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Mientras tantoPalomitas en el palco

Palomitas en el palco


 

El 10 de mayo de 2012, The Guardian se hacía eco de unas declaraciones de John Berry, el director artístico de la English National Opera, en las que acribillaba a las retransmisiones en directo a cines de su producto, esto es, la ópera más osada del Reino Unido y parte del extranjero:  «Esta obsesión por llevar al cine las obras puede suponer una distracción a la hora de hacer un trabajo de primera categoría. […] No me interesa. No es prioritario y no genera nuevos públicos».

 

Menos de dos años después, la ENO se ha tirado a la piscina (el pasado domingo) con la primera rentransmisión en directo a cines de su historia, con el delicioso Peter Grimes coproducido a varias bandas (entre otras, Oviedo) y dirigido por David Alden, con Stuart Skelton en el rol titular. Y no lo han hecho de cualquier modo: la ENO ha decidido contar para el proyecto con Andy Monahan como director, en cuyo currículum previo encontramos un concierto de George Michael, videoclips de A-ha, Billy Joel, Pet Shop Boys o Wham! Ahí es nada.

 

La idea era proporcionar una experiencia nueva, única y arrolladora al espectador de cines, con ángulos de cámara imposibles y una realización más propia de eso, de un concierto de Michael Jackson que de un operón al uso. Kate Molleson, también del Guardian, acudió al acontecimiento en un cine de Glasgow, y cuenta que durante la retransmisión, aparte de los insalvables problemillas técnicos (que pasa por alto debido al reducido precio de las entradas), se llevó un par de desagradables cucharadas de realidad: la primera, el malencarado taquillero que advierte (en falso) que el asunto empieza veinte minutos tarde porque hay anuncios; la segunda, algo de la realización, que incluía, al parecer, primerísimos planos de la nuca de Edward Gardner, perlada de sudor, traqueotomías visuales de los cantantes o planos desde el escenario y hacia el público. Sin sentencias, esto es lo que hay: una vuelta de tuerca a la forma de entender y de grabar ópera en vivo.

 

Esta experiencia de nuestros vecinos ingleses sirve, ante todo, para plantearse si este boom que vive el mundo operístico en lo que a filmación y difusión se refiere tiene, realmente, un sentido. Si John Berry ha cambiado de opinión será por algo, ¿no? ¿Qué puede haber de malo en que un vecino de Glasgow pueda llevarse al colate el mejor Britten por 20 euros en primerísima fila?

 

En apariencia, nada. Pero resulta que, sin hablar explícitamente de lo mismo, el director polaco Krzysztof Warlikowski que hoy estrena Alceste en el Teatro Real de Madrid ha dejado en las páginas de ABC un titular con bastante miga en este sentido: «El que quiera escuchar música en mis óperas que se quede en casa y se ponga los cascos».

 

Aunque suene muy demoledor, en el cuerpo del texto descubrimos que a lo que Warlikowski se refiere es a las imágenes, consustanciales al teatro lírico, y a la idea de vida en los personajes. Sostiene que en un producto enlatado (un disco, lo cual podría ser extensible a un DVD) las voces podrán estar muy bien, pero los personajes ni respiran, ni caminan ni, en fin, viven. O sea que en mitad del boom de los vídeos y del simulcast, quizás lo que Berry decía en su día y la corresponsal del Guardian acusaba era la falta de vida que Peter Grimes adquiere cuando lo tienes ahí, a cinco, a diez o a cuarenta metros, pero bajo tu mismo techo. Cuando lo ves y lo oyes, pero también, dice Warlikowski, cuando está vivo.

 

Habría que meterse, pues, a reflexionar sobre si es posible capturar esa vida (que no tiene nada que ver con el full HD o las grabaciones tridimensionales o el Dolby Surround) fuera del aroma a teatro, en un sitio tan frío como unos multicines. La mayoría tiene claro que no, pero hay una minoría agradecida que quiere esa opción, que reclama ese privilegio (como ver las óperas del Met en los cines de tu pueblo) y que, en fin, motiva a otros pocos a buscar la enésima revolución en este mundillo. Quizás lo que hoy parece imposible, y que no pocos creen que nunca ocurrirá, llegue a suceder. Si las cosas han cambiado tanto en los últimos 30 años… ¿Qué podría evitar que ocurriese en los próximos 30? La única respuesta es que sea imposible. E imposible, dicen, no hay nada.

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