Olimpiada animal

 

Una vez cada cuatro años -ya sea en verano o en inverno-, se produce la concentración más elevada de personas por metro cuadrado en torno a un electrodoméstico: los Juegos Olímpicos. Es el mejor ejemplo de observar cómo ha evolucionado la máquina llamada ser humano.

       Tras un programa minucioso de entrenamiento -y con alguna ayudita química para los tramposos- se fuerza al máximo cada grupo de músculos para superar cotas que le hagan el más fuerte, el más rápido, el más ágil o el más flexible de la raza. En definitiva, se pretende superar el diseño que la evolución nos ha otorgado.

       El hombre es quizá el único animal que puebla la Tierra empeñado constantemente en enmendarle la plana a la naturaleza, y no se resigna a que ésta ha sometido a todos a los seres vivos a múltiples restricciones mecánicas, termodinámicas que adaptan su diseño a la vida en un entorno concreto.

       Es decir, que no es posible ser ni el primero ni el mejor en todo, porque parafraseando a otros, si el Señor, en su infinita sabiduría, así lo hubiera querido nos habría dotado de alas para volar o de unas piernas prodigiosas para realizar saltos de siete leguas… zapatero a tus zapatos, aunque el ser vivo tenga la capacidad de superarse.

       En cualquier caso, todos los animales tenemos un tamaño fruto del proceso adaptativo, con el cual nos movemos por el mundo, en la mayoría de los casos con gran éxito.

 

Citius, fortius…

A priori, puede parecer -teoría corroborada por los levantadores de pesos o halteras– que a mayor tamaño, más capacidad para soportar un mayor peso. Es decir, en teoría, en función de su tamaño un elefante es más fuerte que un mosquito (es más grande y por lo tanto levanta más peso). En términos absolutos, la afirmación es correcta, pero en términos relativos encontramos que en realidad no lo es.

       El peso de cualquier ser vivo está en relación con su volumen, pero no así su resistencia o capacidad de ruptura, que lo está con la superficie de sección de sus huesos. Es decir, el peso -el propio y el que podemos levantar- se soporta en las extremidades que tocan el suelo. Aparentemente, cuanto más grandes sean éstas, más peso levantaremos. Pero la física nos lleva la contraria, porque mientras que el peso de cualquier animal se mide en tres dimensiones -al cubo-, la resistencia, lo que apoyamos, lo hace en dos -al cuadrado-. O sea, el animal que mejor equilibrio alcance entre lo cúbico y lo cuadrado será el que gane la medalla de oro en halterofilia.

       En esta ecuación, los más grandes parten con desventaja, ya que alcanzarán más fácilmente el punto a partir del cual no podrá resistir más peso. Por ejemplo, los mosquitos son capaces de andar perfectamente sobre unas patas muy flacas, mientras que los elefantes precisan de unas descomunales en relación con su cuerpo para caminar o mantenerse en pie. De hecho, una hormiga puede transportar hasta 20 veces su peso, pero un caballo no podría hacer lo mismo.

       En igualdad de condiciones (de material y diseño), un animal será más endeble cuanto más largo sea su cuerpo, su debilidad es proporcional a su longitud. Si es tres veces superior, será tres veces más endeble porque pesará 27 veces más, ya que crece cúbicamente. Sus patas sin embargo, sólo serán 9 veces más grandes, puesto que la superficie de fricción crece al cuadrado. Ya lo apuntó Galileo en su principio de similitud, un puente pequeño es más resistente que uno grande con sus mismas proporciones y materiales.

 

Salto y velocidad

Aunque parezca mentira, si existiesen pulgas del tamaño humano jamás serían acreedoras de un metal olímpico. La altura que sea capaz de saltar un animal (h) depende de su impulso inicial, que a su vez depende de su fuerza (f) y de la distancia (d) que recorre el centro de gravedad (el punto a partir del cual perdemos el equilibrio y caemos) al extender sus patas mientras siguen en contacto con el suelo. Es decir, que el salto que consigamos está en relación de la fuerza del impulso y de la capacidad de mantener el equilibrio en el momento del salto.

       Despejando una simple ecuación física, se demuestra que la masa de un animal no afecta a su salto, sino que éste está determinado por su constitución y su diseño. Si hiciéramos un canguro del tamaño de un ratón, ambos saltarían lo mismo. De hecho ese animal existe y se llama jerbo. También hay una pulga gigante -unas mil veces más grande- o el saltamontes, y ambos alcanzan una altura similar en sus saltos.

       Si nos comparamos con los animales, nos quedamos en terreno intermedio, por debajo del canguro pero muy por encima de la pulga. Eso es así porque nuestras piernas son mayores en proporción con el cuerpo que las de las pulgas.

