Gracias a Internet, he adquirido nuevas amistades planetarias, que me comprenden y acompañan (en español y en inglés) mucho más firmemente que muchos de mis tradicionales amigos de carne y hueso. Cuando expreso esta nueva teoría de la amistad, algunos de mis oyentes sonríen al oírme llamar amigos, a seres con los que nunca me he encontrado en el mismo espacio físico. Faba mantiene serias dudas al respecto. Las relaciones humanas pueden considerarse como tales, cuando dos deciden comunicarse -a pesar de la distancia- y seguir manteniendo esa relación mientras siga resultando gratificante. ¿No fue acaso ésa la razón que hizo nacer la correspondencia?
Mi amigo John Basham de Chicago se ha quedado sin trabajo a los 36 años. Aunque en principio no quisiera regresar a la granja del pueblo de Illinois donde siguen viviendo sus padres, últimamente afirma que quizá sea mejor así. Ya no parece seducirle tan irreversiblemente su vida laboral de vendedor en unos grandes almacenes en la capital de las torres, los tranvías y los lagos. John es demasiado inteligente como para ser un fracasado –piensa Faba- aunque él no parece verlo bajo ese prisma. Quizá este revés del destino le permita ejercitar su gran pasión: viajar por países cálidos. Además, todos los amigos que ha hecho en la ciudad se han quedado igualmente sin trabajo. Él parece encontrar consuelo en esta coincidencia. Y le preocupa que le atrape el frío invierno en el paro.
Mi amigo David de Burdeos es un joven de ascendencia magrebí -su madre nació en Melilla- que ha tenido que abandonar sus estudios de Historia del Arte, porque no contaba con los euros suficientes para pagar la matrícula de la Universidad más el alquiler de su vivienda. Se han cancelado muchas becas en Francia. Temporalmente, se ha trasladado a su pueblo, porque su padre debía ser operado urgentemente, y a su madre le había repetido el infarto que ya le dio hace tres años. Su única hermana no comparece en estos trances; ella tiene una familia propia que cuidar. Pasa semanas enteras sin llamarlo, ni si quiera para interesarse. David, que tiene 22 años y los brazos llenos de tatuajes, se consuela chateando y compartiendo con Faba cada uno de sus males. Hay noches que pueden usar sus juegos como bálsamo de todo lo que al joven le está sucediendo. En el último mes, David sólo necesita que lo escuchen y comprendan. ¿Tendrá eso algo que ver con el sentimiento amistoso?
Mi amigo Bruce vive en Brisbane –Australia- donde trabaja como cocinero en un restaurante. Bruce es negro chocolate y no tiene más de 32 años. Pertenece a esos indígenas de Papúa Nueva Guinea que -a diferencia de los negros africanos- lucen una piel oscura cubierta de vello –también- negro. Sin embargo, Bruce habita en el campo. Se ha comprado una casita con bosque y riachuelo incluidos, por el precio que puede alcanzar una vivienda en la periferia madrileña. Le gusta pasear medio desnudo por su propiedad campestre, y fotografiarse rodeado de sus animales domésticos. Abandonó Papúa para progresar en la ciudad, y sin embargo, en sus ratos de ocio, vive como el indígena que lleva dentro. Le encanta teñirse el pelo de rubio -como muchos otros negros- aunque también se deja barba, o se la afeita, o aparece con bigote y cabello rojo como un demonio. Cada vez que conectan sus cámaras, Faba no sabe con qué nueva versión de Bruce va a encontrarse. Le divierte -además- ser a ratos su esclavo blanco. Ya era hora que esta raza tan sufrida pudiera desquitarse, y presumir de tener a sus pies a un europeo de piel blanca, considera Faba.
Mi amigo Sapore di Mare es el que más trienios tiene de todas mis ciberamistades, casi 7 años de conocimiento recíproco. Nos sentimos completamente hermanos -internáuticos- pero gemelos univitelinos. Tenemos edades y gustos parecidísimos, y aún no hemos tropezado con divergencias en todo este tiempo. Vive en un punto de la cálida costa valenciana, y disfruto gracias a sus fotos y relatos, tanto de los chulánganos que retrata entre las rocas de la playa, como de los soberbios amaneceres que se ven desde su chalet de la montaña. A mediados de septiembre, a través de sus fotos, pudo Faba contemplar ballenas navegando cerca de las costas de Levante; hacia la hora bruja, casi en directo, antes que lo transmitiesen los telediarios.
Por otra parte, Sapore di Mare (todo un alarde mediterráneo en ese alias,) resulta el más fiel seguidor del blog de Faba. Cada jueves por la tarde recibe en caliente su comentario privado. No consigue que sus amigos «reales» lean una sola de sus colaboraciones, pero Sapore -su gemelo cibernético- los suple a todos con creces. Espera religiosamente cada jueves la lectura de sus artículos, y nos consta que los Cuentos Singulares publicados en la Huerta… este verano pasado, los ha degustado con un gin-tonic en la mano, disfrutándolos como uno de los misterios gozosos de la semana. ¿Es menos amigo que a los que no ve Faba durante meses? Alguno podrá pensar que una amistad a través de Internet no es posible, como si no reconfortase la complicidad y el afecto -casi diario- derramado en estas largas conversaciones ilustradas.
Mi amigo Richard Wagner es catalán pero vive en Alicante. También somos antiguos interlocutores. Me cuenta sus problemas con su pareja, como no se los relata a nadie -según confesión propia- y comparte conmigo las angustias de sus excesos laborales. Cada día trabaja más y asiste a un nuevo Master, por miedo a perder su empleo. Siempre encuentra Faba a su primo (tal es ya su confianza) al borde del colapso y el agotamiento. Pero también le cuenta que la revista donde se acoge este blog, le resulta uno de sus oasis semanales. Y eso que no es forofo incondicional de toda la escritura de Julio José de Faba: rechaza la violencia y la sordidez que acompañan algunas de sus crónicas. Por otra parte, es justo señalar que mi primo Wagner ande pensando crear un Club de fans de Federico Yostick. Mientras tanto, se consuela de sus ausentes colaboraciones, leyendo algunos de los rigurosos reportajes –según sus palabras- que se publican en esta revista. Siempre agradece que escribamos semanalmente para él (y tantos otros desconocidos,) para entretenerlos, enseñarles algo, o simplemente acompañarlos un rato en sus agobiantes puestos de trabajo.
¿Será que la escritura cibernética sólo pueda interesar a los colegas internautas?
Nunca ha creído Faba que tuviera especial interés para estos sujetos, encontrarse personalmente. Porque actualmente profesa en la teoría de que se puede conocer mejor a los seres humanos tras el antifaz de una pantalla de cristal líquido y un nombre falso. Probablemente si se encontraran en tiempo real (como dicen los anglófilos), y revelándose unos a otros sus verdaderos nombres, lo mismo ni llegarían a interesarse.