Hace tres años, en el Máster en Creación teatral de la Universidad Carlos III, tuve el placer de tener como compañera de clase a Inés Díez. Puesto que la obra que escribí como trabajo de fin de máster trataba sobre las casas museo, un día Inés me dijo: “Nosotros tenemos un museo en casa.” Por supuesto, mi reacción fue hacerle un montón de preguntas. Sus respuestas fueron interesantísimas. Empezando por la descripción del espacio como un “museo vivo”, hasta decirme que su padre había tocado con Teodosii Spassov, uno de los intérpretes de música tradicional búlgara más conocidos. Como músico, folclorista e investigador de la música sefardí, tenía muy buena relación con Bulgaria. Desde ese día quise conocer el Aula Museo Paco Díez y hace un mes, por fin, tuve el gran placer de conocerla y ser recibida de la manera más amable posible. Hoy tengo el gran privilegio de compartir el diván del Lorca con Paco Díez y dialogar con uno de los mayores expertos de la música judeoespañola.
¿Cómo llegaste a la música?
Yo vengo de un pueblo de Castilla que, en la época en la que yo nací, no era muy diferente a la Edad Media en cuanto a tradiciones, valores y costumbres. Las mujeres en aquel entonces, cantaban más, ellas han sido las que nos han transmitido la mayor parte de la cultura tradicional. En todos los continentes creo, casi todas las sociedades hasta ahora han sido matriarcales. Mi madre cantaba y canta, vive todavía. Ya no canta como cantaba antes, pero cantaba canciones de todo tipo y de vez en cuando salían romances tradicionales, antiguos. Yo creo que esta quizás haya sido mi primera iniciación a la música. Aún no sabía que me iba a dedicar a la música tradicional, pero siempre me gustó.
Luego creo que fue muy importante la fortuna que tuve de estudiar en el seminario donde se formaban los curas. Yo soy de una casa de labradores, de agricultores. Pertenezco a aquella generación a la que mandaban internos a colegios de frailes de la ciudad porque la escuela de nuestro colegio era muy pequeña. Fue un momento de gran apertura, eran los últimos años de la era de Franco. Y la verdad es que, en formación humanística, en latín, en griego, en música y en todas las asignaturas había profesores muy buenos. Llegué con diez años y poco a poco empecé a amar la música. En principio era música religiosa, pero más adelante ya escuchábamos también música de la radio y luego ya un poquito más mayor, con catorce o quince años, nos dejaban ver de vez en cuando la televisión (ríe) y ha sido a partir de ahí. En 1980 se gestó el grupo del seminario, del que este año celebramos el 40 aniversario. Fue con él que empecé a crear y tocar música. Más tarde, en el 83 fue cuando empecé a hacer música sefardí sin saber mucho lo que era.
¿Dónde te encuentras ahora mismo?
Ahora me encuentro muy satisfecho con haber tenido el privilegio de dedicarme a mi pasión, de un modo arriesgado, y es verdad, arriesgado, porque yo no pertenezco a la música comercial. Pertenezco a la música tradicional, a una música muy minoritaria y he tenido la fortuna de ganarme la vida con ella, con diferentes propuestas, con mi pasión, que son los instrumentos tradicionales. En realidad, tengo muchas pasiones, la música es un don, una virtud, pero para mí, mi pasión es la cocina (ríe). Hay un dicho español que dice “de la panza viene la danza”.
Gracias a la música he visitado muchos países, he conocido a personas muy interesantes y tengo la sensación de haber vivido al menos a mis casi 59 años tres vidas del común de los mortales. Gracias a la música he podido conocer y entrar en muchos medios, sin la cual habría sido imposible. Creo que es muy enriquecedora, aparte de que sea un bálsamo, una medicina para el alma.
¿Y dónde te encuentras ahora físicamente?
Ahora estoy en mi oficina, en mi despacho, en mi espléndido aislamiento. Hace fresco. Hace el mismo frío que tuve en Sofia y en Varna en aquellos años.
Entonces estás al lado del museo, supongo.
Es el museo. Tengo que atravesar la parte de arriba para llegar aquí.
¿Qué significa este sitio para ti?
Es un sueño hecho realidad. Siempre soñé, soñamos –porque es imposible pensar en este proyecto sin María José, mi compañera de viaje– tener un lugar donde exponer los muchos instrumentos que teníamos y los que podríamos adquirir. Y más una sala donde ofrecer conciertos de todo tipo de música a todos vosotros que tenéis sensibilidad para poder hacer una, digamos, buena interpretación de la misma. Y bueno, fue posible y ya llevamos 13 años.
