Moderada por el filósofo y escritor José Antonio Marina, la sexta y última sesión del Foro abordó el tema de la formación en responsabilidad social y reunió a Marta de la Cuesta, José de la Peña, Maximiliano Oliva, Tíscar Lara, Mª Jesús Casals y Marcos García. ¿Qué estrategias se están siguiendo actualmente para formar en responsabilidad social y en qué ámbitos? ¿Debería haber un mayor diálogo entre universidades y escuelas de negocios con laboratorios ciudadanos y movimientos alternativos? ¿Cómo debería ser la implicación de las empresas?
Marina introduce el tema desde la ética, la ciudadanía y la teoría de la convivencia. La sociedad en la que nacemos proporciona la urdimbre básica de nuestro sistema de valores. Somos absolutamente dependientes de la presión socio-cultural de nuestro entorno y de ella dependen las estrategias de convivencia, dentro de las cuales es clave la forma de gestionar los bienes comunes. Esa gobernanza de los commons ha sido tradicionalmente una fuente de enfrentamiento entre liberalismo y socialismo, que sigue estando vigente en la actualidad. Una de las causas de esta discusión es el problema del gorrón, el free rider, el que se aprovecha de lo común, pero no está dispuesto a dar nada a cambio. Según los neurólogos, el cerebro humano está preparado para grupos de convivencia no mayores de 150 personas. Dentro de este número, las relaciones son manejables porque, entre otras cosas, es fácil detectar al gorrón, algo que no es posible en comunidades más grandes, como son la mayoría de nuestros pueblos y ciudades.
Para Marina, una persona es responsable cuando sabe lo que hace, conoce su impacto en los demás y cumple su deber con la sociedad. ¿Cómo empezamos a educar a los niños en estos temas? ¿Es suficiente la asignatura de Educación para la ciudadanía? ¿Cómo debe transmitirse a los futuros empresarios la responsabilidad social: como una devoción o una obligación?
Marta de la Cuesta, que habla del concepto de externalidad –la forma, positiva o negativa, en que la actividad de empresas y organizaciones afecta a las sociedades en las que se asientan-, cree que es necesario hacer ver a los futuros directivos que sus decisiones empresariales tienen unas consecuencias y que un impacto negativo puede volverse en su contra. La Responsabilidad Social Corporativa (RSC) no es filantropía, sino una inversión a largo plazo. Por eso en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) consideran esencial, más que adoctrinar sobre la ética de los negocios, dar a los alumnos herramientas para conocer las nuevas demandas de la sociedad y gestionar los riesgos sociales derivados de sus posibles acciones. No se trata de romper con el modelo empresarial tradicional, sino de adaptarlo a las complejidades del mundo actual. En ese proceso de adaptación es esencial la transparencia informativa por parte de los gobiernos.
¿Quién formó a los culpables de esta crisis?, ¿qué responsabilidad tienen esas escuelas o universidades?, se pregunta Tíscar Lara, quien ve en la educación superior la próxima gran burbuja. Sus usuarios cada vez están más endeudados y –dado el precario mercado laboral- cada vez tienen menos oportunidad de devolver aquello que se les vendió como una inversión segura. Al mismo tiempo, asistimos a una crisis de los modelos de legitimación de las instituciones educativas, a un cuestionamiento del perfil idóneo del formador. En esa línea se sitúa el programa de becas 20 Under 20 de Peter Thiel, empresario brillante –fue uno de los fundadores de Pay Pal y uno de los primeros inversores en Facebook- que piensa que muchos jóvenes sobresalientes serían más creativos y eficaces sin pasar por la universidad. En este sentido, Tíscar cuenta como la Escuela de Organización Industrial (EOI) inició en 2008 un proceso de reflexión para repensar la responsabilidad que lleva consigo la formación de empresarios y gestores. En esa reflexión la sostenibilidad y la transversalidad han sido claves. Se trata no solo de introducir como herramienta la triple cuenta de resultados: rentabilidad económica, social y medioambiental, sino también de idear nuevas variables en los simuladores de prosperidad. Apostar fuerte por la liberación de contenidos y por el uso de tecnología libre en procesos abiertos. Rediseñar las aulas y replantear cuales son los espacios idóneos para el aprendizaje.
Para Max Oliva, el modelo actual de generación de valor está agotado en todos los ámbitos: empresa, organizaciones no gubernamentales, gobiernos. ¿Qué hacemos? La solución no es romper con él, sino transformarlo. Reconocer que todavía no tenemos la respuesta pero sí buenas preguntas, y que es necesario, por tanto, dejar de echarnos la culpa y construir en común espacios de diálogo donde generar propuestas que aprovechen la fuerza y la inmediatez del ciudadano conectado. Oliva, que prefiere hablar de innovación social mejor que de responsabilidad social, defiende también una formación transversal donde el conocimiento deje de estar encasillado y puedan conectarse con eficacia distintas disciplinas.
