Home Mientras tanto Pantagruélico

Pantagruélico

Parrilla del bar Susí, en el polígono Sepes de Cuenca

 

Cuenca, 24 de febrero de 2024 

Sábado frío, incluso amenazando nieve. A primera hora de la mañana, saco mi coche del garaje y me dirijo, cruzando el centro urbano de Cuenca, al polígono industrial Sepes, situado a tres kilómetros tomando la carretera de Motilla. Voy a que me reparen un pequeño bollo en el coche en el taller mecánico Garsauto. ¡Qué curiosa construcción del nombre!  Generado a partir de «Hijos de Antonio García», llevando la ese, como marca del plural, en el interior de la palabra identificativa de la empresa.

Tengo que aguardar un poco a que abran el taller. Al cabo de un ratito aparece el jefe de taller, al que le doy las llaves y dejo trabajando, mientras yo me dirijo a un bar que me indica, a unos 200 metros, para esperar que acabe la faena tomando café. Encima de la puerta el letrero: Bar Restaurante Susi. Ya dentro, me percato que en la servilleta impresa, embutida en el servilletero, pone Susí. Detrás de la barra, dos hacendosas camareras, una de ellas alimentando la brasas de la parrilla con carne de varios tipos. A la otra le pido un café con leche y, una vez servido, agarro la taza y me siento, con mis dos libros.

Pero antes de leer, observo el panorama. En dos grandes pantallas de televisión,  emitiendo en silencio, un programa retrospectivo de Antena 3, donde salen Constantino Romero, vestido de cosaco, y Jesús Hermida bailando junto a un negro; periodistas ya fallecidos hace bastante tiempo. Hay poca gente todavía (no son las diez), pero los que están se sientan ante unos buenos platos de carne sangrante y unas frascas de vino tinto o tercios de cerveza. Cafés, algunos, pero para acompañar a la carne. No se ve ninguna tostada, más propia de la hora.

Decido abrir el libro: El porvenir de una ilusión. La religión es la neurosis universal, de Sigmund Freud. A la espera, que no abriré, un tomo de autobiografías de Rosa Chacel. Se oye un poquito del trancurso de las conversaciones, sin distinguirse lo que dicen, pero que no estorba, en absoluto, a la lectura. Disfruto con las aserciones de Freud: «Cada individuo es virtualmente un enemigo de la civilización, a pesar de tener que reconocer su general interés humano. Se da, en efecto, el hecho singular de que los hombres, no obstante, al serles imposible existir en el aislamiento, sienten como un peso intolerable los sacrificios que la civilización les impone para hacer posible la vida en común.»

El bar se va llenando y el murmullo de las voces arrecia, convirtiéndose, a medida que corren los minutos, en un rumor vivaz que, a pesar de su notoria sonoridad, no me resulta nada molesto  y hasta lo siento animado de un agradable, tenaz compás. Compás que, como fondo, no sé por qué, hace fluir espléndidamente la sugerente escritura del padre del psicoanálisis: «Cayo es un mísero plebeyo agobiado por los tributos y las prestaciones personales, pero es también un romano, y participa como tal en la magna empresa de dominar a otras naciones e imponerles leyes.»

Miro el reloj. Me queda un rato para acercarme de nuevo al taller y recoger el coche. Voy al servicio y a la barra a por otro café. Entonces me doy cuenta de lo que se consume. Las mesas saturadas de platos grasos: rotundos huevos fritos cercados por abundantes patatas fritas, torreznos, trozos de hígado y otras variopintas vísceras colmando las bandejas generosas, pirámides de ensalada mezcladas con plurales y rutilantes ingredientes, rodajas de tomate aliñadas copiosamente con ajos. Bebida alcohólica en abundancia. Todo un conjunto pantagruélico, vaya.

Ya me tienen el coche. Me han arreglado la abolladura con pulcritud. Luis, jefe de taller, me aconseja una revisión de los filtros de combustible y aceite, así como un repaso a los frenos. Quedo con él para un próximo día y le pregunto del porqué de ese llenazo en el bar y de esas ingestas descomunales. Me dice que pasa los sábados. La gente llega temprano, se atiborra y ya no almuerza. Éste es el almuerzo castizo. Pago la avería, salgo del taller y arranco el coche. En Cuenca ha empezado a nevar. La mañana ha merecido la pena.

Salir de la versión móvil