El uso del velo en espacios académicos y públicos ha estado acaparando atención en los medios de comunicación en España. Hace ya casi diez años, una gran potencia económica y militar, los Estados Unidos, utilizó también el argumento de la vestimenta como una de las causas por las que invadía un país centro asiático, Afganistán. No sólo se trataba de perseguir, encontrar y contrarrestar la amenaza terrorista, sino de brindar un mundo mejor, más libre y democrático, a los ciudadanos y, sobre todo, ciudadanas de Afganistán. Su miseria y opresión venían simbolizados por el burka, esa tela azulada que las cubre de pies a cabeza y enreja su campo de visión.
El objetivo era desterrar la mentalidad extremista que les imponía el uso del burka y, con ella, los prejuicios y prohibiciones sobre la presencia pública de la mujer; sobre su participación activa en todas las áreas de la ciudadanía. Diez años después, poco ha cambiado para las afganas. Incluso los talibanes, expulsados del poder, comienzan otra vez a ser tomados en cuenta para la formación del nuevo gobierno. Se acallaron poco a poco las voces indignadas reclamando la desaparición de esta prenda. En realidad, el paisaje afgano se ha sembrado de tantas dificultades, sufrimientos y desvaríos políticos que un burka más o menos no es la cuestión en estos momentos. Al menos no para aquellos que ocuparon el país y que no dieron tanta importancia a su uso en el vecino Pakistán.
Afganistán sigue estando ahí, como sus burkas. Como sus mujeres. Éstas no son ahora más libres ni más tenidas en cuenta. Algunas sí han levantado ya su larga tela azul, y lo que a menudo están consiguiendo es ser señaladas, perseguidas o maltratadas. En el régimen afgano actual, el burka no es obligatorio. Sin embargo, debido a la inestabilidad política y a las costumbres tribales y familiares es omnipresente en las zonas más conservadoras, sobre todo fuera de las ciudades. Aunque una mujer no quiera llevarlo, le conviene por su propia seguridad.
El burka sigue siendo la seña de identidad más repetida en Afganistán. Pero no hay que cometer la eterna equivocación: las mujeres van cubiertas, pero no son invisibles. Ellas han sabido desde el principio lo que los ejércitos y organizaciones que ocuparon sus calles no quisieron o pudieron ver: que el burka estaba en los ojos y en las mentes de los hombres, no en el espíritu de las mujeres. Lo expresa admirablemente este poema de una mujer afgana:
Mi cara está escondida, sonrío / sin ser vista. Soy yo / mujer afgana bajo el burka./ Intento ser valiente, mostrar mi presencia./ Mírame, no me mires, pero estoy aquí./ No me importa el calor que hace bajo el burka./ Soy invisible / soy parte de mi comunidad./ (…) Me impedirán trabajar/ me robarán el trabajo, la vida./ Pero soy una mujer afgana que quiere/ estar a salvo, continuar su lucha./ Sí, soy valiente bajo mi burka.
Este texto aparece en http://www.awwproject.org/, una página de internet que ha salido a la luz en los últimos meses. El nombre de la autora, por motivos de seguridad, no es público. Es en este contexto opresivo de ausencia de libertad de expresión y movimiento para las mujeres, donde ha nacido una iniciativa que está rompiendo con todos los esquemas y corsés impuestos a la mujer afgana. Se trata del Proyecto de Escritura de Mujeres Afganas, (AWWP en sus siglas inglesas). La idea es dotar de un espacio de comunicación y denuncia a través de la escritura –y en consecuencia de la alfabetización y formación literaria- a mujeres de todas las edades y condiciones sociales o educativas. Se trata de un proyecto arriesgado pero valioso para sus participantes.
La novelista norteamericana Masha Hamilton es la fundadora de AWWP. En el año 2004 visitó el país por primera vez y quedó admirada por el increíble valor de las afganas. Cuatro años después, en 2008, regresó y comprobó que la situación había empeorado y la vida era cada vez más difícil. Un año después surgió el proyecto con la intención y la urgencia de dar a estas mujeres una voz que no estuviera filtrada por la visión de sus parientes masculinos o de los medios de comunicación.
El régimen musulmán afgano, que quiso poner freno a la visión del cuerpo femenino, no ha podido hasta ahora tapar algo esencial: la voz y el pensamiento de las mujeres. Al menos para ellas sigue existiendo. El ciudadano occidental que ve un burka –ni siquiera se dice “una mujer bajo un burka”- suele pasar por alto que hay unos ojos y una boca tras él. Un pensamiento y una voluntad. Ve sobre todo un símbolo de opresión, y como tal lo trata, analiza, juzga y expone. En Afganistán sí saben lo que esconde el burka. Por eso la educación femenina es escasa y censurada incluso. A menudo se lleva a cabo en lugares discretos y escondidos. Una ley puede decretar que las mujeres vayan a la escuela, pero de qué sirve si la sociedad sigue viéndolo con malos ojos y los maridos, padres, hermanos y vecinos se encargan de impedir su educación.
