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Obama y la mezquita

     El temporal sobre la construcción de una mezquita en las inmediaciones del “Ground Zero” en Nueva York no amaina. Ahora salpica a Obama.
        Hace meses cuando se planteó la cuestión ya se delinearon las posiciones. El alcalde de Nueva York, Bloomberg, y una parte de la progresía de la ciudad no veían el menor inconveniente en que surgiera un templo islámico en las cercanías de donde fanáticos de ese credo religioso habían matado a casi tres mil neoyorquinos. La opinión pública estaba dividida. Estos días, cuando los trámites urbanísticos han concluido y se ha dado luz verde a la edificación, el tema ha emergido con brío. En la prensa ha empezado de nuevo el remolino, las encuestas nacionales han comenzado  a mostrar que los opositores eran claramente más que los partidarios y, entonces… llega Obama. El presidente se pronunció a favor el pasado viernes.
           Era lo que necesitaban los que honestamente creen que es una provocación y una blasfemia que se levante una mezquita a escasos metros del gran hoyo dejado por las Torres Gemelas y los que, vislumbrando la oposición ciudadana, quieren aprovechar el asunto para socavar a Obama y sacar tajada política.
     Obama, valiente y fiel a su ideología, manifestó que Estados Unidos es tierra abierta en la que caben todas las religiones y que sería antiamericano  impedir que se construya la mezquita. La tolerancia y la permisividad están en la esencia del país. Independientemente de sus convicciones, el pronunciamiento del presidente debe tener dos claros objetivos:
a) Ganar la confianza de los islamistas moderados del mundo, que son la mayoría. Probar que Estados Unidos está en guerra con Al-queda, pero no con el Islam. Segar la hierba bajo los pies de los fanáticos
b) Mostrar a la minoría islámica estadounidense que se confía en ella. Instarle a que sea la primera trinchera en la lucha contra los extremistas.
        No todo el mundo entra en esas disquisiciones y el zafarrancho ha sido instantáneo. La mezquita ha relegado la cuestión del vertido de petróleo en el Golfo, de actualidad porque el presidente, rebajada la polvareda levantada con el desplazamiento de su esposa a Marbella, había marchado a Florida a pasar unas cortas vacaciones con su familia y demostrar que las playas de ese estado eran seguras, y los periodistas, en una rueda de prensa, han tocado ligeramente el tema del petróleo y hurgado con ahínco en el de la mezquita. Tanto que el presidente ha reculado parcialmente. Obama ha explicado que él ha reafirmado el derecho a construir una mezquita en cualquier sitio pero que no se ha pronunciado sobre el acierto de hacerlo en el Ground Zero.
           Este es el detalle al que se aferran los detractores. Un artículo en el Washington Post del respetado columnista Charles Krauthammer pone el dedo en la llaga. En este país cualquiera puede construir una mezquita, pero “no en cualquier sitio”. El Ground Zero, alega, es  un lugar en cierto sentido sagrado. Pertenece a los que murieron y sufrieron allí y eso implica unas limitaciones. Igual que el gobierno no permitió que se levantara un parque temático en las proximidades de donde se luchó la batalla de Gettysbourg, sería irrespetuoso hacia los caídos en la batalla más importante de le guerra civil, igual que el papa Juan Pablo II pidió a las monjas carmelitas que abandonaran un convento que tenían en Auschwitz porque  hería la sensibilidad de los creyentes de otra religión inmolados en masa allí por el nazismo, ahora no debería considerarse como algo irrelevante que se alce, a manzana y media de donde ocurrieron los atentados, un templo de una religión de la que algunos que se consideran sus representantes ortodoxos causaron un holocausto pavoroso.
     La argumentación utilizada por Krauthammer hace mella. En las encuestas suben los que consideran que la concesión de la licencia es un error. Esto en momentos en que Obama no repunta, tiene un 45% de aceptación y un 50% de desaprobación. La mezquita se cuela así en la campaña de las importantes elecciones parciales de este otoño.

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