El siervo de la gleba pasó a ser obrero, pudo vender su fuerza de trabajo, conquistó la libertad. No obstante, dicen las malas lenguas, que su libertad la inventaron sus futuros explotadores. Pero la libertad, aunque sea sólo teórica, es una mecha imparable.
Las cifras cuentan. Lo descubrí cuando apuntada al INEM, en mi época de estudiante, me llamaron para hacer un curso de búsqueda de empleo incompatible con mi vida. Mi negativa me expulsó de las cifras. Dejé de contar. Ya no fui más una desempleada. Cuando unos días después me puse a vender móviles en una cadena de electrodomésticos, las cifras abrieron los brazos a mi condición de empleada.
Las cifras cuentan. Las venden al peso: el valor de lo sustraído al prójimo o el grado de alcohol en sangre al volante, marcan la frontera entre la falta y el delito. No atendemos a razones, atendemos a cifras. Las cifras nos dan las razones: las de la hipoteca para no hacer huelga, para no cambiar de ciudad, para no tener hijos, hasta para no alquilar.
Hace casi un siglo, un prestigioso economista inglés afirmaba: “Los servicios que prestan las mujeres forman parte del dividendo nacional únicamente cuando se realizan a cambio de una remuneración, bien en la fábrica o en casa; pero se excluyen cuando se realizan gratuitamente por madres y esposas. Siguiendo este razonamiento, si un hombre se casa con su ama de llaves o su cocinera, el dividendo nacional disminuye” (Pigou, 1920: 28) .
Entre 2008 y 2010, la población masculina ocupada mayor de 55 años descendió más o menos en la misma proporción que ascendía la femenina. De hecho es el único grupo que ha mantenido constante esta tendencia a aumentar su ocupación en plena crisis.
Las cifras cuentan. Amas de llaves del siglo XXI, cocineras a destajo del tupperware, planchadoras por filiación, abuelas-canguro con férreo horario escolar: el mercado quiere transformar vuestro trabajo gratuito en empleo remunerado. Sacad en oferta vuestra fuerza productiva; la necesitan vuestros propios explotadores, —dice mi mala lengua—. Vuestro otoño se transformó en primavera hasta que lleguen los hielos de la bonanza económica. Entonces pasaréis a ser destinatarias de cursos de manualidades y autoestima.
¿Cuántas mujeres mayores de 55 años sin derecho a prestaciones por desempleo están apuntadas al INEM? Ninguna. Son inactivas como los estudiantes o los rentistas y pasan de esta condición a ocupadas de forma silenciosa y disciplinada. ¿No son personas inactivas las que no buscan trabajo, las que no están interesadas en trabajar? Igual no eran tan inactivas, igual las inactivó una división sexual del trabajo tan voluble e interesada como los ciclos de nuestro sistema productivo. Kate Winslet, lo refleja a la perfección en “Revolutionary Road”, versión cinematográfica actual de la “Mística de la Feminidad”. Las mismas mujeres que fueron llamadas a las fábricas en los años cuarenta, fueron llamadas a hacer tartas y criar hijos en los 50. Las mismas pero no todas. Algunas no volvieron. La condición de individuo, la autonomía de la voluntad a través del control de tu fuerza de trabajo, aunque sea temporal, aunque sea por la crisis, puede ser una mecha imparable.