Es que se ha lucido desde que, con el miedo en el cuerpo por la despedida violenta de algunos dictadores, ha decidido establecer mecanismos para no sólo seguir en el poder, sino retirarse a la retaguardia sin sobresaltos políticos, jurídicos, económicos y sociales. Desde aquella fecha se ha conjurado con todas las fuerzas del mal, y encomendado a su ambiciosa mujer, Constancia, y a su!%677=fuiii! hijo Teodorín, ha dado muestra del salvajismo en que ha vivido siempre. Y en estos días se ha superado: ha detenido a punta de pistola, ha secuestrado, ha torturado, ha herido con arma blanca y ha llevado esposada, y con los ojos vendados, a Lola Mba desde su residencia en Malabo hasta Mongomo, para someterla a vejaciones y a presiones inaceptables. También ha tomado disposiciones diabólicas para acallar la labor de los que, desde lejos, hacen titánicos esfuerzos para recoger la débil voz de los que están dentro. Sí, Obiang, con el dinero obtenido de los recursos de Guinea, ha impedido que los guineanos den cuenta de su estado a la comunidad internacional. Ha impedido el acceso a internet, ha bloqueado blogs y emisoras y ha impedido que en su entorno se hablara de lo que era voz pública.
Obiang, con galones de general, consciente incluso que los niños de madres inocentes sean llevados a la prisión. Es una práctica conocida por muchos guineanos. Además, más que niños, para decir infantes, podríamos hablar de bebés. Hace meses atrás circuló la foto de un crío de 24 meses llevado por la ausencia de su padre, o alguien de su casa que fue acusado de un delito, pero que se escapó a tiempo. En estos días, hay que señalarlo, el régimen detuvo a todos los que tuvieron algo que ver con Enrique Nsolo, un guineano solvente que ha puesto los primeros cimientos del necesario ¡basta ya! que daría lugar a la estampida de los criminales que parasitan Guinea.
La impresión que tiene el excelente escritor que esto escribe, modestia aparte, es que Guinea es una ínsula rodeada de alquitrán, hija póstuma del adorado petróleo, y en la que los moradores están ataviados de taparrabos y plumas, y se comunican en muecas igualmente salvajes. Es este territorio donde se llega a través de frágiles puentes de los que hacen uso los que mandan y también los racistas que llegan a beneficiarse de las ventajas de vivir y de negociar alejados de cualquier control racional. Debajo del puente, y en la viscosidad alquitranada del producto, bichos vivientes que devorarían al que ahí cayera. Y esta situación le beneficia grandemente a Obiang.
Con tantos golpes, secuestros, torturados, humillados, con los machetes volando por el costado de los que se extrañan del salvajismo instalado por el que manda, con el país tan aislado que ni siquiera pueden acceder al mismo los propios nacionales, ¿hay ambiente para que cualquier persona con sólo dos dedos de frente creyera en las promesas, de cualquier tipo, del general? ¿Se puede creer que Obiang puede someterse al veredicto de las urnas? No, rotundamente no, y no porque quisiera o no someterse, sino porque no hay condiciones para llevar a cabo una tarea que se realiza en circunstancias diametralmente opuestas. Y es que ya es sabido que no ha habido país aislado capaz de llevar a cabo tarea tan compleja como llevar a puerto limpio unas elecciones. Y es que la primera pregunta que habría que hacer es por qué sigue tan aislado, y pese a las facilidades de su conexión.
Aclarada la situación, ¿se puede entender que haya guineanos solventes embarcados en la feria política convocada por Obiang? Se entiende, y ellos mismos lo han dicho de varias maneras. Y es que queda claro que en este aislamiento en que están, si no se mueven, están muertos, y quizá no solamente en el ámbito político. O sea, los que intentan alzar la voz están terriblemente condicionados por el aislamiento en que viven. Hasta que pasen cosas nuevas, y lo dicen, no tienen nada que hacer.
Dada por buena la verdad de que el salvajismo instalado en el régimen de Obiang no permite soñar con un resultado diferente al de los últimos años, queda por ver cómo se incorpora a la cotidianidad la consolidación de sus deseos. Es decir, ¿cuál sería el siguiente paso ante el anuncio ostentoso de la victoria de la irracionalidad? ¿Esperar la próxima convocatoria? Esta es una respuesta que atañe a todos los guineanos, estén donde estén. Y porque son los que, por razones que van más allá del simple interés turístico, necesitan ir y vivir en Guinea Ecuatorial. Es hora de saber que pocas cosas cambiarían si no se rompe el aislamiento guineano, permitiendo que entre y salga del país ideas, costumbres y personas moralmente solventes que sepan enjuiciar las maneras salvajes del que ahí manda. Y que quede claro, los que alzan la voz, los que se constituyen en partidos, también están afectados por esta manera salvaje de mirar las cosas, aunque hayan hecho un esfuerzo grande por reconocerlo. Es decir, sería difícil asentar la idea de que, compartiendo y soportando las mismas costumbres, unos sean tan distintos de otros hasta el extremo de hacerlos irreconciliables. Y que quede claro, esto no es un reproche.
Conocido el hecho de que las personas que disfrutan de los bienes guineanos mientras Obiang se debate entre muecas simiescas nos considera otros pares, y estemos donde sea, nos corresponde hacer un esfuerzo para reivindicar nuestro honor mancillado. No hacerlo es dar la razón a Constancia Mangué, una auxiliar de magisterio que hoy es millonaria porque miles de personas le han reído las gracias. Y es que, como se dice en latín, Qui tacet consentire videtur, en romance actual, quien calla, otorga. Incluso podemos llegar a más, y decir en lengua romance que Quod initio vitiosum est, non potest tractu temporis convalescere; o sea, que es hora de decir ¡Basta ya!, o habrá que fijar la fecha oportuna para sacudirnos esta vergüenza.
Barcelona, 21 de mayo, 2013