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One


 

Una vez más, más de lo mismo. En el taxi voy escuchando la radio en árabe como música de fondo. No entiendo nada, tan sólo algunas palabras claves, Irán, Kuwait, embajada, Bir Hassan…no cuesta identificar la zona en cuestión de la que los locutores están hablando y muchos menos adivinar lo que ha podido pasar. Efectivamente: una nueva bomba en el sur de Beirut, en otro mundo que corre paralelo al reino cristiano.

 

Siento algo parecido a la pesadumbre…

 

En mis cinco años en Beirut una universidad libanesa me ha dado la oportunidad de poder residir y sobrevivir en este país. He conocido principalmente a muchos alumnos cristianos, también chiíes y drusos, en menor medida suníes. Hoy me reencuentro con un grupo de chicas de Farmacia con las que compartí horas y horas el semestre pasado. Me conmueve el hecho de que hayan solicitado que vuelva a ser su profesora. Sobre la mesa han dejado un montón de chocolatinas a modo de regalo de bienvenida. No sé qué decirles. Debo de parecerles un tanto fría dando las gracias como puedo. Contemplo sus caras: allí está Elsa, toda una campeona nacional de ping-pong; María, tan masculina, aprendiendo a boxear; Mira, que llegó a Beirut hace dos años huyendo con su familia de Alepo; Sabine, dulce, aplicada, responsable; su amiga Carine, siempre dispuesta a trabajar, sencilla, tan diferente de esas libanesas redecoradas como un pavo antes de ser devoradas; Yara, tímida como una niña pequeña, a la espera de florecer; Romy, la rubia de ojos verdes, chupándose los dedos al describir frente a mi escepticismo las deliciosas paellas que asegura hace su madre; Mary, la graciosa Mary, la mayor de 4 hermanas, la monitora en los campamentos de verano en busca de un eterno novio, y Zeina, la chica iraquí de cálida sonrisa envuelta en esos oscuros mantos que la protegen de un mundo al que podría hacer frente con su firme determinación.

 

Me preguntan si no tengo miedo. Para algunas de ellas, que conocen Europa y han viajado a España, resulta imposible entender como elijo Beirut frente a Madrid o Barcelona. España es un paraíso en el que no hay bombas, en el que no hay cortes diarios de electricidad, en el que no falta el agua, en el que no sabemos el potente veneno que inocula la religión. Comentan el ajetreo que se produce después de cada explosión, siempre hay algún compañero de clase que ha escuchado esta mañana retumbar las dos potentes bombas, siempre hay alguien que se ha pasado dos horas atascado en la carretera por culpa de los controles policiales, alguien que se plantea irse a vivir a una zona más segura.

 

Alejada de un discurso igualitario que me espanta, no sé francamente dónde reside ese presunto  abismo que separa a cristianos de musulmanes, excluidos por supuesto los analfabetos más radicales. A todos les han enseñado un buen puñado de tonterías de pequeños. Las mismas que me enseñaron a mí enmarcadas en el trozo de terreno católico en el que me tocó nacer. Pero con el paso de los años, y sin poseer ninguna cualidad especial, fui deshaciéndome de ellas, como se deshace uno de un abrigo viejo. Zeina, la chií, con su gabardina larga y beis, nos habla de su José, que se ha ido a pasar unos días a Londres y el muy cabrón no osa responder a sus mensajes. Enseña a José en una foto de móvil, suspira con lo guapo que es, mientras sus amigas hacen coñas porque se pasa las noches chateando con el tío pesado. Mary, cristiana maronita, continúa su lucha contra la pesa, no consigue adelgazar pero entretanto hace acopio de pendientes y zapatos que nos muestra, a cada cual con más brillo y más horripilante.

 

Quizá lo más estúpido de todo es que las cosas que nos unen son muchísimo más fuertes que las que nos enfrentan. Quiero que estas niñas sigan soñando, que sueñen con casarse y formar una familia si eso las hace realmente felices, que aprendan todo lo que se halle a su alcance y después decidan, quiero que sean ellas mismas, sin miedo, con naturalidad, con inocencia, impidiendo que esa capa de polvo que viene del pasado se pose sobre ellas, deseo que avancen por su propio camino, libres, que continuemos charlando sobre novios, zapatos, pedicuras, estudios, sobre el reto que supone estar vivo en medio de todo esto. Agradezco sus sonrisas cada semana, sus ganas de formarse, su ilusión, su inmensa hospitalidad y cariño que son los de esta tierra, su alegría de vivir. Y solo espero que este ingrato Líbano en el que han nacido no las atemorice nunca, no las haga replegarse sobre sí mismas porque el universo que compartimos es el mismo. Uno.

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