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Otoño en Valdebebas

 

Uno tendría que hablar de Benzema si no lo hubiera hecho hace un par de semanas, aunque quizá debiera repetir. De elegancia habría que escribir siempre y a este Madrid cabría incluirle en las páginas del Vogue con reportaje y pies de foto en plan: “Benzema se mueve al borde del área”, igual que en la revista de moda muestran a Carlota Casiraghi ejecutando un gesto natural y delicioso. La otra cara del fútbol, la de toda la vida, es la que pone a Casillas en Marca “realizando una acrobática palomita” cuando en realidad el balón se lo ha lanzado Vecchi con la mano y a la escuadra como le lanzaba el tío de uno la pelota de goma en casa para que jugara a ser Arconada.

 

Este Real Madrid es de revista y no de gaceta futbolera, porque además no sólo de Karim vive el madridista, sino que puede elegir de entre todo un elenco de modelos a cada cual más imponente. Si Cristiano juega como posa, con un par, y con una presencia que genera suspiros hasta en el Sport (donde miran a su némesis con la amorosa decepción del doctor Sloper a su hija Catherine, la heroína de ‘Washington Square’), Gareth es tan apolíneo jalando por su banda como Induráin lo era vestido de contrarreloj.

 

La BBC es una marca de lujo (donde casan poco los bailes caribeños) y un terceto para la historia que se está escribiendo. Endecasílabos que riman dejando casi siempre un verso libre dentro de una composición mayor, como la elegía de Miguel Hernández que les cae implacable a los contrarios: “Un manotazo duro, un golpe helado/ un hachazo invisible y homicida/ un empujón brutal te ha derribado…”.

 

En Bilbao hoy en lugar de rugiendo deben de estar recitando como frailes, y los próximos rivales estudiando, leyendo y releyendo sonetos para que no les pille de súbito la emoción de la poesía y el esplendor en la yerba. A este paso los partidos del Madrid van a ser con pasarela en la que ya no hace falta ni Xabi, el clásico que cambió la alta costura por el traje tradicional bávaro en una Oktober Fest de la que decía Camba que, con lo que se come, se podría depauperizar a media España.

 

Eso es en lo que quizá estén pensando en el Bayern, en impedir que el Real Madrid empobrezca no a media España sino a toda Europa con un juego y una presentación virtuosos, donde la maledicencia habitual calla en la coyuntura, transforma sus titulares y vuelca sus impresiones por boca de sus voceros como el Torrente que tiraba su bufanda atlética en la alcantarilla al paso del madridismo. Hasta Kroos, que llegó bebiéndose todas las jarras de cerveza, como si aún llevara la ropa interior muniquesa, ha suavizado su desempeño, lo ha estilizado, lo ha benzemizado, y de él parece haber salido Modric de nuevo, como un polluelo, para alternarse en el imperio y en las ausencias.

 

Porque las ausencias son ese toque de clase innata en Chamartín. El ser que en el periodismo deportivo patrio supone la condena. La condena inolvidable o la exquisitez, como la de James haciéndolo todo con la izquierda, igual que un niño. Las desapariciones o la rotación natural, lírica en días como ayer, que son como una suerte de modestia, de discreción, de alejamiento prudente y necesario, la generosidad distinguida en cada pase y en cada movimiento: “marca tú, juega tú, lúcete tú”, y sin tiempo para pensarla con su ritmo vertiginoso. Una brisa que se va y parece perderse y que sin embargo vuelve, cambiando de sujetos, a veces en forma de tormenta, incluso de galerna furiosa tras la que siempre sale el sol y el viento se calma, luego de la jornada pasmosa, como si anoche hubieran celebrado el banquete en la aldea de Astérix, y por ello en esta mañana de otoño sólo hubieran estado cantando los pájaros en la apacible Valdebebas.

 

Publicado en ‘El Minuto 7’.

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