       El hombre puede superar el listón en la prueba de salto de altura aunque su centro de gravedad -las caderas- quede muy abajo. Salto de altura El estilo fosbury, de hecho, se caracteriza por la capacidad que tiene el cuerpo humano de provocar un salto retorciéndose hacia atrás y arqueando las caderas. Algo que la pulga, por su diseño es incapaz de hacer: solo puede saltar por encima y en la misma posición. Además el ser humano puede tomar impulso corriendo (es decir tenemos una capacidad de aceleración) mientras que la pulga solo puede hacerlo parada y flexionando sus patas.

       El diseño del tren inferior (piernas o patas), la elasticidad de sus músculos y su diseño a la hora de dar la zancada y la capacidad de ofrecer menor resistencia aerodinámica es otro de los elementos que diferencian entre sí a los animales terrestres y que determinan su velocidad.

 

¿Y en el agua?

En esa continua búsqueda de la superación, merece una especial mención la particular lucha que mantiene el ser humano por conquistar un medio al que pertenece por concepción, pero que abandona a lo largo del resto de su existencia: el agua. En este sentido, y sin profundizar en cuestiones de diseño basta con afirmar que el tamaño es fundamental para determinar la velocidad dentro del agua y la forma de nadar (en superficie o buceando).

       La fuerza que propulsa a cualquier animal, dentro y fuera del agua, depende de la masa muscular, una magnitud que se mide en función del volumen, es decir, es cúbica. En cambio, la resistencia al agua depende de su forma y sección en este caso en función de su superficie, es decir, cuadrada. A diferencia de lo que ocurre con el peso, en este caso la proporción se invierte, y la relación volumen/superficie beneficia a las especies mayores. En general, los peces más grandes son los que alcanzan velocidades superiores.

       Del mismo modo, la mayoría de los peces podrían nadar con una buena parte de su cuerpo fuera del agua -ellos también pueden aguantar la respiración-. A simple vista, se podría concluir que de este modo su velocidad sería mayor, ya que la parte que queda a flote no opone ninguna resistencia al agua.

       La realidad es otra. Con la misma energía propulsora, se avanza más deprisa sumergido. La explicación radica en que al avanzar en superficie se gasta una buena parte de la energía en producir olas, mientras que sumergidos, aunque aumenta ligeramente la resistencia al incrementarse la superficie en fricción con el agua, no se producen olas y la fuerza, por tanto, se consume sobre todo en el desplazamiento. Nadar en superficie sólo compensa si se va despacio y se producen pocas olas.

       Este reinado de los más grandes en el mar frente a los más pequeños ha originado otros mecanismos de supervivencia. A los pequeños no les queda más remedio que reproducirse constante y rápidamente.

 

Tamaños diferentes, problemas diferentes

El tamaño no solo limita nuestra visión del mundo sino también nuestra relación con él. Un elefante, que se encuentra al límite de resistencia de la materia con que está hecho, ha de tener un diseño robusto y una vida tranquila. Una caída resultaría fatal. En cambio, una hormiga, puede permitirse el tener patas muy delgadas, golpearse sin problemas o caer desde cualquier altura sin lastimarse. Sin embargo, cuando el animal cambia de medio el comportamiento es el contrario. Un elefante puede bañarse sin problemas, pero la tensión superficial (la resistencia que hay que hacer para poder sacar un pie o pata una vez introducida dentro del líquido elemento) del agua resultaría un peso insoportable para la hormiga. Por ejemplo, cuando el ser humano sale del agua, las partículas que se le adhieren a la piel hacen que pese un 1% más. La hormiga, en el caso de poder bañarse sin ayuda, pesaría cuatro veces más al salir que al entrar y no podría moverse e irremediablemente se hundiría.

       El problema de las bacterias, en cambio, es encontrar la línea recta, una tarea imposible, ya que por su tamaño las moléculas del medio que la rodean son el equivalente a pequeños proyectiles cuyo impacto pueden desviarla considerablemente. De ahí que adopte el característico estilo browniano.

       En el caso de los humanos también el tamaño determina nuestro ser. Y como muestra un último botón: los liliputienses, por mucho que hubieran inventado el fuego, jamás habrían podido mantener encendida una hoguera por mucho tiempo. Las astillas que hubieran podido transportar se quemarían más rápido que la velocidad a la que estos hombrecitos pudieran acercarlas al fuego.

       Las propiedades físicas de la materia imponen restricciones , a los organismos, pero no hay que desesperarse. Existen todavía muchos diseños posibles que no han sido ensayados por los seres vivos: animales o plantas que vivan sobre la superficie del agua, animales con ruedas…. Eso sí, con permiso de la información genética (no del doping), porque es la principal restricción -y también motor- que condiciona nuestro diseño.

       En cualquier caso, para todos los millones de televidentes, una nota: en una olimpiada animal, la única, y para muchos más valiosa medalla, que conseguiríamos los humanos sería la de ajedrez, y no es deporte olímpico.

 

 

 * RECORDS DEL REINO ANIMAL

 

 

 


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