En cuanto se acerca la primavera hay un fenómeno que se repite cada año. Los gimnasios se llenan y también lo hacen los escaparates de farmacias y herbolarios, plagados de anuncios que ofrecen un rápido y milagroso adelgazamiento. Así nos familiarizamos con términos como la centella asiática, las píldoras “devoragrasas” o la l-carnitina.
No obstante, no se trata de un tema baladí. A nivel mundial entre 1990 y 2010 la obesidad aumentó un 82%. En España, según la Encuesta Nacional de Salud 2011-2012, un 17% de la población adulta es obesa y el 37% presenta sobrepeso. En el caso de los niños, uno de cada 10 es obeso y el 20% tiene exceso de peso, lo que es aun más preocupante ya que está demostrado que las personas que presentan obesidad en su juventud tienen un mayor riesgo de sufrir enfermedades como diabetes, problemas cardíacos o hipertensión cuando lleguen a adultos o incluso antes.
Estas cifras no presentan muchas diferencias en función del género, pero la mayor preocupación de las mujeres por su aspecto físico les lleva a ser más vulnerables a regímenes de adelgazamiento y productos milagro. Según un estudio del Instituto Médico Europeo de la Obesidad, las mujeres españolas pasan una media de ocho años de su vida a dieta. Teniendo en cuenta las cifras antes comentadas, es evidente que la mayoría de esas dietas son infructuosas, por el llamado efecto “yo-yo” o rebote: después de un periodo de dieta restrictiva, al volver a una alimentación “normal” nuestro organismo recupera los kilos perdidos (y en algunos casos incluso se aumenta de peso, porque el cuerpo se quiere asegurar unas reservas por si se vuelve a la dieta).
La cuestión es que la mayoría de las veces las promesas de muchos productos y regímenes nos ciegan y nos dejamos llevar sin pensar en que mantener un peso sano exige una constancia y no se logra de la noche a la mañana. Lo primero es ser realistas, no vamos a perder 20 kilos en dos días, y lo segundo, es esencial contar con el asesoramiento de un médico (ya sea un endocrino o nuestro médico de cabecera) porque sino en lugar de kilos podemos perder la salud.
No podemos limitarnos a seguir una dieta sino que hay que acompañarla de ejercicio para que sea realmente efectiva, además de cambiar nuestros hábitos alimenticios para que podamos mantener el peso. Eso no implica seguir comiendo lechuga el resto de nuestra vida sino una alimentación equilibrada y variada, regida por el sentido común. Evidentemente hablar de lograr unos objetivos a largo plazo es mucho menos atractivo que “adelgazar mientras duermes” o tomar una pastillita que elimina nuestros “excesos” y “bloquea las grasas”, pero nadie dijo que fuera fácil.