Como los fantasmas, aparecen y desaparecen. Otras veces se quedan a vivir con nosotros, para satisfacción de sus promotores. Suelen ser modas pasajeras procedentes del inglés. Casi nunca vocablos oportunos por no existir en castellano –aunque algunos hay–, sino muy a menudo términos innecesarios y que no aportan ninguna riqueza léxica; a mayores, a veces hacen lo contrario: aportan oscuridad, y a fin de cuentas, lo que denotan es la ignorancia que pretende pasar por sofisticación.
Los promotores son esas personas que ignoran o no quieren decir “acosar” u “hostigar”, por eso dicen mobbing (que al poco ya se ha convertido en mubin); o “venirse abajo”, “derrumbarse” o “desplome”, y pescan al vuelo “colapso” del inglés colapse, que en castellano tiene otros significados muy concretos, relacionados con la idea de atasco, obstrucción. La lista es interminable y yo me puedo poner muy pesada, así que paso a las novedades.
El último “fantasma” que recorre los medios es la palabra foodies (del inglés food, comida), que serían las personas aficionadas a la cocina, es decir, para empezar…cocinillas. Pero hay periodistas –o así– que han recogido alborozados el palabro nuevo; ¡queda tan fashion! (otro). En una semana más o menos he recogido varios ejemplos, que paso a exponerles.
En la Guía del Ocio de esta semana, amplio reportaje titulado Hoy cocino yo. En la entradilla: “Cursos y talleres proliferan para cumplir el sueño de los foodies con espíritu de cocinillas. (…)” Publicidad en TP: ¡Apúntate a la nueva pasión foodie! Portada de Elle gourmet: “London cool, la ruta foodie del cocinero”. La revista BuenaVida, de El País también se une a la fiesta dedicando media página a los cuadernos Garabatos para foodies y Garabatos para fashionistas.
Hace falta padecer una buena dosis de papanatismo para embarcarse en estas prácticas. Recuerdo que antes vivíamos –al menos yo– en un mundo sin cristales swarovski. De la noche a la mañana empezamos a ver y oír publicidad en la que se mencionaba como gran valor de unos pendientes, una pulsera o un reloj el hecho de que tuvieran esos cristales. Nadie sabíamos qué eran exactamente, cuál era su valor, de dónde salían. Pero pasaron a formar parte del argumentario de prestigio en el mundo comercial. “Es que tienen cristales swarovski”, te dicen con reverencia. Ah, bueno.
Hace poco me regalaron un bolígrafo con el capuchón lleno de cristales swarovski. Desde luego el boli escribe muy bien, pero a veces, cuando miro los cristalitos pienso: si no tienen ningún valor especial, menudo timo consentido por multitudes de papanatas, y si lo tienen, ¿qué hago yo aquí mirando en vez de sacar los cristalitos y correr a venderlos?