Por poco interés que se tenga por la música clásica, es imposible que no se sepa que el contratenor Orliński acaba de pasar por Madrid. Más concretamente por el Auditorio Nacional de Música. Como toda estrella no ha habido periódico general ni revista musical o de tendencias que se haya resistido a recomendar el concierto y, si han tenido la oportunidad, a entrevistar al cantante.
Consecuencia, ha llenado el auditorio, menos los asientos delante y alrededor del órgano porque no estaban a la venta. Y, otra consecuencia, ha reducido ligeramente la edad media de los asistentes. Sí, es capaz de generar nuevos públicos.
Asistentes que sabían a quién iban a ver, pero no parecía que supieran qué iban a oír. Y es que este cantante se ha hecho famoso por cantar el repertorio barroco como pocos. Y en este concierto no lo abandonó, pero, digamos que no fue su fuerte hasta los bises que dio.
Este era un recital para presentar en Madrid Farewells, su penúltimo disco. Una obra llena de canciones polacas de corte romántico más bien. Canciones gustosas, excepto para aquellas personas que creen que existe un canon idílico y no quieren que se lo toquen. Ni les introduzcan figuras que puedan disputarle el trono a sus ídolos.
En este sentido, la situación recordaba mucho al que dio hace poco Björk en Madrid en el Winzik Center. En el que ella tocaba y cantaba Fossora su último y difícil disco, arropada por una producción impresionante. Mientras sus fans le pedían las viejas canciones, las que le dieron fama.
Aunque, a diferencia de esta, las canciones polacas de Orliński sonaban reconocibles al oído. Y, su sesgo eminentemente romántico, permitían disfrutarlas sin prejuicios. A lo que ayudaba, y mucho, la competencia del pianista que le acompañaba, Michal Biel. Según la información manejada, la persona que le propuso y animó a esta recuperación que se concretó en el disco que se presentaba.
Algo de barroco, mucho de romanticismo polaco, y el carisma que tiene este cantante, al que se le ve disfrutar en escena con lo que hace, contribuyeron a que el público mayoritario disfrutase del concierto. Un público que, al menos una parte, no parecía acostumbrado a la liturgia de la clásica y, poco le faltaba, para interrumpir al cantante o aplaudirle en cualquier momento de la pieza. Incluso lo hicieron, a pesar de que el contratenor avisase. Aunque se les puede excusar porque el aviso lo hizo en inglés.
Es cierto que no fueron malas las canciones elegidas. Tampoco sonaban nuevas. Pero eso no quiere decir que no estén a la altura de las de los grandes o que les puedan disputar el sitio. Quizás, al que se le podrían poner algunas pegas es justo al cantante, pues en ciertos momentos la voz parecía irse por un derrotero que no indicaba la música. Y que rápidamente, por su calidad y talento, volvía a recoger. De hecho, algunas de las canciones, se oyen mejor en la grabación, escuchada a posteriori del concierto.
En definitiva, todos tuvieron lo que buscaban. Los críticos muy críticos y puristas sus argumentos para mostrar su enfurruñamiento y esas dudas que les provoca este cantante, tal vez por su popularidad más allá de los melómanos. El público tuvo su cantante, al que adora y no le ve un defecto. Al que pudo celebrar durante el concierto y haciendo cola para que le firmase alguno de sus discos que podían comprar a la entrada y a la salida de dicho concierto.
Entremedias, queda un recital ni bueno ni malo, sino todo lo contrario. Un cantante que tiene carisma y calidades musicales e interpretativas para poder disputar el trono que ocupa por derecho Jaroussky, que también ha traído la empresa de comunicación Impacta. Y un repertorio clásico, el polaco, que va ganando cada vez más adeptos y añadiendo nombres. Como por ejemplo los de Szymanowski, que no se cantó, y el Moniusko, del que se cantaron varios temas.