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«Pájaros» de José Jiménez Lozano

 

 

Pájaros

José Jiménez Lozano

 

 

Los pájaros

En el árbol desnudo,
alborotan los pájaros gritando;
son pobres, y no tienen
más que su voz y su alegría,
y la derrochan.
Yo he recogido un poco de ésta
para los días más escasos.

 

 

 

Jardín de arena

Jardín de arena, una flor roja,
oración, silencio, sombra.
Quieres ser un pájaro,
perplejo.

 

 

 

Respuesta

A veces te preguntas
cómo se sostiene la belleza del mundo;
te fijas en las patas de las garzas blancas
bajando regularmente a la laguna,
y comprendes.

 

 

 

 

Oasis

Sol sobre la arena, pero
la sombra de un pájaro que pasa,
¡Qué refrigerio! Oasis.

 

 

El mirlo gris, contemplativo.

A prima mañana, vestido ya de ceremonia,
con su traje gris de lana inglesa,
su ojo investigativo y azulenco,
displicente y muy serio,
me dijo el señor mirlo: «Me pregunto
cuándo van a dejar de producir ruido y pompas de aire,
ustedes, los señores del mundo; porque
no hay quien recoja su ánima un instante,
en el tejado, a solas, con el pico al aire,
como dijo Juan de Yepes, para meditar un poco.
Nos da la risa, si miramos
hacia abajo».

 

 

Melancolía

La luna va ascendiendo, noche húmeda,
el alcaraván va tardío hacia su nido.
Tú no estarás, un día;
seguirá el prodigio.

 

 

 

 

 

La asamblea de los pájaros

No tenía hora fija para su paseo, y su paseo no era un paseo, sino una cita, y siempre iba presuroso a ella. Estaba escribiendo en su tranquila estancia, y, de repente, miraba su reloj, o se percataba de que el día declinaba, y se levantaba de su escritorio, se echaba un sobretodo en tiempo frío, o de todos modos tomaba su bastón y su sombrero, y se iba azacaneando al parque. A buen paso, como se va a una cita a la que se teme llegar tarde.

Algunas gentes le saludaban en la calle; pocas. Otras se reían de sus pantalones, que eran un poco cortos, cortilargos, y no le cubrían hasta los zapatos, y ya eran célebres porque un periódico había hecho chanza de ellos y de él. Y también se reían recordando unos amores verdaderos que había tenido, y ella se había casado, y entonces él iría a recordarla en sus paseos, decían con retintín; y ya no se sabía si los que le saludaban lo hacían por burla, o por misericordia. Escribía libros, y se decía que la teología y aquel amor antiguo le habían trastornado. ¿Antiguo?

Todas las apariencias eran de que aquellas citas que él iba a buscar al parque eran de amor, y le seguían y observaban, pero lo que habían visto era que hablaba con los pájaros. Se dirigía a ellos, muy cortés y ceremoniosamente, y luego, les hablaba. Hacía luego un gran silencio, como esperando su respuesta, y, al final, decía: «Se callan». Pero acudía siempre a despedir a los pájaros que iban a irse a otras tierras, y a recibir a los que llegaban; y parecía que recibían encargos suyos aquéllos, y que le llevaban otros mensajes éstos. Algo se traían entre manos él y los pájaros.

Pero un día vieron que se adentraba más que otras veces en el parque, hasta un rincón muy secreto y silencioso, en el que había lirios silvestres que crecían en los márgenes de un arroyuelo donde el agua apenas si hacía el ruido de un susurro muy pequeño, y allí se sentó. Extrajo del bolsillo de su levita unas migas de pan, y se las ofreció a los pájaros, que parecían conocerle de muy viejo trato ya, en la propia palma de su mano; y, cuando ellos comieron, luego hicieron sobremesa. Él les preguntó: «¿Y Regina?» Y los pájaros le miraban con sus ojos redondos, pero mucho más grandes que otros días, pensativos; aunque un poco adormilados a lo mejor los del búho, que era filósofo y habría trasnochado. Y entonces un mirlo, que siempre se vestía de etiqueta como los cuervos, para escucharle, después de mirar a un lado y a otro como para no ser sorprendido, se alzó a uno de sus hombros, y parecía que le decía algo al oído. Y algo debió de decirle, y muy seria y urgente debía de ser la confidencia, porque enseguida él se levantó de allí, hizo una inclinación y les dijo: «¡Gracias, señores pájaros!» Y se mostraba muy contento. Parecía un volatinero del circo por lo alegre y deprisa que iba dando volteretas por la calle hasta su casa.

Fue derecho a su estudio, y se puso a escribir rápidamente. «El pájaro se calla», puso de título; y debajo: «Tratado de los lirios del campo y de los pájaros del cielo». Y no abandonó su silla ni dejó su pluma hasta que lo acabó, consumió incluso tres candelas escribiendo también por las noches; y eran todas palabras de mucho silencio las que había escrito.

Ni se movieron los pájaros, cuando se lo leyó luego, sino que se callaban. Pero por eso precisamente supo él que aprobaban lo escrito, aunque también porque lo dijo Maestro Cuco, allí en la asamblea, claramente.

 

 

 

 

 

 

 

 

José Jiménez Lozano. Escritor y periodista español.
(Langa, Ávila, 13 de mayo de 1930 – Alcazarén, Valladolid, 9 de marzo de 2020).

https://www.jimenezlozano.com

Estudió Derecho, Filosofía y Periodismo, y ejerció como redactor, subdirector y director del periódico El Norte de Castilla.
También colaboró en la prensa nacional, fundamentalmente en el diario ABC.

Entre sus novelas pueden señalarse Historia de un otoño (1971), que describe la destrucción de la abadía francesa de Port-Royal des Champs, El sambenito, que alude al proceso inquisitorial del ilustrado Pablo de Olavide, o las obras La salamandra y Duelo en la casa grande, con historias de la guerra civil y su posguerra.

Otras de sus obras son La boda de Ángela, Las sandalias de plata, Ronda de noche, Los lobeznos, Un hombre en la raya, Sara de Ur, Maestro Huidobro, El viaje de Jonás.

Ha publicado varios volúmenes de cuentos, entre ellos El santo de mayo, El grano de maíz rojo, Los grandes relatos, El cogedor de ancianos, Un dedo en los labios –en el que todos los personajes protagonistas son mujeres– y La querencia de los búhos.

Entre sus ensayos destacan Los cementerios civiles y la heterodoxia española; Guía espiritual de Castilla; Sobre judíos, moriscos y conversos; El narrador y sus historias; Los ojos del icono y Retratos y naturalezas muertas. En ellos se aprecian influencias de Descartes, Pascal, Spinoza, Kierkegaard y Dostojevski, entre otros.

Es autor de seis poemarios, que según la crítica se encuentran entre el clasicismo y el haiku: Tantas devastaciones, Un fulgor tan breve, Tiempo de Eurídice, Pájaros, Elegías menores y Elogios y celebraciones. Además ha escrito varios tomos de diarios, bajo el título Los cuadernos de letra pequeña.

El libro Pájaros del que hemos seleccionado esta entrega de la nube habitada, fue editado en el año 2000 actualmente está descatalogadopor Huerga y Fierro editores. Apareció con el número 8, formando parte de la colección La rama dorada (Poesía).

 

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