Ríos de tinta, miles de tuits, ya se ha escrito de todo sobre la vibrante reaparición del secretario general de Podemos y candidato a la presidencia por Unidas Podemos, Pablo Iglesias, después de su baja paternal. Pero no voy a dejar de mostrar los puntos más interesantes de la tarde de ayer:
Se puso de manifiesto la base del desacuerdo entre Errejón e Iglesias
Si alguien todavía a estas alturas considera que fueron cuestiones personales las que rompieron Podemos, ayer se pudo dar cuenta de que en el fondo de todo lo que hay es una profunda discrepancia política, táctica y estratégica. La marcha de Errejón y su unión con Carmena (que también abomina de Podemos) para la creación de la marca Más Madrid ha dejado aflorar en Podemos su vena más radical (entendida esta palabra en su sentido etimológico: Iglesias mostró ayer la raíz de los problemas de España: quién controla el poder, cómo hay que disputárselo) y, por tanto, también su vena más confrontadora. En esta última, subyacen todavía destellos populistas: el pueblo contra las élites (pero unas élites con nombres y apellidos), la alusión al término “patria” vaciado del contenido reaccionario y relleno de justicia social y convivencia. Iglesias colocó a Errejón, su más inmediato adversario (porque hasta hace nada estaba dentro de su familia), fuera de Podemos (eso lo escuchamos en la entrevista de la La Sexta, comparándolo con Rosa Díez, que no puede decir que está en el PSOE porque creó otra marca) y a Carmena, muy lejos de su partido, instándole a que diga a quién votará en las elecciones generales, puesto que supone (y seguramente supone bien) que su papeleta no será la de Unidas Podemos.
Colocando a Errejón fuera de Podemos y situando a Carmena en una posición más moderada, Pablo Iglesias descarta que Podemos sea ya territorio en disputa entre dos tácticas contrapuestas. En Podemos ha ganado la tradición política de Iglesias (viene de las juventudes comunistas) y ha perdido la de Errejón (más lindante con los populismos latinoamericanos: de todos es sabida la simpatía por el peronismo y el remedo ‘laclauiano’). Esa relación de fuerzas dentro de las filas de Podemos no es nueva, viene de Vistalegre II, en que Errejón tuvo apenas alrededor del 35% de los apoyos, de media, en cada cuestión objeto de debate, frente a más del 50% de Iglesias (el resto, correspondería a los Anticapitalistas).
Alianza con una IU (¿cooptadora?)
Aunque los primeros que participaron en el mitin fueron diputados y candidatos de Podemos, los que actuaron de verdaderos teloneros del líder del partido fueron, además de Juan López de Uralde, el líder de Equo, y Jaume Asens, candidato por En Comú a las generales en la lista barcelonesa, Ernest Urtasun, eurodiputado por EUiA, Enrique Santiago, secretario general del PCE, Yolanda Díaz, de IU en Galicia, y Alberto Garzón, coordinador federal de IU. Fue este último el que dio paso a Pablo Iglesias.
El “pacto de los botellines” que firmaron Garzón e Iglesias en 2016 quedó ratificado. Y lo cierto que es que nunca antes como ayer se vio una alineación tan clara de intereses, de políticas y de estrategias entre ambas formaciones. Ello acaba definitivamente con las suspicacias mutuas entre IU y Podemos que escuchamos al menos en los dos primeros años de vida de los morados. Se ha firmado la paz, a lo que también contribuye que Gaspar Llamazares se haya dado de baja de IU.
Se podría pensar, a la luz de cómo han ido evolucionando los acontecimientos, que Izquierda Unida, con la alianza ante las elecciones de junio de 2016, ha ido cooptando ideológicamente a Podemos; que los principios de izquierda radical tradicional que ha mantenido históricamente IU han ido ganando fuerza en Podemos; que IU ha usado las alianzas y las confluencias para convencer de que la moderación y la transversalidad pueden ser útiles para ganar elecciones inmediatamente (y, como se ha demostrado, ni para eso) pero no para transformar la realidad.
Pero hay que recordar, como ya hemos hecho, que muchos cuadros de Podemos venían, precisamente, de IU y del PCE. En el partido la tradición populista era minoritaria y, una vez desgajada, ha salido a la luz su verdadero corazón. ¿Sería posible que en unos años Unidas Podemos se consolidara como marca, es decir, que se produjera una fusión efectiva entre IU y Podemos y que también cupiera Izquierda Anticapitalista? En cualquier caso, pese a las suspicacias y al rechazo que Podemos sigue generando para buena parte de la militancia de IU, algo hay que reconocerle al partido morado (aún es una hipótesis pendiente de confirmación empírica) y es que ha podido subir el suelo electoral a la izquierda transformadora española, ha podido ampliar su base. Es un logro humilde, pero no escaso de importancia. Hay que señalar el mérito de Podemos, también las circunstancias, que lo pusieron relativamente fácil, pero también el sacrificio de IU, que se engarza con la línea que ha seguido el PCE en España desde su nacimiento.