El primer problema con que chocó el proyecto fue -y sigue siendo- cómo eludir el control y las prohibiciones sociales. Internet apareció como la solución. Para que las mujeres se sientan más seguras, sólo se usa el nombre propio. En algunos casos incluso la firma es anónima. En Estados Unidos se ha creado una red de mujeres voluntarias, académicas, intelectuales y artistas, para enseñar los rudimentos de la escritura. Las tutoras son afganas también, lo que permite un acercamiento directo a la sensibilidad cultural de las estudiantes. Éstas, debido a las restricciones de escolarización -bien por prohibición, bien por impedimento laboral, geográfico o de otro tipo- no dominan el arte de la comunicación escrita. Por otra parte, para que su voz llegue más lejos, es necesario que el idioma exceda los límites de la frontera. Los textos, por tanto, se redactan en inglés, lo que ha supuesto para gran parte de las interesadas un aprendizaje adicional y dificultoso. Los talleres virtuales se encargan de enseñar el idioma o de ayudar con la redacción gramatical y sintáctica.
La iniciativa, en primer lugar, pretende devolver el sentido del orgullo y autoestima a las mujeres; también, es una forma de poner en contacto al lector occidental con el día a día de la vida en Afganistán. Los textos con frecuencia son duros, brutales:
Me siento como siente la hierba – eso / Es culpa mía estar en este mundo / donde todo intenta romperme. / Es culpa mía contar con el mundo / buscar las estrellas en noches oscuras / contar con aquellos que arrojan piedras. / Una piedra / Una piedra / Otra piedra./ Es culpa mía / dejar las lágrimas de mis sentimientos / en un desierto de piedras. / Aquí / la naturaleza es sorda / mi lengua es ciega / Sólo las piedras escuchan / mientras me rompen.
Hoy Afganistán es uno de los países en el mundo donde resulta más peligros ser mujer. No es el único donde es difícil. En muchos lugares donde se aplica la ley islámica, sobre todo de Oriente Medio, Golfo Pérsico y Asia central, se ha construido todo un entramado opresivo y obsesivo en torno a la feminidad. En ellos es imposible rehuir la cuestión de género. El discurso social y político están marcados por él. Por tener un cuerpo de mujer, la mitad de la población de estos países es tratada como invisible en la esfera pública.
Una mujer cuenta en su texto cómo siendo niña le impresionó la visión de una foto tomada en la calle a una muchacha. Ésta cubría su cabeza con una tela negra opaca que sólo dejaba al descubierto los ojos. El resto del cuerpo vestía una tela negra también, pero traslúcida. La tela dejaba entrever su desnudez. “A las mujeres musulmanas se nos fuerza a reprimirnos de acuerdo con tabúes culturales y religiosos para que no seamos una distracción sexual. Y después, cuando el hombre lo decide, debemos convertirnos en prostitutas. (…) Las mujeres musulmanas somos castigadas en todas las etapas de nuestra vida, por la sola razón de nacer mujeres. Crecemos avergonzadas de nuestra feminidad, avergonzadas de nuestro cuerpo y nuestra cara. Diariamente nos acosan jóvenes, viejos, hombres de todas las edades; los mismos hombres que esconden a sus hijas, hermanas y esposas para que no sean acosadas. (…) Los seres humanos nacen libres e iguales y se les debe garantizar el derecho a la libertad. No sé si podemos conseguir esos derechos de nuestros padres, esposos, hermanos e hijos, pero sí que podemos reclamar, al igual que lo hicieron nuestras hermanas americanas años atrás: ‘Hombres, sus derechos y nada más. Mujeres, sus derechos y nada menos’ ”
Se requiere mucho valor para escribir estas historias que surgen en la red. En primer lugar, un ordenador no es un elemento habitual en las viviendas. Casi todas las mujeres que participan en el proyecto AWWP tienen difícil acceso a los medios informáticos y deben sortear numerosos obstáculos para enviar sus textos. La gran mayoría escribe a escondidas de amigos y familia. En Afganistán existen ya numerosos lugares públicos con conexión a internet. Pero estos cybers prohíben casi siempre la entrada a mujeres. En aquellos lugares donde no es así, deben ir acompañadas de hombres, aún así, su presencia es duramente censurada. El proyecto de Mujeres Afganas Escritoras está intentando, a través de donaciones, proveer de ordenadores portátiles a sus protagonistas, lo que les permitirá trabajar en los espacios que ellas consideren más seguros, así como de dispositivos USB a los que transferir el texto. Después, pueden pasar la información a algún pariente masculino de confianza para que entre en un local de internet y envíe el texto.
En el futuro se espera poder contar con una sala de informática pública sólo para mujeres. El riesgo no estará completamente excluido. Conlleva una exposición pública de la actividad. Escribir es pensar y reflexionar, comunicar. La palabra escrita, que transmite sentimientos e ideas seguirá suponiendo un peligro para las mujeres afganas. Por eso, es importante que sepan que sus escritos son recibidos y que las tienen presentes, que no todo son piedras en el desierto. Tras cada texto, el lector puede dejar comentarios o intercambiar impresiones con la autora. Con o sin velo, en Afganistán es un acto de valentía que una mujer ejerza el derecho a la libertad de expresión, el derecho a formarse y a expandir los propios horizontes.
Hay mujeres extranjeras que vienen a vernos / bajo el burka, nos hacen una foto / somos interesantes, una novedad para ellas. / No entienden / que nuestros burkas son prisión y seguridad hechos de tela / Nos escondemos bajo una tela azul / confinadas, pero seguras. / Soy una mujer afgana, trabajando / bajo el burka. Somos muchas (…)/ Insha’Allah un día nos quitaremos el burka / Sí, soy yo, mujer afgana bajo el burka / Recordadme…
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