¿Cómo surgió la idea de compartir los instrumentos que tenías con el público y al mismo tiempo mostrar tu trabajo?
Yo ya llevaba bastantes años dando conciertos didácticos sobre instrumentos musicales tradicionales ibéricos. Soy licenciado en Filología Románica, especialidad francesa. Entonces, después de visitar muchos centros etnográficos en Europa, sobre todo en Francia, pensamos: ¿y por qué no hacemos lo mismo? Pero en vez de yo tener que ir a las salas, a los colegios, a los conservatorios, ¿por qué no intentamos hacer algo para que puedan venir aquí y ofrecer dos posibilidades? Una, hacer ese mismo concierto didáctico en la sala y, después, enseñar el museo, o recibir directamente en el museo e ir abriendo y cerrando vitrinas para mostrar los instrumentos.
He ido aprendiendo conmigo mismo y con muchos que me han rodeado, y me he dado cuenta de que la música es fundamental para el ser humano. “Pero, para mí no”, me dicen algunos. “Porque yo canto muy mal.” Yo les contesto que el hecho de que reproduzcan mal no quiere decir que no lo asimilan, que no lo absorban bien. “Es que yo tengo un sentido muy malo del ritmo”, insisten ellos. Bueno, puede ser que no puedas ser un gran bailarín, pero puedes ser un buen músico. Sin el ritmo no hay nada posible, pero no es lo mismo llevar el ritmo con los pies que tocando un instrumento. Cada persona es un mundo. Y la música es necesaria en su andanza.
Es un espacio muy impresionante, de verdad. De lo que tengo entendido también es una iniciativa vuestra, con muy poco apoyo desde fuera.
Ninguno. Es el único. Es el único proyecto privado en el mundo orientado hacia la organología, a los instrumentos musicales tradicionales ibéricos, incluyendo también la influencia Ibérica en el sur de Francia, lo que se llama Occitania. También incluimos las islas. En el Mediterráneo no sabríamos dónde terminar. Tendríamos que terminar por España en Baleares, pero en Córcega y en Cerdeña nos metemos hacia Italia, hacia el Adriático y vemos en formas y en materiales los mismos instrumentos que cambian en morfología, formas y materiales. En la interpretación, en el repertorio, en temas y matices sonoros. En realidad, el Mediterráneo ha influido en todas las tierras y en esta también, como no podía ser menos. Y también está incluido el norte de Marruecos, el Magreb, porque han sido los árabes y los magrebíes los que transmitieron, filtraron y tamizaron la sabiduría de la música que venía del lejano Oriente.
Y ya te digo, es una iniciativa privada, quijotesca diría, sin apoyo institucional, todo esto es una ruina económica. Pero no se puede medir la cultura en términos económicos, sólo eso lo hemos podido entender. La cultura hay que medirla en términos anímicos, espirituales, mentales, intelectuales, culturales.
Me interesa mucho el concepto de “museo vivo” que utilizáis para describir el espacio y su actividad. La sensación de estar en él es precisamente esa, muy distinta a los museos convencionales. Pero también, después de escuchar todas las historias que nos contó María José durante nuestra visita, tuve la sensación de estar en una casa museo de alguien cuya vida puede ser contada mediante las historias de estos instrumentos. ¿Nos podrías contar alguna?
Claro, aunque es difícil, cada instrumento tiene una historia. Desde que encargas un instrumento, hasta que te lo construyen y conoces al intérprete o, a veces, es el mismo intérprete de sus instrumentos. Antes de concebir la idea del museo, yo compraba un instrumento por la estética, por el placer, pero luego me daba cuenta de que cada uno tenía otras cosas. Hay muchos que tienen una raíz en mi pueblo, en mi infancia, muy sencillos. Mi primer viaje a América fue a México, en el año ochenta y cuatro cuando todavía estaba estudiando. A la vuelta, en Madrid, me sobraban mil pesetas. En aquella época eran unos 6 euros, pero era mucho dinero aquello. Y fui al Rastro a ver qué había por ahí y a ver si encontraba algún instrumento o alguna cosa, sabiendo que tenía sólo mil pesetas para comer y volver a mi pueblo desde Madrid. Y vi una guitarra de clavijas de madera para afinar, aunque ahora ya sabes que tienen clavijero mecánico. Tuve que negociar mucho con el gitano y compré la guitarra por mil pesetas, lo único que tenía. Así que imagínate a mí con la guitarra por todo Madrid andando. No podía coger ni un tren, ni nada, sin dinero… Fui hasta la carretera de salida andando con la guitarra al hombro, sin funda ni nada y haciendo dedo con la guitarra para ir a mi pueblo. Esa noche llegué tarde, pero esa guitarra es un Telesforo Julve, un grandísimo constructor. Es un instrumento de 1920 y lo tengo expuesto en mi museo, claro.
