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Pájaros azules

Suena Soldier on,

de Richard Hawley

 

Desde que se estrenara en el pasado festival de Cannes, donde su director, Hou Hsiao-hsien (HHH) fue galardonado con el Premio a Mejor Director, la unanimidad de la crítica a la hora de ensalzar The Assassin (Nie Yinniang, 2015) parece no haber dejado opciones a la hora no solo de cuestionarla, sino de establecer cualquier debate en torno a ella. Lo que se considera, según los listados publicados en diferentes publicaciones especializadas dadas a revisar lo mejor del año, y donde ha copado las posiciones más altas, el acontecimiento cinematográfico del año parece no dejar margen para la disidencia. Aquel que no la aprecie tiene un problema. Y ese reconocimiento, supuestamente tan indudable, y que reconozco compartir, que en muchas ocasiones acaba siendo una tabla de salvación para el más común de los espectadores, aquí se acaba convirtiendo más en un problema porque no va a ser tan sencillo liquidar el asunto apelando a la belleza estética de la película o a la contención dramática, a la vez tan intensa.  

 

 

Pasados unos días desde su visionado, The Assassin es una obra que perdura, porque cala hondo, porque, hay que decirlo, es magistral. Porque la complejidad y todo lo arduo que por momentos tiene la visión de sus imágenes acaba siendo recompensada de forma equivalente. Admiro a Hou Hsiao Hsien desde que le descubriera en El maestro de marionetas (Xi meng ren sheng, 1993) y posteriormente recuperara algunas de sus obras iniciales, Polvo en el viento ( Lian lian feng chen, 1986), que todavía conservo en copias VHS como si fueran las joyas de un cofre. Después llegarían Millenium mambo (Qianxi manpo, 2001) o Tiempos de amor, juventud y libertad (Zui hao de shi guang, 2005)

 

¿Se nos antoja, así pues, necesario conocer la obra del director chino para apreciar –o despreciar- una película como esta? Evidentemente que no. La película vulnera esa condición porque es, sin más, un ejercicio de sublimación artístico a partir de un género popular, el wuxia, y que evita ser prisionera de su propia apuesta estética a diferencia de su protagonista, inigualable en su dominio de la espada, pero prisionera de sus emociones. Además, con The Assassin se puede establecer un doble diálogo apasionante.

 

 

En primer lugar, y previo al visionado de la película, no dejaba de resultar sorprendente, y muy curioso, comprobar cuáles podrían haber sido las motivaciones que habrían llevado a HHH a adentrarse en los códigos, rígidos y estrictos, del wuxia, más allá de reconocer el cineasta que desde joven había sido un ávido lector de este género literario. Proyecto desarrollado a lo largo de cinco años –a las dificultades para encontrar la financiación necesaria se añade que HHH se haya dedicado a presidir diversos certámenes cinematográficos- The Assassin podía hacer presagiar incursiones en el género como las llevadas a cabo en Tigre y dragón (Wo hu cang long, 2000), de Ang Lee, o The grandmaster (Yi dai zong shi, 2013) , de Wong Kar Wai. Y sin embargo The Assassin va más allá del espíritu revisionista de  la primera y no es una apropiación, con la coartada melodramática, de la segunda.

 

HHH lleva a cabo una reformulación-depuración de los códigos genéricos, una operación en la que ha minimizado los tópicos –están la asesina, el hechicero, las intrigas de palacio, la guerrera enmascarada, etc.- dejando tan solo el esqueleto, lo que le permite seguir fiel a su personal estética. He aquí ese doble diálogo que establece la película con el propio género y con la propia voz de su autor. Ello conlleva, finalmente, que una de las marcas de fábrica del wuxia como son las escenas de acción, queden reducidas al mínimo en todos los sentidos. No hay ningún tipo de recreación por lo que los combates se resuelven con brevedad y de forma expeditiva. No se busca hacer de ellos un espectáculo circense por lo que no hay piruetas, ni vuelos, ni acrobacias. Escenas de lucha resueltas sin recurrir a trucos ni a efectos digitales y contempladas de forma realista y distante. HHH sigue fiel a su puesta en escena naturalista, centrada en lo cotidiano, y elabora un relato elíptico, fragmentado, difícil de seguir, que atiende a la lucha interna de su protagonista, Nie Yinniang, enviada para asesinar a su primo, Tia Ji’an, gobernador de la región rebelde de Weibo, y con quien estuvo prometida en el pasado.

 

 

Porque sí estamos ante una película radical, admirable, que renuncia a cualquier implicación emocional del espectador –y eso puede ser un escollo complicado- desde el punto de vista dramático. Y en cambio, todo es más sencillo, todo es más accesible. Porque basta con dejarse llevar. Y pensar que su relato quebradizo e impenetrable es una propuesta en sí misma, y a la que se nos invita a participar para volver a descubrir lo impenetrable de nuestra propia realidad. Y se trata de no ofrecer resistencia y dejarse atrapar por esos hipnóticos 10 minutos que transcurren en el interior de palacio entre velos y cortinas y hacernos a la idea de que esa estética que tiende a la abstracción funciona como ese mismo espejo en el que se refleja el pájaro azul de la leyenda popular narrada en un breve flasback. Nosotros, los espectadores, inmersos en nuestra propia soledad, en el misterio de nuestras contradicciones, las que nos permite formularnos una película como The Assassin. Una película cuyas imágenes funcionan, pues, como espejo que nos revela lo insondable que resulta todo lo que vemos. Es la creación, a través de las formas, del misterio. Y HHH lo preserva, mientras nosotros hemos hecho un hermoso y sugerente trayecto, no exento de vicisitudes, para tomar conciencia de ello. Y eso debe de ser el cine.

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