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Mientras tantoNunca fui a Alhama (2)

Nunca fui a Alhama (2)


Iglesia Mayor de la Encarnación. Alhama. (Foto: Juan Antonio Vizcaíno).

 

Segunda Estación: El Calvario de los infieles

Cuando iniciamos nuestro paseo ascendente por Alhama, junto a esa falsa muralla pintada de rojo almagra (construida en el siglo XIX sobre el trazado de la antigua alcazaba árabe,) no sabía que íbamos a presenciar un fenómeno de «sincretismo en piedra» tan radical, como el que nos íbamos encontrando por la pendiente calle principal de la antigua medina árabe. A mitad de la sinuosa cuesta, justo tras pasar un voladizo en arco, nos topamos con nada menos que la Casa de la Inquisición. “Tiembla infiel, que has entrado en el Palacio de Justicia del Dios Verdadero”, podía haber estado escrito en el dintel de su puerta. Si toda la arquitectura civil musulmana suele estar construida con ladrillo o adobe, enfoscados con una capa de cal blanca, la piedra caliza dorada de la preciosa portada isabelina de la Casa de la Inquisición de Alhama, advierte al paseante, que ya se encuentra ante la morfología de una civilización diferente. Ubicada en un repecho de la cuesta y arrinconada en lo alto, la sede inquisitorial de Alhama parece una siniestra torre vigía, siempre presta a identificar, capturar y torturar al infiel, descubierto por delación, o a simple vista de águila. Ascender por el tramo final de la cuesta hasta su puerta, debía ser para el reo como ser conducido al castillo de Drácula: la morada de donde nunca se regresa. La memoria del terror avizoraba nuestras testas desde lo alto, durante este breve calvario alhameño.

En la misma siniestra plazuela, se topa uno con la fachada imponente de la Iglesia Mayor de Santa María de la Encarnación, que más que alzarse, te pisotea visualmente, debido a su gran altura y a la estrechez y pronunciada pendiente de la plazuela, que no permite perspectiva alguna. Al mirar hacia arriba se percibe un alzamiento gótico-renacentista de piedra, como si una cantera se hubiese puesto en pie, y pudiera perder el equilibrio sobre ti en cualquier momento (y no es sólo una metáfora, la iglesia lleva años cerrada, por las profundas grietas que se abrieron en sus muros). Esta monumental iglesia, casi catedral, construida en el interior de una medina musulmana, se antoja a los ojos y al entendimiento como una incongruencia urbanística. Sin embargo, esta aparente arquitectura propagandística cristiana, hereda su misma condición de la Mezquita Mayor musulmana, sobre cuyo solar está edificada.

 

Casa de la Inquisición de Alhama de Granada. (Foto: Mayte Vizcaíno).

 

Los Reyes Católicos no escatimaron medios en su construcción, ya que fue la primera iglesia cristiana construida y consagrada en el -hasta entonces- reino islámico de Granada y, en cierto modo, cumplió la función de “manifiesto arquitectónico” -o declaración de intenciones- de los reyes castellanos. En esta cristianización temprana de Alhama (fue conquistada en 1482, diez años antes de la rendición de Granada) se sentaron las bases de lo que habría de ser la poderosa actuación urbanística y constructiva que los Reyes Católicos aplicarían posteriormente en Granada. De resultas, podría deducirse que el potente patrimonio arquitectónico de Alhama resulta, como diría el refrán “Mucho arroz para tan poco pollo” o “Demasiada arquitectura emblemática para tan poco pueblo”. Y en este caso, la intención no es despectiva, sino todo lo contrario. El visitante de Alhama se encuentra con mucho más patrimonio del que esperaba.

La cuesta inquisitorial desemboca en la plaza de los Presos, donde se ubicaba la Cárcel de Alhama. Alrededor de la espaciosa plaza se eleva la maciza torre rectangular de la iglesia Mayor, con sus seis campanas y su reloj; el Pósito -o depósito comunal de grano- que cumplió las funciones comerciales y de reunión de las ágoras griegas y romanas; y dos pilares y una fuente renacentistas con heráldicas de los Reyes Católicos y su nieto el Emperador, que refrescan y abastecen la plaza. Que una cuesta de memoria tan siniestra conduzca a una plaza que se llame con un nombre tan truculento, sugiere más una ciudad penal que una urbe civilizada. Una convivencia urbana en cuyo centro se ubican las fuerzas de castigo, represión y encarcelamiento, resulta como mínimo inquietante, y termina resultando perturbadora. Además, unas calles más allá se sitúa la calle Carnicería, que estremece pensar en los orígenes y en las razones de por qué llevará ese nombre. Se hace extraño en Alhama la presencia insistente del castigo, la venganza y el terror, inoculados en su vida cotidiana. Si se crease y construyese una “Urbanización de las ejecuciones”, donde las calles se llamaran: Guillotina, Silla eléctrica, Horca, Fusilamiento… pocos ciudadanos elegirían residir en ellas. “Yo vivo en garrote vil, 17”, podría decir con toda propiedad alguno de sus vecinos, y no es algo que resulte grato ni al oído ni a la garganta. Pues este disparate hipotético alcanza carta de naturaleza propia, desde hace más de cinco siglos, en el espíritu de la ciudad de Alhama de Granada. No es como para sentirse muy tranquilo dentro de ella.