Es decir, unos por otros u otros por uno, cada instrumento tiene una pequeña historia. Sé dónde lo compré, sé a quién se lo compré, sé, bueno, si me pongo no terminamos. Pero todos los instrumentos están vivos, todos. No toco todos, pero todos están vivos porque todos tocan.
¿Cuáles son los instrumentos más típicos de la música sefardí?
En la música sefardí, la música tradicional Ibérica, pero no sólo Ibérica, sino la de los Balcanes o la de cualquier otro punto, sobre todo destaca la escasez de recursos, la limitación de los medios. Solamente gente de cierto nivel económico podía tener acceso a determinados instrumentos e instrumentos en el sentido estricto. La mayor parte de los instrumentos tradicionales son objetos domésticos. Son utensilios, herramientas del campo, herramientas de los del bosque, de los que cortaban el cereal, es decir, cantos de trabajo. Es lo que ha aportado los datos de todo tipo de trabajos. Igual que ocurrió con los espirituales negros. Pues era una manera de llevar el ritmo de la faena para paliar, para suavizar la terrible fatiga de esos trabajos. En el caso de la música sefardí es lo mismo.
Y los instrumentos de allí eran los instrumentos de los países de adopción. Cuando los sefardíes llegaron a Bulgaria ya estaba ocupada por los turcos. Entonces la música turca y los instrumentos turcos como el qanun (instrumento de cuerda pulsada), liras de tipo griego y panderos que se llaman sonajas por sonar –el nombre viene del ladino–, han sido los más utilizados. Pero la voz siempre es el elemento esencial, la percusión la puede dar una mesa o unas manos o el cuerpo. Esa es la base de cualquier música tradicional y, cómo no, de la música sefardí.
Yo fui el comisario de la única y la mejor, porque fue la única, exposición de música sefardí que se hizo en España. Me la encargó el Ayuntamiento de Córdoba y ha girado por toda la Red de Juderías de España. Allí había desde un qanun de Alejandría, donde hubo una comunidad sefardí importante, instrumentos de todo tipo: el kemençe, dos tipos de saz, que también se toca mucho Bulgaria, bouzoukis. También había por el aspecto litúrgico shofar, el cuerno ritual de la sinagoga de los judíos: los sefardíes y los ashkenazíes. Los fundamentos son: la voz, el membranófono, un instrumento de piel, muy apreciado, la percusión de casa que pudieron utilizar y algunos intérpretes especialistas podían tocar oud de tipo turco o árabe y otros instrumentos. No creo que tocaran kaval, ni djura gaida (instrumentos tradicionales búlgaros). No lo creo, pero, claro que alguno lo ha tenido que tocar en su momento, porque el kaval es el instrumento nacional. Me encanta el kaval.
¿Se diferencian mucho las características de los instrumentos y la manera de tocarlos en los distintos países a los que se fueron los sefardíes?
En cuanto a la música, los instrumentos podrían variar un poco porque había diferentes instrumentos en cada zona, pero destacaba sobre todo la música turca. Era, digamos, la oficial. Pero en el caso de la voz, de las canciones, variaba la pronunciación. Claro, el ladino, el judaísmo, el judeoespañol de cada zona variaba porque no había contactos directos entre ellos. Ahora mismo en la televisión, oímos hablar la lengua bien, pero antes en cada lugar había sus especificidades, sus dialectos. Y de allí salen para irse a lugares donde ya había pequeñas comunidades judías. Y bueno, pues se van instalando en diferentes puntos a lo largo de los primeros años. No había una gramática, les enseñaban ladino en casa, ellos hablaban búlgaro en la calle y turco, pero dentro, en casa, hablaban ladino. Y eso se da incluso después en la emigración, cuando fueron a Estados Unidos o a Argentina. Y en cada lugar había una pronunciación y unas palabras diferentes, porque claro, en Bulgaria adoptaban palabras del búlgaro, en Grecia del griego, etc. Cuando se pensó en hacer una gramática fue después de la Primera Guerra Mundial y antes de la Segunda. Pero claro, vino la Shoah, vino el Holocausto y ya no se pudo unificar el ladino. Por eso todavía hay muchas dicciones, muchas pronunciaciones diferentes. También hay muchas palabras originarias del francés, porque la asociación predecesora de la Alianza, instauró escuelas en en Esmirna, Estambul o en Sofía.
