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Odo Marquard, elogio de la imperfección humana

 

Todos hemos filosofado en algún momento de nuestra vida. Es lógico porque la filosofía nació del tiempo libre que tuvieron los privilegiados en aquella Grecia clásica del mito y la razón. En la actualidad, sin embargo, son muy pocos los que logran articular un pensamiento que va más allá de los lugares comunes y de expresiones tan grandilocuentes como banales. Odo Marquard es una de esas personas, y lo ha logrado sin perderse en la presuntuosidad de la reflexión oscura e intrincada. Este alemán, háganme caso, ha escrito algunos de los libros más necesarios para enfrentarse al siglo XXI. Pese a todo ello, era prácticamente desconocido en nuestro ámbito cultural, siempre remando a favor de la corriente, hasta hace bien poco. Este olvido es el resultado de un universo intelectual que se maneja por modas que marcan, curiosamente, los medios de comunicación y porque la filosofía que se entiende a la primera lectura es mirada por encima del hombro por ciertas élites universitarias. Además, seamos sinceros, nuestros pensadores han estado a otra cosa en estas décadas de la democracia, al igual que nuestros gobiernos. Quizá, porque como afirmó Ricardo Cayuela hace unos años, España es un país que pasó directamente de la precariedad a la posmodernidad. ¡Y sin despeinarse! , podríamos añadir.

 

Nacido en 1928 en una localidad pomerania que hoy pertenece a Polonia, Marquard es un filósofo alemán de referencia. Es, por tanto, un producto típico de aquella rememorada Europa Central de la primera parte del siglo pasado. Tras participar como tantos otros jóvenes en la Segunda Guerra Mundial, comenzó su carrera con brillantez entre las universidades de Münster y de Friburgo. La experiencia de la guerra no le abandonó desde entonces. Su currículo nos demuestra que, además, es un sabio todoterreno académico de los que no quedan con estudios en filosofía, filología, historia del arte y teología. Perteneció a una generación que se desarrolló en la posguerra alemana y que tiene entre sus miembros a autores de diferentes corrientes e intereses, como Jürgen Habermars, Karl Otto Apel, Reinhart Koselleck o Hans Blumenberg, que todo aquel que quiera comprender el pensamiento del siglo pasado debería haber leído ya.

 

La reflexión marquardiana está coronada por la mordacidad y el escepticismo que le sirve para decir «adiós a los principios», como se titula uno de sus principales aportaciones. Tras resistir a los espantos del nacionalsocialismo, Marquard necesitaba articular una respuesta al totalitarismo, que trajo consigo la inhumanidad, la catástrofe y la «negación de la vida civilizada». Eso fue lo que hizo en sus primeros trabajos como filósofo al desarrollar, bajo la influencia de Joachim Ritter, una filosofía escéptica y bienhumorada. Cuando estallaron las revueltas del 68, Marquard criticó la irresponsabilidad de unos revolucionarios que pretendían poner en peligro algo que merecía ser conservado, es decir, unos regímenes políticos demoliberales que pese a sus deficiencias eran lo mejor que se había creado institucionalmente.

 

No es extraño que entonces fuese considerado un conservador. Para Marquard esta caracterización no es un agravio y reinterpretó el conservadurismo a través de la agenda escéptica y pragmática («el escepticismo se inclina hacia lo conservador»). El escepticismo, de esta manera, permite defenderse de absolutos que nos esclavizan y opacan el diálogo entre personas que deben ser conscientes de su contingencia. Por ello, el pensador alemán ha defendido la división de poderes más allá de la política: «es necesario para los seres humanos tener no sólo una única historia o unas pocas historias, sino muchas historias; pues si cada uno de ellos y todos en conjunto sólo tuvieran una única historia, estarían abandonados y entregados a una única historia».

 

En la actualidad, nos ha sorprendido una peligrosa ola de redencionismo político y social que está abriendo las puertas a populismos rancios que se asientan en un debilitado humanismo de tintes absolutistas. Cada día son más los que, con métodos de dudosa legitimidad, quieren liberar a personas que no quieren ser liberadas, o que ni siquiera saben de qué tienen que ser liberadas. En este contexto tenemos la obligación de leer a Marquard, «los filósofos de la historia simplemente han transformado el mundo de diferentes maneras; de lo que se trata ahora es de cuidarlo». Y es que el porvenir solamente se puede conjugar con la conciencia de provenir. No comenzamos nunca de cero, somos seres imperfectos y debemos reconocerlo. Como nos enseña Odo Marquard, el escepticismo es la aceptación de la propia contingencia: «es libre quien es capaz de reír y de llorar; y tiene dignidad quien ríe y llora, y entre los seres humanos especialmente quien ha reído y llorado mucho».

 

(Este texto se publicó en la desaparecida revista digital Ambos Mundos hace dos años).

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