Pablo era un poeta muy malo. Tenía tres temas a los que siempre les daba vuelta: el amor, el mal amor y el amor al menor. Por sus poemas de amor al menor fue tildado de pedófilo (con cierta razón) y desacreditado entre los poetas de la isla que ya lo habían apodado como il pajaríssimo bardo.
Por eso no le quedó otra alternativa que dejar su nativa Villalba y mudarse a Newyópolis. Traduciendo poemas al castellano para la editorial Niu Direcchions y Sopas del alma para la editorial Jadson Gloubal, consiguió juntar la renta de un despintado departamento en un edificio triste con vista a la avenida Burnside en el Bronx, frente a un burdel regentado por albaneses.
Allí transcurrieron sus mejores días de juventud. Y los de su vejez.
He leído una crítica feroz de un intelectual que compartió auditorios con Pablo, y allí dice que su compañero desperdició su talento por vicioso y vago. Sin embargo, quienes lo conocieron los últimos años de su vida, afirman que nadie lo jodía. Y aquello, sabemos, siempre es importantísimo para los malos poetas.
Que en paz se apague su nombre.