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Mientras tantoOpiniones cruciales de Santiago Sastre

Opiniones cruciales de Santiago Sastre


Santiago Sastre presentando una de sus novelas. Foto: David Pérez. La Tribuna de Toledo

En un párrafo titulado “Sobre la inutilidad de los talleres de escritura”, el escritor toledano Santiago Sastre escribe que estos talleres son útiles para aprender literatura y conocer algunas técnicas, pero que no pueden enseñar a ser escritor. Efectivamente, ser escritor es un don y se nace con ese don. Naturalmente, ese don hay que cultivarlo. Ser escritor es un don porque escribir literariamente es un acto de habla. Escribir y hablar tienen idéntica materia prima. Si bien la escritura literaria es un habla especial, un arte combinatorio que el buen escritor debe aplicar bien. Los hombres no aprendemos a hablar; tenemos el don de estar capacitados para hablar. Luego hay gente que habla mejor y gente que habla peor. Mi amigo Santiago Sastre concluye su párrafo escribiendo que “quien no tiene madera de escritor es difícil que lo consiga por muchos cursos en los que se matricule.”

Hace ya muchos años, Santiago Sastre, situado en una generación inmediatamente superior a la mía, fue mi discípulo, pero después, y utilizo la expresión de Eduardo Chicharro, fundador del Postismo, dirigida a Carlos Edmundo de Ory; después de ser yo su maestro, “con el tiempo, él lo fue mío”. Y es ahora mi maestro precisamente por ese modélico estatuto de pródigo y excelente escritor que su trayectoria arrastra. Él ha escrito mucha poesía, narrativa infantil, ensayo, teatro, novela. Es antólogo. La referencia del principio, ese párrafo titulado “Sobre la inutilidad de los talleres de escritura”, está contenido en su libro La última camisa de Machado. Cavilaciones, lecturas y comentarios, publicado en la Colección Lunaria de la toledana editorial Celya hace un par de años, y que ahora leo. El título alude a un dato vital de Machado. Cuando llega a Colliure, tan desvalido, y su madre y él se alojan en el hotel Bougnol Quintana, en la entonces Rue de la Parre, hoy Antonio Machado, algunas veces no podía bajar al comedor porque la única camisa que tenía se estaba lavando.

El subtítulo de este libro ya indica con nitidez de lo que va: un conjunto de reflexiones amenamente escritas, variopintas, y que muestran el gran fondo cultural que el autor atesora. Se puede decir que la principal característica, global, de estos numerosos escritos, ordenados, en apariencia, aleatoriamente, es la de una filosofía práctica, un estudio animado, y alegre, de las posibilidades del hombre. No en vano, el bueno de Santiago afirma, quizá machadianamente, que “la utopía sirve para caminar”. Aboga por un “tú”, un tú siempre salvífico (Dios, el prójimo), al que el hombre está abocado. Dice: “Dicen los psicólogos que los niños primero tienen experiencia del tú y que posteriormente ya son capaces de elaborar la noción del yo”.

El libro recorre sustanciosas opiniones sobre escritores, filósofos, artistas en general: Gómez de la Serna, Heráclito, Cela, Proust, Lewis, Umbral. El juicio de Santiago Sastre sobre Francisco Umbral coincide con el mío: “Me gusta como articulista y como personaje público, siempre tan lenguaraz, tan políticamente incorrecto, como si estuviera por encima del bien y del mal, con una personalidad arrolladora”. Yo sustituiría, en mi juicio, articulista por novelista. De todas formas, recuerdo un magnífico artículo suyo, a propósito de las trampas que cometieron algunos diputados en el Congreso, votando con el pie en el botón del vecino ausente; el artículo concluía: “¡Ojo!, la próxima vez votarán con el capullo”. También nuestro escritor trata de los géneros literarios y habla de ese inconsistente género que es el haiku: “Escribir formalmente un haiku es muy fácil, pero escribir uno que lleve en sus venas ese relámpago tan deslumbrante es lo difícil y se consigue pocas veces.”

La parte central del libro está ocupada por unos temas muy interesantes, haciendo que los textos de sus diversos párrafos contengan unas opiniones muy cruciales emitidas con gran acierto, versatilidad y lucidez por parte de nuestro autor. Santiago Sastre dilucida sobre cuestiones como los derechos de los animales o el carácter de la política. Respecto a lo primero, establece como premisa que los animales “no pueden ser considerados agentes morales”, ya que no tienen capacidad para decidir, aunque los niños y otras personas con severas minusvalías tampoco la tienen; y a él le parece que hay que distinguir entre los seres sintientes, capaces de percibir el sufrimiento, porque cuentan con un sistema nervioso desarrollado, y los que no lo son. O sea, distinguir entre el mono o el perro y la lombriz o la cucaracha, como el propio Santiago Sastre ejemplifica.

En cuanto a lo político, Sastre comienza afirmando que hay dos clases de filósofos; para lo que él quiere decir, dos clases de seres: los maquiavélicos y los platónicos. Los primeros actúan con astucia y doblez. Son astutos, o quieren serlo, como los zorros. El propio Maquiavelo quería que sus seguidores ejerciesen su cometido con la fuerza de un león, para estar siempre amedrentando. Lo maquiavélico lleva a lo político, ése es su fin. “Al político –escribe Sastre- no le vale ser buena persona (y destacar por virtudes como la generosidad y la humildad), porque la política y la moral están separadas, cada una tiene sus propias reglas.” Sobre el hombre platónico, Santiago escribe que es alguien “que no se preocupa de las cosas materiales (en la que tiene más peso Don Quijote que Sancho Panza) y trata de ser fiel a sus ideas.” El peligro en el hombre platónico lo ve en su propensión hacia el idealismo amoroso, o el idealismo quijotesco, infiriendo que este idealismo “tergiversa o deforma la realidad y se corre el riesgo de amar a una persona [o un ideal] que sólo existe en la cabeza del amante.”