José de la Peña cuenta cómo esa línea de reflexión y debate multidisciplinar –muy difícil de aplicar en una empresa- marca la relación de la Fundación Telefónica con la responsabilidad social, con ámbitos como Educared o Debate y Conocimiento.
Marcos García lleva la cuestión de la formación en responsabilidad social al campo de la cultura digital, ámbito que a partir de 2003 ha permitido revisitar y dar nuevos bríos al concepto de procomún. Frente a la dificultad de gestionar bienes comunes tradicionales en ciudades y comunidades grandes, el procomún digital permite que las comunidades que lo producen y administran sean todo lo numerosas que quieran y además sin vínculos fuertes. Asimismo, la economía de la abundancia que prima en la Red, donde prácticamente la escasez no existe, hace que el efecto de los gorrones sea imperceptible. El procomún no son solo los bienes y recursos, sino también las comunidades que los manejan y las metodologías empleadas para ello. En ese sentido, las características propias de lo digital permiten que la gestión comunal de la cultura libre sea tremendamente eficaz y generadora de riqueza social. Véase por ejemplo toda la innovación legal que se ha generado en torno al software libre. No olvidemos que el desarrollo de herramientas para gestionar bienes comunes constituye en sí mismo un bien común, y que las comunidades que lo hacen son comunidades de aprendizaje, que de esta forma llevan implícita la formación en responsabilidad social. No solo eso, sino que estas metodologías desarrolladas por el procomún digital podrían servir de inspiración para mejorar nuestras instituciones públicas.
Marina no niega la importancia de la participación libre ciudadana –que habría que hacer cada vez más eficaz-, pero recalca que la innovación potente la están haciendo empresas financieramente muy sólidas, como Apple, Google o Microsoft. Para insistir en el debate ¿RSC por convicción o RSC por obligación?, lee una cita de Milton Friedman: “La responsabilidad social de la empresa consiste en aumentar sus beneficios. Pocas tendencias pueden minar tan profundamente los mismos fundamentos de la libertad en nuestra sociedad como la aceptación por parte de los directores empresariales de una responsabilidad social fuera de la de producir el máximo de beneficios posibles para sus accionistas”.
Para Max Oliva, la cita de Friedman podía tener sentido cuando fue pronunciada, en los años setenta, dentro del modelo económico de entonces. Pero hoy la situación es bien distinta, hoy necesitamos generar valor más allá de lo económico. El discurso HAY que hacer las cosas bien está agotado, no puede educarse ya solo con eso. Es preciso introducir conceptos nuevos, palabras como impacto, abundancia, trascendencia, estímulos que animen a generar colaboraciones más inusuales y creativas. Hoy no solo nos enfrentamos a nuevos retos, sino que también contamos con nuevos actores. Cada vez hay menos espacio para los grandes héroes individuales y más para la gente normal conectada. Oliva reivindica el enorme poder de la gente ordinaria para realizar cosas extraordinarias.
A De la Peña le gustaría creer que en toda empresa hay un orgullo implícito por hacer las cosas bien. Ganar dinero debería ser un medio para conseguirlo, no el fin. En cualquier caso, si se detectan problemas derivados de malas prácticas empresariales está claro que hay que regularlas enseguida desde los gobiernos. La regulación hará que, con el tiempo, la imposición se convierta en hábito responsable, porque la aparición de una lista de cosas a cumplir acaba interiorizándose en la empresa y generando costumbre.
Tíscar Lara reivindica el maridaje entre la obligación y la devoción, apuesta por nuevas formas de organización empresarial basadas en la participación y colaboración entre cuerpos comunicantes, en la autoridad distribuida, en la co-creación entre nodos sin necesidad de mediadores legitimados. Estos nodos pueden pertenecer tanto al ámbito de lo público como de lo privado. Es necesario desmontar prejuicios y educar en una cultura colaborativa de construcción social e innovación moral, donde puedan ser revisados los valores que cimentan nuestros comportamientos empresariales. En este proceso, como afirma Marcos García, el mundo físico y el mundo digital estarán íntimamente ligados, y lo que ocurra en uno afectará sin duda al otro. Vamos hacia formas híbridas de producción y gestión.
José Antonio Marina quiso finalizar el debate con una reflexión incómoda pero necesaria: ¿No estaremos usando la responsabilidad social corporativa como excusa para no hablar de conceptos más fuertes como, por ejemplo, la justicia o la ética? ¿No estaremos dando rodeos, no habremos entrado en una retórica cómoda y blanda que nos proporciona coartadas para no actuar, para no cumplir algo que quizás sea escandalosamente evidente?