Hay una película documental, que ya mencionamos en nuestro artículo anterior “The Ladino Ladies” del club de Ladino en Sofia, donde las señoras hablan la lengua y me impresionó mucho como, de vez en cuando, dicen alguna palabra en búlgaro. La sensación de escuchar este castellano antiguo, mezclado con búlgaro es muy particular.
Es increíble.
¿Conoces el Club Ladino de Sofía?
Estuve tocando en el Evreiski Culturen Dom en 1999 y fue una maravilla. Hay algunas canciones que vienen precisamente de esta comunidad: “Axerico de quinze años”, por ejemplo.
La canción “Axerico» del álbum de Paco Díez y Nikolay Jordanov
Fue una maravilla, una experiencia muy bonita tener a esas mujeres delante. Como cuando yo iba a la iglesia de mi pueblo a leer la lectura con el cura y veía a las mujeres. Si es que somos un país de conversos, ¿sabes? Yo no sé realmente si es que yo venga de los conversos, de los que se convirtieron del judaísmo al catolicismo a finales del XV. Pero seguramente sí, porque siento que hay algo en mi interior que me dice que esa cultura es mi cultura.
Hablando de la lengua, ¿cuál crees que será el futuro del ladino?
El ladino todavía está vivo, pero desgraciadamente le quedan diez, quince años, porque los últimos ladinoparlantes tienen entre 75 y 80 años para arriba. Y hay gente joven que lo aprende en la universidad. Pero claro, el problema del ladino es que está muy cercano al castellano y en el momento que el castellano está ahí se adultera de tal forma que se pierde el ladino. Y ahora cuando termine de hablar contigo, hablaré con una discípula china que está aprendiendo ladino. Es una alumna mía de la Universidad de Boston de Musicología y está terminando el doctorado. Ella en este momento tiene 30 años y está, por fortuna, en contacto con los últimos ladinoparlantes.
Y eso es muy importante, porque por mucho que lo puedas aprender en la universidad, si no se habla en él, al menos, como hacían en Salónica, que quedaban para los lunes, el idioma se pierde. Esta tertulia la llamaban “El Cafecico de los lunes” y era una maravilla. Y yo no hablo ladino, lo entiendo perfectamente y cuando estoy con ellos, lo hablo porque ya son muchas canciones que me sé en ladino y muchas expresiones. Y leo en ladino para no olvidarlo. Pero no lo hablo porque tengo el castellano en mi cabeza. Si yo fuera búlgaro y no hablara castellano, seguramente terminaría aprendiéndolo, pero el castellano es demasiado fuerte y adultera. Así que yo el futuro lo veo en los departamentos de lengua. Creo que va a ser una lengua muerta dentro de poco, porque no se habla de forma natural en la calle.
¿Se mantiene la tradición musical sefardí en España fuera de tu labor?
Sí, sí que ha habido algún intérprete que ha intentado, como yo, profundizar o interpretar algunas canciones de música sefardí en su repertorio o incluso hacer un monográfico de música sefardí. Pero son pocos, igual que tampoco hay tantos que profundizan en la música tradicional de cada tierra. Les gusta cantar, les gusta hacer arreglos sobre determinados temas tradicionales maravillosos que tenemos en España para tener un programa más o menos comercial o más o menos atractivo. Pero sí que sería bueno que se profundizara un poco más. Ojalá venga gente joven de tu generación para coger el relevo y para mantener viva esta cultura.
Estaba reflexionando sobre tu trabajo y creo que tiene una particularidad que me interesa mucho. Es como intentar reconstruir la historia y las tradiciones de tu propio país desde fuera, donde se conservó y siguió desarrollándose una parte importante de él.
No hay ejemplo en la historia de la fidelidad que han mantenido los sefardíes a la metrópoli, a la Península Ibérica. Seamos justos, porque siempre se dice España. España y Portugal, Sefarad es la Península Ibérica. No ha habido ejemplo de tan increíble fidelidad como la que han traído los sefardíes después de haber sido expulsados. Pero han mantenido nuestra cultura, la historia, sobre todo en el Romancero, la narrativa tradicional. Ellos han mantenido los romances que se llevaron de aquí, incluso más frescos que los que hemos mantenido en la Península. Porque aquí estaban fragmentados y allí estaban enteros. Hay muchas razones, los han utilizado como signo de identidad y esa identidad que ellos han preservado como oro en paño. Como algo muy, muy querido.