Santiago Sastre toca también el asunto de la predestinación en el enfoque protestante, concretamente en la visión calvinista. Parte de Max Weber, autor del libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Sastre expone que “la doctrina calvinista insistía en que la vida que llevase una persona podría ser un indicio a la hora de saber si se condenaría o se salvaría: si le iba muy bien en este mundo, se salvaría, y si le fuese mal (en relación a ser pobre) se condenaría.” Juan Calvino, según algunos críticos, fue el creador de un capitalismo primitivo y veía bien atesorar dinero y promover el crecimiento del comercio y la banca.. Otra discusión suscitada en este, en verdad, gran libro, que tiene además la virtud de ofrecer al lector la enseñanza sinóptica de grandes autores, es la de acertar si el hombre es malo o bueno. Sastre se apoya en dos filósofos preeminentes: Thomas Hobbes, para lo primero, y Jean-Jacques Rousseau. Hobbes, en su libro Leviatán, habla de que los hombres viajan armados en todo momento, echan el cerrojo a sus casas e incluso la llave en los armarios, pues, como alude Sastre, el hombre “no se fía de nadie”. Sin embargo, el autor de La última camisa de Machado comenta que Rousseau piensa lo contrario. Si bien, afirmando que el hombre nace carente de maldad, luego la adquiere cuando conoce la propiedad privada, corrompiéndose y haciéndose malvado. Rousseau sostiene que los niños, los campesinos y los salvajes se salvan, pues no se han corrompido por el afán monetario. Cosa que Sastre contradice, aduciendo ejemplos literarios y cinematográficos, y concluyendo que la posibilidad de la maldad “acompaña al hombre allí a donde va o viva donde viva.” Otro párrafo de este libro se titula “A vueltas con la historia”. En él Santiago Sastre destaca, sobre todo, dos planteamientos: la deducción de Marx cuando aseveraba que la historia acabará en el comunismo, donde todos seremos felices; y la intrahistoria unamuniana, en la que, protagonizándola, las personas anónimas “cumplen con sus trabajos y deberes y hacen que funcione la maquinaria de la sociedad.”

Otro capítulo curioso, largo capítulo, quizá el más extenso del libro, llamado “Arrabalesca”, habla de Fernando Arrabal. Traza una breve biografía del dramaturgo y novelista, refiriendo su paso por la cárcel española por dedicar así un libro: “Me cago en Dios, en la Patria, y en todo lo demás”. El abogado lo defendió diciendo que ese Dios estaba dirigido al dios Pan, y que en Patria había una errata, pues debería haber escrito Patra, su gata Cleopatra. También relata la supratelevisada borrachera de Arrabal en el programa de Sánchez Dragó El Mundo por montera, diciendo, como una cuba, y sentándose en una frágil mesa de cristal del plató de que el “milenarismo” estaba a punto de llegar. Él luego se excusó diciendo que había tomado un medicamento con unos cuantos anises, marca Chinchón. En dicho capítulo se refieren los vínculos de Fernando Arrabal con Castilla-La Mancha, sin dejar de citar, como es justo, al poeta y editor Juan Carlos Valera, amiguísimo de Fernando, quien ha organizado alguna exposición (yo asistí a una de ellas) sobre el arte arrabalesco. Santiago Sastre dice, con razón, que Arrabal es más conocido en Francia que en España. Particularmente es seguro que en Francia es más conocido que en Toledo, pues nuestro autor cuenta que asistió a una charla-coloquio de Arrabal el 23 de febrero de 2012, en el Teatro de Rojas, en la que estaban presentes apenas algo más de una docena de personas. (Yo tengo mucho reparo en las intervenciones, en las presentaciones, siendo mucho más “universalmente desconocido” que Fernando Arrabal). Sí se representó en el Rojas su pieza El jardín de las delicias, una antigua obra que hasta entonces no se había representado en España.

Hay en este volumen una deliciosa metáfora de empatía referida a los zapatos, variaciones sobre un clip, un elogio a la mano derecha, una mirada a las ventanas encendidas en la noche concebida como un venturoso presagio de la vida, y un muy sabroso “Inventario de tierras”: “No es lo mismo la tierra de un tiesto, la que labra el agricultor, la que divisó Rodrigo de Triana desde la Pinta, la que aguarda en un parque la llegada de los niños, la que sujeta a una montaña, la que entierra a un muerto. Cada una tiene su manera de estar firme”. ¡Asombroso! Al final, hay una ‘Oración por los poetas’, no sé si algo influida por la grandiosa “Oración por Marilyn Monroe” de Ernesto Cardenal. La estrofa final de la oración de Santiago Sastre dice así: “Gracias, Señor, por los poetas, porque en ellos vuelves a crear el mundo. Con sus figuras literarias lo llenan todo de generosos parentescos. Todo llega por primera vez a la carne agradecida del lenguaje y recibe el bautismo de ser dicho. Cada poema es un ‘Levántate y anda’ y todo sale a pasear como si fuera un nuevo Lázaro.”

En el poema todo es perfecto. 

Nota.- Parte de este artículo se publicó hace unos días en la edición castellano-manchega de el.Diario.es, con el título de La palabra templada de Santiago Sastre. Es ahora cuando me place ofrecer este texto mío, ofrendado a un excelente escritor, para mis estimados lectores de fronterad.

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