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Operación Chávez

 

Cada vez se está más convencido de que Maduro debió de ser el ganador del casting de dobles de Chávez (quizá ese sea el punto de partida de la democracia de Venezuela), como ese concurso del Sloopy Joe’s al que Vila Matas quería presentarse en Florida, pero en este caso sin cumplir ningún requisito. Igual que si fuera un Latre suramericano, se reían no hace mucho en un programa de radio escuchando sus soflamas, a propósito del timbre de una voz, y de una entonación, incluso de unos argumentos asombrosos por la identidad con el líder fallecido.

 

Imagina uno el proceso, como el de esas operaciones triunfo por donde van pasando aspirantes de toda clase y condición, haciendo lo mejor, o lo peor, que se les ocurre; en las que de repente aparece Nicolás con su pelo azul, y su bigote azul, y hasta con un sombrero de vaquero como un gavilán, un personaje secundario de frontera de Cormac McCarthy, encandilando al jurado: la idea de la sucesión política reconvertida en talent chou.

 

Al imitador se le ha visto en imágenes del pasado disparando con pistola desde los tejados: un presidente en sus inicios haciendo aún mayor la parodia del molde; alguien, éste último, a juzgar por el presente, más interesado en perpetuar su mito mediante un álter ego que es, a su vez, un bardo que canta leyendas por los pueblos, que en el futuro de la república bolivariana, donde hasta el nombre suena a carnaval.

 

De seguir la dinastía, se ve en el futuro una suerte de suerte de suerte del Comandante. Una degeneración como si en ‘Dos hombres y medio’ siguiesen cambiando el protagonista: de Charlie Sheen a Ashton Kutcher y en este plan, pero en lugar de para provocar risas, esas que siempre suenan entre chiste y chiste, para que, entre otras cosas, sigan funcionando cárceles oscuras como aquella cubana de ‘Antes que anochezca’, en la que Johnny Depp torturaba al Bardem (tenía que ser precisamente él) que calcaba al pobre Reynaldo Arenas.

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