Fotografiaba a su modelo mirando -en perfil huidizo- los primeros resultados del cuadro sobre la tabla. En su ordenador estudiaba los resultados de la sesión fotográfica, e imprimía las mejores imágenes. A continuación se lanzaba a dibujarlas y seguir estudiando ese cuerpo en cada trazo. En el número de grados de cada curva del dibujo se fijaba un rasgo de la personalidad del modelo.
Como de todos es sabido, nunca debe intentar dibujarse el objeto o persona protagonista del retrato, sino el vacío que lo rodea. Se trata de una ley de la pintura china, promocionada por los japoneses. Los efluvios del ying y del yang respiran detrás de esa máxima.
Interpretaba los colores con sus lápices pasteles, pero en realidad no estaba copiando una fotografía, sino dibujando su propia vida. El tejido de implicaciones emocionales y de distintos soportes físicos, iba formando poco a poco un palimpsesto de miradas, sobre el que podría construirse el cuadro sólidamente.