito y es un objeto que puede observarse desde todos los puntos de vista, cuando su autor puede ponerse a escribirlo de verdad.

 

Pasamos el siglo XVIII, en el que se publicaron apenas un puñado de novelas. Podría poner en mi lista Las aventuras de Juan Luis de Diego Ventura Rejón y Lucas, porque de las de ese siglo es la que más me gusta, pero sería puro vacile y una falta de respeto a mis lectores.

 

La quinta novela española es Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós. Inmensa, arrolladora, cruel, despiadada a ratos, tristísima y desoladora, pone en pie un Madrid fascinante y una galería de personajes tan ricos y tan vivos que es una cosa rara que no hayan llegado a convertirse en iconos de la mitología popular. Lo cierto es que en este país nada se convierte en nada porque nadie ama, nadie admira y nadie triunfa.

 

Hace unos años, jamás habría podido imaginar que incluiría a Galdós en una lista de «mejores novelas». Pero lo que es justo es justo.

 

La sexta novela española, esta también imposible de evitar, es La regenta, de Leopoldo Alas «Clarín».

 

La séptima novela española… Y aquí ya tenemos el lío montado. El cuerpo me pide poner algo de Juan Valera (Pepita Jiménez, quizá) o de Palacio Valdés, quizá La hermana San Sulpicio o, mejor aún, La aldea perdida. En otra época habría puesto a Palacio Valdés contra Galdós. Pero hace muchos, muchos años que leí estos libros, y es posible que releerlos, sobre todo a Palacio Valdés, me deparara alguna sorpresa desagradable.

 

Nos quedan sólo cuatro y, como digo, ya tenemos el lío montado. Primero quiero advertir que he decidido elegir sólo a autores fallecidos, por obvias razones. Pero una vez hecha esta salvedad, ¿cuáles serían las mejores novelas posteriores a Galdós y a Clarín?

 

Una posibilidad sería: Niebla, de Unamuno, Silvestre Paradox, de Pío Baroja (o cualquier otra que sea de las buenas, El árbol de la ciencia, por ejemplo), Nuestro padre San Daniel y El obispo leproso de Gabriel Miró (que forman una unidad, aunque puestos a elegir yo dejaría la segunda) y La saga/fuga de J. B. de Gonzalo Torrente Ballester.

 

Pero me da lástima que esa lista no incluya también Nada de Carmen Laforet, un libro absolutmente perfecto, y algo de Carmen Martín Gaite, ahora mismo no sé muy bien qué (¿Entre visillos? ¿Ritmo lento? ¿Los parentescos?).

 

Lo más saludable sería hacer trampa, y hacer una lista de Doce Mejores Novelas Españolas de todos los tiempos, incluyendo a las dos Cármenes. Porque lo que es seguro es que en mi lista no estarían ni Martín Santos (cuyo Tiempo de silencio siempre me ha parecido insoportable), ni Cela, ni Delibes. Ni tampoco, ¡pido perdón por mis muchos pecados!, Juan Benet. De hecho, no me costaría nada poner algo de Benet. Podría poner, por ejemplo, Volverás a Región, que es la primera novela suya que leí y la que más me gustó. Pero no sería justo conmigo mismo, porque esta no es una lista académica (no podría serlo) sino una lista absolutamente personal.

 

Tampoco habría nada de Azorín en mi lista. En cuanto a Valle-Inclán, ¿qué podemos hacer con él? Es un genio, de eso no cabe duda, y sus novelas son obras de arte de primera clase. Quizá podría quitarse Niebla y poner La corte de los milagros. Pero las novelas de Valle no me dejan el recuerdo que suele dejar una novela. No me dejan el recuerdo de un mundo sino, sobre todo, el de un fabuloso atrevimiento verbal.

 

De todo este batiburrillo final, aclaro que las que para mí estarían sin ninguna duda son El obispo leproso de Gabriel Miró y La saga/fuga de J. B. Obras maestras poco valoradas como consecuencia de los feroces prejuicios que suelen seguir existiendo en España con respecto al arte de la novela.

 

Y ahora, ya pueden soltar a los perros.

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