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Nueve mitos

 

Nunca en la historia el suicidio ha estado desligado de la censura. Esta circunstancia ha provocado que se cierna sobre él una excepcional cantidad de mitos. Algunos felizmente superados, como el que recomendaba atravesar el corazón de los suicidas con una estaca o sepultarlos extramuros del cementerio. Los siguientes nueve quizá se hayan instalado en la cabeza del lector. Trataré de deconstruirlos:

 

1. El suicidio es una venganza. Ciertos investigadores insisten en equiparar el suicidio al homicidio. ¡Al fin y al cabo sólo hay que girar la pistola! Craso error. La venganza es un elemento primordial cuando se trata de inflingir daño a terceros. Pero no cuando alguien se suicida. A pesar del sufrimiento, la culpa, la vergüenza, incluso el cabreo de los familiares, el suicidio no es una venganza. El caso del piloto Lubitz. ¿Suicida? ¿homicida? Se suicidó, de acuerdo. Pero sólo porque era la única forma de estrellar un avión con 149 pasajeros y tratar de hundir a la compañía.

 

2. El suicidio aumenta en invierno. Se trata de un mito con una larga tradición. Escribe el político Joseph Adisson en el S. XVIII: «En el plomizo mes de noviembre, cuando los ingleses se ahorcan y ahogan». Desde que existen registros, sin embargo, los meses con mayor con mayor número de suicidios son abril, mayo y junio. Es decir, primavera. Lo que en el hemisferio sur corresponde a los meses, nada plomizos, de octubre, noviembre y diciembre.

 

3. El suicidio es impulsivo. Los suicidólogos no acaban de ponerse de acuerdo sobre si impulsividad o planificación, de ahí que algunos opten por un educado fifty/fifty. Yo apuesto por la planificación. Uno de mis mantras: suicidarse no es fácil. Lo indica el que los intentos previos sean el principal factor de riesgo o que 54.000 lo intenten diariamente en el mundo y 2.700 mueran.

 

4. Los periódicos contagian. Lamentablemente, hay que insistir. Arcadi Espada: «Si lo hicieran [si los periódicos informaran sobre el suicidio], es muy probable que no se dieran ni el supuesto efecto contagio ni tampoco la agrupación temporal de los casos. Porque esas dos hipótesis cuentan con la excepcionalidad de las noticias sobre suicidios, reservadas a unos casos, digamos, noticiosos: personas conocidas, circunstancias especialmente llamativas».

 

5. El suicidio es un acto de extrema libertad. Hace medio año la justicia condenó a tres sanitarios madrileños por el suicidio de un paciente que acababa de intentarlo y que seguía proclamando su intención. Dos años de prisión en un caso y 400 euros al resto, por negligencia y dejación. Más otras indemnizaciones. En el hospital, el paciente utilizó una cuerda con jirones de sábana y vaqueros, a pesar de que una psiquiatra había ordenado que se le vigilara permanentemente. Es obvio que entre la libertad y la vida, el juez escogió la vida.

 

6. El viento influye. En 1982, los sociólogos Estruch & Cardús publicaron un estudio pionero donde analizaban los 444 suicidios ocurridos en la isla de Menorca entre 1915 y 1979. El viento, desde el Ampurdán hasta Yecla, es un mito de amplio espectro. Este párrafo: «Después de haber repasado día a día, desde el año 1938 hasta el 1978, seis variables climáticas -temperatura, humedad, pluviosidad, presión atmosférica, dirección e intensidad del viento- con dos lecturas diarias, y tras confrontar la información así obtenida en forma de gráficos con nuestros casos de suicidios, el resultado fue absolutamente insignificante».

 

7. El suicidio racional existe. El porcentaje de suicidas con un trastorno mental oscila entre un 90 y un 95 por cien, según las autopsias psicológicas. Es por el 5 y el 10 por ciento restantes que los suicidólogos no descartan el suicidio racional. Sin embargo, en la diferencia entre el 95 y el 100 por cien diría que hay algo más. El efecto de certeza, descrito por Kahneman: «A resultados casi ciertos se les da un valor menor del que su probabilidad justificaría». Es decir, la posibilidad de que los síntomas del 5 por ciento restante sean insuficientes para elevar un diagnóstico.

 

8. El suicidio no tiene remedio. Hace poco hablé con José Juan Uriarte, psiquiatra en Vizcaya. Se juntaron diversos temas en la conversación. Nuestra incapacidad para prever cualquier conducta y la estabilidad de las estadísticas de suicidio. Eso no implica cruzarse de brazos, dijo. La analogía sigue siendo la de los accidentes de tráfico. Aunque seamos incapaces de salvar a cualquier conductor concreto, los accidentes se reducen. ¿Por dónde empezar? En 2008 y 2009, el gasto en el Reino Unido en campañas de seguridad vial, con anuncios en televisión, ascendió a 19 millones de libras. Durante ese tiempo, el gasto en investigación del suicidio fue de 1,5 millones. Empecemos por el dinero.

 

9. Los suicidas escriben antes. Sólo una cuarta parte de los suicidas deja cartas de despedida, dada su desconexión con el mundo. Que en Luxemburgo para catalogar una muerte como suicidio se exija tal documento confirma el éxito del mito y su pernicioso aliento sobre las estadísticas.

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