Por si no fuera ya suficientemente sospechosa esta sociedad rural en constante “ajuste de cuentas” (religiosas, políticas, económicas…), unas calles más abajo se alza el Hospital Real, o de la Reina, que fue fundado por Isabel la Católica como Hospital de Sangre, para atender a los heridos en el frente, durante la larga guerra de Granada. El Hospital se instaló y posteriormente fue construido sobre la antigua casa del Cadí (Gobernador musulmán) de Alhama, con unas privilegiadas vistas sobre los tajos. En la nueva ciudad cristiana lo importante no era sólo el servicio hospitalario que se ofrecía a los necesitados, sino el hecho de subrayar que se había construido contra algo y contra alguien. La propaganda de los católicos reyes estaba implícita en cada una de sus decisiones políticas. La famosa frase histórica: “El fin justifica los medios” la escribió el florentino Nicolás Maquiavelo en su obra “El Príncipe” (un tratado sobre el liderazgo, y el ejercicio del poder político) inspirándose –dicen algunas fuentes- en el joven príncipe Fernando de Aragón, que tanto prometía como político ejemplar –justo, a la par que implacable- que no se arredraba ante los límites de la moral, con tal de lograr sus objetivos. Toda esta ausencia de piedad histórica, que entendemos por “maquiavelismo”, se sigue palpando en el ambiente enrarecido de Alhama.

 

Pasadizo de la Encarnación, en la calle Baja Iglesia. (Foto: Juan Antonio Vizcaíno).

 

Pasaje final. Transexual cervantina

Al descender por la misma cuesta de la infamia, me percaté del delicado empedrado granadino que luce el suelo, blanco y ornamentado con ramos oscuros, como una delicadísima alfombra de flores o arenas, de ésas que se disponen por algunas calles principales, para que las destroce a su paso la procesión del Corpus Christi. Un empedrado tan luminoso y sensual para un calvario tan siniestro, me resultó sospechoso, como si se quisiera ocultar algo con ello. En una de las bocacalles finales de la cuesta, descubrimos la guinda de la extravagancia ejemplar de esta simpar ciudad de Alhama. Sobre una impecable fachada blanqueada, y junto a un airoso balconcillo castellano, con sus contraventanas de cuarterones, se alzaba una lápida conmemorativa –reciente- con el siguiente texto:

«A la mulata alhameña ELENA/O DE CESPEDES -1545- primera mujer cirujana y transexual de la historia. MIGUEL DE CERVANTES que visita Alhama en 1594 y teniendo conocimiento de su azarosa vida, se inspira en ella para crear el personaje de Zenotia “la bruja” en su última obra -Los trabajos de Persiles y Sigismunda -1617-. “Mi nombre es Zenotia, soy natural de España, nacida y criada en Alhama, ciudad del reyno de Granada”. Alhama, 8 de marzo -2012-»

Si en nuestra visita ya había descubierto discordias y antagonismos en la historia palpable de esta ciudad, cabeza de partido de su comarca (o, lo que es lo mismo, capital administrativa), la historia de una mulata transexual jameña, retratada por el mismísimo Miguel de Cervantes en su última novela, nacida y crecida en la Alhama del siglo XVI, mientras gobernaban en España Carlos V y Felipe II, ya me pareció la cumbre de la originalidad y la precocidad de esta ínclita ciudad granadina. La historia de Eleno de Céspedes debió ser extraordinaria, pero eso ya es otra entrada.

En cualquier caso, esta crónica no debería entenderse como un balance negativo de la visita a la ciudad, sino todo lo contrario. El famoso lema “Todo es posible en Granada” se agudiza en Alhama. Toda una plaza de la singularidad y, en cierto modo, del anonimato y olvido que sufre esta localidad, a pesar de su importancia geodésica, riqueza histórica y profundo simbolismo. ¿Será porque se trata una ciudad mágica y telúrica, con poderes superiores a otras? Algo de eso debe suceder con esta ciudad olvidada, de ahí la misteriosa seducción que ejerce sobre sus visitantes. Tras conocerla, puedo afirmar que quiero y necesito regresar a Alhama.

 

(Esta entrada es la segunda parte de la entrada anterior «Nunca fui a Alhama (1)» que puede leerse en el siguiente enlace:

https://www.fronterad.com/nunca-fui-a-alhama-1/)

 

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