BIG MAK:
Suena el timbre.
Estoy solo.
Me lo pienso.
Abro.
Y no.
No es el Apocalipsis.
Hoy tampoco.
Es la vecina de arriba,
y su nariz rara, bonita,
con personalidad.
No la escucho.
No me entero de a qué viene.
Pero pienso que tiene que haber alguna tregua.
Hoy mismo.
Ahora.
Decido que La Bestia duerme.
Olvido a La Bestia.
Olvido su voracidad,
Olvido sus siete brazos.
Nos vamos en el coche sueco,
cuero, madera y años.
Otra vida.
La vecina, yo y una botella de vino.
Salimos de la ciudad,
del campo de batalla.
El mundo en perspectiva,
de lejos, parece invulnerable,
inamovible, eterno.
Olvido, descanso y sonrisas.
Incluso paz.
El vino es excelente.
O nos lo parece.
Da igual.
Un instante perfecto.
(Incluso la escuadrilla que inútilmente lucha contra La Bestia, gente joven preparada, deja los Superjets aparcados y se van a tomar algo. Es que si no, esto no hay quien lo aguante.)