—Porque —dijo el artista del hambre levantando un poco la cabeza y hablando en la misma oreja del inspector para que no se perdieran sus palabras, con los labios alargados como si fuera a dar un beso—, porque no pude encontrar comida que me gustara. Si la hubiera encontrado…
Un artista del hambre (1922), F. Kafka
*
Casi cien años después el artista del hambre come sin problemas, ha encontrado en el mercado productos buenos y ricos, bien envasados e higiénicos, muy apetecibles.
Pero el hambre del artista ha subido de la boca a los ojos y se ha abierto.
Ahora el artista tiene hambre en los dos y no consigue aplacar la vista por mucho que mire fuera. Busca los ojos de otros, busca la ejecución de una obra, busca todavía.
Boca hay una, ojos dos, ha manifestado en 2022.
Pero de momento no ve nada, nada de nada, no puede encontrar vista que le guste y anime y empuje y alce y le haga salir de su jaula larga, extensa, ramificada, global, recta, hundida.
Ayer, en el metro de Toledo, en la línea 1, entre Sinagoga y Puerto, le vi, entre músicos malos y vagabundos excelentes. Aguardaba su turno.
Empezó a mirar.
Si bien nadie le hizo caso, pues contemplaban otras cosas entre sus manos sin alzar la vista ni entre ellos.
A solas:
Me acerqué, levantando un poco la vista y hablando a la oreja del artista, para que no se perdieran mis palabras, con los labios alargados como si pudieran dar un beso.
Acababa de finalizar un relato del gran Kafka, Un artista del hambre, de 1922. Guardé el librito en el abrigo.
– Pero primero dime dónde estamos, mi espectáculo va de metro en metro y no sé dónde estoy ahora. Ayer o antes andaba por Stalingrad, París.
– Estamos en el metro de Toledo.
– No sabía que hubiera metro en Toledo. ¿Toledo, España?
– Sí, ahora estamos en la línea 1, vamos hacia Puerto, donde desemboca el Tajo en el mar.
– Tampoco sabía que a Toledo llegara el mar. Recuerdo que era una ciudad de interior, algo elevada y con más de una sinagoga.
– …
– …
– ¿Te animas y subimos juntos a ver qué hay arriba?
– Estoy tentado, quizás acepte.
– …
– Al fin y al cabo es mi vida, esta oquedad, buscar el aplacar la vista y nada.
– Qué palabra extraña.
– Sí, la creé para estos huecos bajo tierra, oquedades. Antes ni existía.
– ¿Entonces vamos?
– A ver qué ocurre ahí fuera…
– Pero recuerda que estamos en el metro de Toledo.
– Que antes ni existía.
– Que antes ni existía.