Entrelazar, arrugar y seguir el hilo. Como en un mantra, paso a paso la continuidad imparable. El ritmo poético, descubierto desde una primera sala oscura, destaca a partir de un recibidor de consulta con mesas iluminadas por un flexo de estudio, donde se agrupan libros guía para una adecuada aproximación a la muestra. Publicaciones que no sorprenden en los catálogos y reseñas de exposición actuales: Braidotti, Haraway, Deleuze y Guattari… Lacan, Bachelard… La artista austríaca Eva Lootz (Viena, 1940), rescata y enriquece su relato a través de obras pasadas (1993-2013) que hoy se reinterpretan en un nuevo contexto. Instalación, video y dibujo, en un entorno cálido donde predominan los colores crema, negro y blanco.
Entrelazar. En el proyectado juego de los cordeles los segmentos se atraviesan sirviéndose de apoyo y salto, creando espacios y dimensiones desde una misma naturaleza, una red o un rizoma, unas líneas relacionales de diálogo e interacción entre dos. Cuerdas, tejidos, textos, voces, palabras que perfilan la subjetividad de la mirada: “nombrar” no es “mostrar”. Sólo para Dios son lo mismo, quien nombra y muestra, quien muestra y es capaz de nombrar “verdad”: “hágase la luz y la luz se hizo”. Sesgados ambos, a diferente escala, lenguaje y visión… El “vale más una imagen que mil palabras” del refranero popular o, paradojas del artista, el “más vale una palabra a mil imágenes” de Elena Asins. Un sugerente remolino de reflexiones acerca del lenguaje y de la representación, del mundo sensible y de la validez de sus modos de acceso.
Arrugar. Del nudo hecho al representado. No hay rastro de la mano humana sino en el resultado: las 21 láminas en color crema (como las de Ramón y Cajal, guardando el mismo gesto de lo vivo, sus curvas y enredos en hélice) o de papel milimetrado, que evoca el pensamiento científico-técnico. De igual modo, la huella o rastro de la manualidad queda definida al contornear los papeles de Manila y las sedas, sujetas con cintas de pintor. Vestidos, zapatillas, adornos y más cuerdas, colgando del techo o dispuestos sobre un cuadrado, como en el reconocimiento de objetos encontrados en un río y que son categorizados por familia y según su aspecto.
Seguir el hilo. La conversación se dilata del juego a una mesa larga de madera, un comedor “para dos” ausentes, el “tú y yo” que cuelgan de las paredes ante unos platos a rebosar de arena fina que se pierde con el tiempo. En la sala contigua, de nuevo ambos dos, colocados en sus espacios vitales, rectangulares e íntimos, dunas privadas de remanso y aire de tatami, con interacción oral y no espacial, a partir de las voces en off que brotan de los zapatos que los sitúan y que se solapan como las discusiones de los matrimonios “pasados en años”, sin mutua escucha ni molestia. El “yo” queda descentrado.
No viene a caracterizarse esta muestra con los discursos que le son más habituales a la artista: feminismo, ecología… Lo hacen, de encontrarse, en un segundo plano. En contraposición a muchas de las exposiciones recientes y a la también activa Si quieres ver algo… de la Sala Alcalá 31 (Madrid), la presente atenúa la reivindicación para una reflexión íntima, retrospectiva. Potenciada por un aroma de antología, se percibe una vista atrás e interior, donde aparecen elementos surrealistas sin rastro de surrealismo, elementos que surgen del inconsciente sin gran alteración, en su forma pura.
Cuándo: Hasta el 25 de agosto
Dónde: Sala Kubo Kutxa, Donostia – San Sebastián, España