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Otros septiembres

A veces el tiempo se pone simbólico y ofrece un punto de inflexión térmico a los regresos inamovibles en el calendario de nuestras rutinas. Llueve el uno de septiembre en Madrid, con la naturalidad del telón que cae al final de una función anunciada y predecible.

 

Debe ser la madurez, pero cada vez más gente a mi alrededor regresa de sus vacaciones pensando que otra vida es posible. Al menos otros esquemas de vida que los rígidos binomios trabajo-ocio, actividad profesional-jubilación. Quizá sea porque bastante a menudo, nuestro mundo de deber y producción nos resulta amenazador, voraz e infiel y el de libertad y recreación, escaso, carísimo y bastante sospechoso de impostura.

 

Leo artículos varios sobre crisis postvacacionales. Los lugares comunes de reflexión siguen siempre refiriéndose a los personajes-tipo de la época que representamos. Tanto hombres como mujeres. Ahora bien, no sé por qué, me da la sensación que la puesta en marcha de una nueva temporada reclama más a éstas últimas que a los primeros. ¿Había tanta crisis postvacacional hace una generación cuando la mayoría de mujeres no trabajaba? ¿O de nuevo hay tácitas (y expresas) llamadas de atención a ocupar el lugar que nos corresponde en el sistema productivo (y reproductivo)?

 

«Puesta a punto tras la vacaciones», venden la mayoría de portadas de revistas dirigidas a mujeres, hay que reparar  todas las piezas del  manipulado y diseccionado cuerpo femenino, hace apenas unas semanas bombardeado por la operación bikini. Desde las pestañas hasta las durezas de los pies, parece que el verano nos erosionara como a las rocas. Especiales de moda infantil y mil consejos para gestionar de forma eficiente la «vuelta al cole», es otro de los temas estrella; tambien hay que renovar vestuario,  hacer alguna colección de dedales, probar nuevos cursos orientales que transforman la energía, tomar litros y litros de agua y dar actimel a toda la familia. Creo que con sólo la mitad de estas exigencias otoñales, dirigidas en su mayor parte a las mujeres, daría para tres o cuatro crisis a cualquiera.

 

La verdadera crisis no la sufren los y las que vuelven al trabajo, sino quienes temporal o definitivamente han empezado a vivir su tiempo de otra manera, la mayoría obligados, algunos y algunas, los más valientes, por decisión propia.  Pero estas crisis, claro, no valen, son silenciosas, no consumen o lo hacen e otra manera.

 

Pienso en los estudiantes preparando exámenes de recuperación, pienso en las cifras del paro, pienso en las bajas laborales, pienso en jubilaciones a tiempo o destiempo, pienso en mujeres recien paridas, pienso en padres y madres recientes, pienso en quien dejó su trabajo por cuidar a alguien, pienso en cientos de amas de casa, y pienso en su septiembre.

 

El esfuerzo remunerado es el único que encaja en nuestras conciencias como merecedor de descanso.  Pero hay muchas formas de trabajar y muchas formas de descansar. Hay trabajos de los que no se quiere descansar, hay descansos que no terminan con la vuelta al trabajo, hay quien por fin descansaría si volviese a trabajar, hay quien dejó su trabajo, para por fin, ponerse a trabajar.

 

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