Distancia del PSOE
Como contraposición a la cercanía física y en el discurso a IU, Pablo Iglesias marcó distancias con el Partido Socialista.
Frente a críticas de que con la colaboración de Podemos la imagen de Pedro Sánchez ha crecido (lo que va a ir en detrimento de los resultados electorales de los morados), Iglesias defendió que con el apoyo y la búsqueda de más colaboradores para que saliera adelante la moción de censura hizo lo que tenía que hacer. Y remarcó que volverá a hacer lo mismo tras el 28-A. Insistió en que es fundamental que pueda volver a crearse la misma suma (o, mejor, en exclusiva entre Unidas Podemos y el PSOE). Pablo Iglesias no sólo afirmó que es necesario que no gobiernen las tres derechas, sino que tampoco habría que dejar que el PSOE caiga en manos de Ciudadanos.
La idea fundamental de la intervención de Pablo Iglesias de ayer no fue la autocrítica, no fue la referencia a Carmena, no fue el uso de un lenguaje más llano y directo, ni los nombres ni apellidos de los poderosos… fue la insistencia en la urgencia del voto a Unidas Podemos para lograr el número de escaños suficiente (el poder suficiente) para tener un papel determinante en la formación del próximo Gobierno, para entrar en el próximo ejecutivo con ministros y, de esa manera, poder sacar adelante políticas transformadoras. Iglesias recuperó algunas que Podemos planteaba en su primer programa electoral y que IU ha llevado tradicionalmente en todos los suyos: banca pública, energía pública… Programa de máximos, brindis al sol… Se podrá acusar de lo que se quiera a esas propuestas, pero Iglesias también bajó a lo concreto e inmediato: los 900 euros de salario mínimo se han logrado por Unidas Podemos; su formación presionó para que fuera posible el control de los precios de los alquileres; sólo Unidas Podemos defiende que se cumplan los derechos que aparecen negro sobre blanco en la Constitución.
Lo que puso de manifiesto es que un territorio en disputa en el panorama electoral español es, una vez pueda descartarse un gobierno del trío de Colón, el PSOE. Unidas Podemos, realísticamente, ya no aspira a liderar un Gobierno, pero sí a incorporarse en uno en el que marcaría la diferencia en términos de justicia social y también en garantizar una solución dialogada a la cuestión territorial.
También marcó soslayadamente distancias con el PSOE cuando hizo su autocrítica “hemos dado vergüenza ajena”, “hemos decepcionado a mucha gente”, a la que añadió: “pero nunca nos hemos equivocado de bando”.
Una crisis constitucional
Pablo Iglesias afirmó que las próximas son unas elecciones constituyentes porque se dirimen los dos ejes que marcaron el diseño de la Constitución de 1978: la aspiración de la justicia social y de la convivencia entre las diferentes regiones y nacionalidades que constituyen España. Pablo Iglesias se ofreció a sí mismo y a su formación como garantía para avanzar en justicia social (se presentó como única alternativa del panorama político español dispuesto a cumplir con la agenda social de la Constitución -logró emocionar al público cuando leyó tres artículos de la Carta Magna- y para garantizar la convivencia de todos los pueblos de España). Respecto a esto último, ratificó la posición difícil que ha escogido: diálogo y derecho a decidir. Incluso en la entrevista de La Sexta reivindicó a su criticado candidato Jaume Asens (soberanista, no independentista, según lo calificó).
Lenguaje
Pablo Iglesias ha recuperado y ampliado el lenguaje llano y directo que caracterizaba sus primeras intervenciones como tertuliano hace más de un lustro. Y si decíamos antes que aún quedan destellos populistas en su modo de articular el discurso, ha incorporado alguno nuevo, como su continua insistencia en que dice las cosas como son, que dice las verdades. Como también sorprende ese “la gente quiere recuperar el control” de sus vidas, que recuerda a la campaña del Brexit.
El discurso de Iglesias fue complejo, quizás el mejor armado que ha dado nunca, también el más vibrante. Seguramente las bases de Podemos y del resto de la izquierda radical española necesitaban algo así: verse útiles, determinantes.
La intervención de Iglesias fue vibrante, pero muy poco emocional. Apeló a la razón y no a la emoción. Sólo se permitió un pequeño sentimentalismo, el guiño a Allende en su lema de campaña.
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