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ArpaOctava película de Mateo Sarsil

Octava película de Mateo Sarsil

Título: Temblor

Reparto: Lana como Lana

 

Son las siete de la mañana en la Ciudad de México. Lana está sola en la cocina de su casa; desayuna un jugo, un café y una quesadilla a la luz de dos velas. Todo está en silencio. Lana cierra los ojos, escucha su respiración y trata de controlarla. Inspira y espira profundamente, varias veces, y trata de ser el aire que le recorre la tráquea: consigue ser ese aire; trata de ser la luz oxigenada que la divide de arriba abajo y separa su lado izquierdo de su lado derecho: también consigue ser esa luz. Lana deja el pensamiento aparte o lo hace más vertical y abandona su tiempo para entrar en el tiempo, el tiempo que las tinieblas de Lana transforman en una luz delgadísima, como un alfiler. Lana ve con nitidez una estrella punzante al fondo de lo oscuro, entonces piensa en el mañana con los ojos cerrados (o el mañana se le echa encima cuando pierde los ojos) y ve seis caras: la cara de un indio, de un chino, de una tailandesa, de un matrimonio yugoslavo (en la visión de Lana él dice ser bosnio y ella dice ser croata) y de un africano (en la visión de Lana este hombre no tiene país, sólo continente). Los ve a todos de muy cerca y todos ríen y tienen unas dentaduras desastrosas, sucias e imperfectas. Lana rechaza ese panorama y logra ver a las seis personas con un poco más de distancia, de manera que no sólo repara en sus rostros sino también en sus cuerpos. El indio y el chino son bajos y enjutos. La tailandesa es baja y atlética. La croata es baja y vieja y fofa. El bosnio tiene una barriga dura y redonda y es alto y viejo, aunque en sus ojos se percibe que aún está en edad de ser joven. El africano es alto y fuerte, de una musculatura maciza bajo su piel de tacto azul. Lana los mira uno a uno, mira sus cuerpos para no mirar sus dientes, y se percata de que todos visten el mismo jersey, unos jerseys viejos, violetas, con ciervos u osos bordados en el pecho. De pronto todo se acerca a Lana y los cuerpos y los jerseys se vuelven de nuevo dientes y risas ambiguas. Lana se asusta y abre los ojos, y ve cómo las dos velas sobre la mesa de la cocina se mueven extraordinariamente para todos lados, como si un viento las agitara o un alma las vistiera por dentro. Lana se levanta de la silla, sale de la cocina y mira atrás antes de cerrar la puerta. También mira atrás antes de doblar la esquina del pasillo. Algo se mueve en el espacio en todas direcciones, algo se hace notar pero juega al escondite y no se muestra (quizá sea Lana o el miedo de Lana lo que no permite que se muestre). Lana recorre el pasillo corriendo, pasa al dormitorio, cierra la puerta muy deprisa, se gira, apoya la espalda contra la puerta y encuentra las sábanas acurrucadas sobre la cama, transformadas en un animal que respira y se enrosca sobre su propio pelo y encarna el bienestar. Lana no quiere incordiar al animal así que no lo toca: deja la cama sin hacer. Se sienta en una silla y cierra de nuevo los ojos y escucha su respiración y un sonido eléctrico o zumbido de avispa que oye al poco rato de estar sumergida en la nada. También oye un pájaro que canta muy cerca, tan cerca que Lana abre los ojos y se sube a la silla para ver si hay un nido encima del armario. No hay ningún nido encima del armario, tampoco hay ningún panal, sólo una cazadora doblada que trata de alzar su cuello y ponerse derecha. Lana se sienta y cierra los ojos de nuevo y respira tratando de tranquilizarse. Al poco rato el pájaro calla pero la electricidad o avispa se acerca, y Lana siente de nuevo al indio, al chino, a la tailandesa, a la croata, a su marido bosnio y al africano, los siente por la casa como buscando pelea. Todos, sobre todo el chino y la tailandesa, tienen unas dentaduras horribles. La sensación es desasosegante, una sensación de que, aunque la casa está vacía, ha entrado muchísima gente. Lana se asusta y abre los ojos. Está nerviosa. Pone música ligera para dejar de sentirlos; entonces son ellos quienes cantan y tocan los instrumentos. Lana se oye a sí misma pidiéndoles en voz alta que se vayan, que la dejen sola. Y funciona.

 

 

Lana está en la calle y piensa en toda esa gente que invadió su casa. Mira al cielo y ve escalones irregulares en medio de una recta blanca: una estela de avión quebrada arbitrariamente en su trayectoria. Lana piensa en la incertidumbre del avión al recorrer ese tramo y en la prueba física de esa incertidumbre: “las huellas que el miedo deja siempre en todo”, “las huellas que el miedo deja siempre en todo”, se dice Lana en voz alta. Después piensa otra vez, se pregunta dónde están las huellas de su miedo de hace un rato.

 

Arriba, en el cielo de colores nuevos de México, hay nubes y claros, y Lana elige mirar un claro que se desencaja repentinamente y tiembla y se hace añicos delante de ella. Después del cielo tiembla el suelo, y Lana corre mientras algunos edificios vacilan y algunos árboles se desploman como si no tuvieran raíces, como si ya nada los atase a la tierra.

 

 

 

 

J. S. T. Urruzola nació en La Rioja (España) en 1983. Es narrador y poeta. Ha colaborado en numerosos proyectos audiovisuales y artísticos. Ha vivido en Nueva York y México, donde colaboró con diversas revistas (Ágora, Justa, diSONARE…). Publica ficción quincenalmente en el Diario de Colima. Starring: Juan es su primera novela. En la actualidad vive en Berlín, donde escribe su segundo libro.

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