Y cuando Menéndez Pidal, uno de nuestros grandes etnólogos, visitó las primeras comunidades sefardíes se quedó alucinado. ¿Cómo es posible que 500 años después esta gente tenga estos romances que ya no encontramos en la Península, los tenga completos y los cante con esa gracia? Y, además, no sólo eso, es que el ladino es un fósil. Cinco siglos más tarde, ellos mantienen una lengua que se hablaba en la Península. Eso es algo increíble, ya te digo. El amor que sienten por España lo es. Incluso algunos se hacen llamar “españolikos“. Cuando les oyes hablar, a mí me enternece y me emociona. ¿Por qué? Porque no es justo. Es maravilloso que sean así, pero no es justo que lo sean después de cómo fueron tratados.
Pero sí se puede, se podría, quizás no reconstruir, pero sí complementar, completar. Ellos son realmente unos fósiles vivos en todo lo que es la cultura, la música, el habla, la cocina.
Como mi gran amiga Ruth Davidov, mujer de una de las personas más famosas, Moshé Shaul. Ella es búlgara, nacida en Bulgaria, y fueron a Israel donde fue la asesora personal en asuntos sociales de cinco presidentes. Con ella hemos hecho una labor conjunta. Y ella hizo un libro de la cocina sefardí en Bulgaria… ¿Cómo dices puerro en búlgaro?
Праз. Pras.
Ellos le llaman prasa, aladinando. Es lo mismo. Es decir, mantienen lo nuestro y adoptan lo de sus países. Y es una mezcla maravillosa. Cuando me dijo que había hecho su libro, le dije que tenía un proyecto que yo quería hacer hace tiempo: un disco sobre recetas, canciones que hablen de platos tradicionales sefardíes. Y lo hicimos, pero lo mejor de todo es que lo hicimos a través de los palos del flamenco. Así que estamos encantados. Ella escribió el libro para sus nietos, para que supieran de su herencia como sefardí búlgara. Se tituló “Aroma de Pimintones Asados / Kuentos i Savores del Gizado Sefaradí”, Y ese disco es el que acompaña al libro de Ruth Davidov.
Ruthi escribió el libro en hebreo, su marido Moshé que es de Esmirna lo tradujo al ladino y María José lo tradujo del ladino. No era muy complicado, pero había cosas difíciles sobre todo en las recetas. Tuvimos que contar con un chef que se hizo todas las recetas en su casa, (ríe). Una familia en Valladolid que comió recetas sefardíes búlgaras durante tres meses cada día porque tuvo que hacer las fotografías de nuevo de cada plato.
Me da una alegría enorme que tengas una relación tan buena con Bulgaria. ¿Cuántas veces has estado ahí? ¿Cómo han sido tus experiencias?
He estado cuatro veces, pero siempre muy rápido. Tengo un gran amigo con el que grabé mi primer monográfico, Nikolai Jordanov, un disco de música de los Balcanes con instrumentos de allí con duduk, con dvoyanka, con kaba gaida, con djura gaida, con piano, flauta travesera porque él tocaba la travesera en la Filarmónica de Varna. Es un grandísimo músico de Plovdiv, donde estuvimos también tocando juntos. En Bulgaria siempre he estado tratado magníficamente.
¿Una anécdota de Bulgaria para acabar?
Mira, me pasó una cosa muy curiosa. En 2012 fui a un congreso sefardí en Varna y resulta que cuando atravieso la frontera del aeropuerto aquí, para ir al avión, me dice: “Tiene el pasaporte caducado.” Esto es verdad, digo, pero me esperan para tocar mañana en Varna, en el Palacio de Congresos y me fui. Y cuando llegué a Sofia, pues, me paran en la frontera y no podía seguir. Se fueron todos los que venían conmigo, iban a coger el avión para Varna y yo me quedé hablando con el ministro de Asuntos Exteriores, con la embajada de España en Bulgaria, donde conocía a alguno. Pero mientras me decía que por favor abandonara el país porque no tenía el permiso para entrar. “Pero si vengo por el Ministerio de Asuntos Exteriores”, contesté. Pues nada, le dije al policía búlgaro: “Bueno, es una pena, pero mañana toco con Teodosii Spasov y me tengo que volver, el concierto no se va a poder realizar.” Y dice: “¿Y conoce Usted a Teodosii Spassov?“ Y digo: “Hombre, claro que sí.”, respondo.
Mientras me estaban diciendo de la Embajada de España en Bulgaria que tenía que volver a España, los dos policías en su propio coche me estaban llevando al avión para que fuera a Varna.
Muchas gracias por tu tiempo y por tu generosidad, Paco.
Os animo a que visitéis este museo único y disfrutar de esta música que guarda tanta historia que nos une.
Martina Novákova es creadora escénica y filóloga. Quiere que su país tenga una imagen contemporánea reconocible fuera. Le gustan los viajes, los retornos, el canto coral, los pájaros y el mar tranquilo porque ella no lo es.