Hay quien dijo que aquel que no se atrevía a salir de su barrio nunca, era como aquel que no se atrevía a escribir un capítulo nuevo en la historia de su vida. ¿Cómo avanza entonces tu libro? ¿Son historias repetidas o aún te quedan muchas páginas en blanco? Si la vida es un viaje, como decía Ortega y Gasset, hagamos que, por lo menos, tenga una trayectoria interesante, repleto de Ítacas donde admirar nuevos lugares, unas veces urbanitas, otros naturales. Un viaje donde impere el respeto hacia otras culturas, compuesto de diálogos con indígenas y de encuentros con otros viajeros. El buen viajero-aventurero lo sabe. Viajar, ganar en perspectiva, viajar, abrir la mente, viajar, sinónimo de amar con mayor intensidad. El que viaja aprende a echar de menos, del mismo modo, que aprende a soltar las riendas de la amistad cuando cada uno ha de seguir su camino.
Kavafis nos decía: ‘Cuando emprendas tu viaje a Ítaca debes rogar que el viaje sea largo’. En cada paso, una huella. En cada destino, un amigo. En cada aventura, una lección aprendida.
Leeor
Esta noche conocí a un joven de 23 años, alto, delgado, con barba, de pelos rizados, de origen y nacionalidad israelí, pero con el visado Green Card estadounidense, el que desean muchos inmigrantes en USA porque les otorga el permiso de vivir en el país indefinidamente. Por su físico, este joven podría ser natural de muchos países. Se llama Leeor Schweitzer y viaja con su laptop, una cámara de fotos, aunque una se la robaron y otra la perdió en un autobús, lleva un cuaderno de notas donde apunta sus ensoñaciones, una maleta con algo de ropa y poco dinero. Es políglota, habla inglés, hebreo, español, alemán y chino. Me cuesta creerlo, pero conmigo habla un español fluido y su inglés es perfecto. Dice que le encanta estudiar idiomas, aunque su major (carrera) sea la de Ciencias Políticas. Terminó la carrera y decidió ponerse el mundo por montera viajando. De momento, tal vez sea por inquietud, no se identifica con la palabra estabilidad.
En sus viajes se aloja en casa de los que encuentra en la red social de Coachsurfing, una red de viajeros que alojan a otros viajeros. De bajo coste y de buen hospedaje, en la que de 30 ocasiones sólo en una tuvo algún problema. Recién llegado a Austin desde Costa Rica, después de un viaje de cinco días de autobús y de haberse recorrido varios países en Latinoamérica. Leeor no es el primer mochilero, y ni probablemente el último, al que conozco por casualidad en la capital de Texas.
Para este joven aventurero viajar es un estado mental. Creo que estoy pensando en espacio y tiempo, distancias y duración todo el tiempo. Pienso en tiempo y espacio en una manera muy diferente de como pensaba en ellos antes cuando tenía más estabilidad en la vida. De todos modos, y aunque sea ave de paso, selecciona países donde tiene amigos residentes. Si está varios días en un lugar decide buscar trabajo para ganar algo de dinero. Pero lo tiene claro, no entiende a quienes trabajan en algo que no le gusta para después gastarlo. Llevo nueve meses viajando y tengo pensado seguir así otros tantos, me dice. Confiesa que no le gustan los aviones, prefiere los autobuses, pero para volará a Israel, desde donde tiene pensado viajar en barco a Tailandia y cruzar China por tierra.
‘Yo soy parte del mundo’
Afirma que no tiene hogar. Entonces, le pregunto: ¿El mundo es tuyo?‘. No, me corrige: yo soy parte del mundo. ¿Tu hogar no es donde viven tus padres? No, me responde, mi hogar hoy es esta casa donde estamos. Podría decirse que hace del presente su hogar aunque me confirma que procura hablar con sus padres, por lo menos, una vez por semana. Ha aprendido a decir adiós porque está en continuo movimiento y dice que le gusta entrenarse con las relaciones humanas. Ligero de equipaje. No se aferra, se siente libre. Sin trabajo estable, sin pareja, ni responsabilidades, sólo con el deseo de viajar. Otro joven Dominique, con ganas de recorrer el mundo.
Casualidad o destino. Esta mañana recibía en mi buzón el libro Un dólar cada mil kilómetros donde Dominique Lapierre relata sus peripecias a los 18 años por el Nuevo Mundo, comenzando por Texas, en el verano de 1949. Se lo comento a Leeor, que nunca escuchó hablar de Dominique Lapierre. Entonces le recomiendo el libro, le prometo este post y le intento hilvanar el siguiente párrafo del prólogo al libro remitido:
Me siento feliz y orgulloso de decirlo: al abrirme las puertas del mundo, al despertar mi curiosidad, al obligarme a superar mis miedos de adolescente, ese primer viaje de mi existencia fue el regalo más bello que el cielo podía ofrecerme en el albor de mi destino. Gracias a él pude descubrir horizontes cuya magia nunca más abandonaría mis sueños.