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Para escribir hay que saber mirar

 

Para saber pintar hay que saber mirar. Caímos en la cuenta de ello en el Museo Picasso de Málaga. Allí, una de las primeras cosas que se pueden ver es un vídeo con el artista dibujando mujeres, pájaros, toros. No lo cronometramos, pero no dura más de un par de minutos. Aunque estuvimos muchos más delante. La gente pasaba de largo y nosotros permanecíamos allí, entusiasmados, fascinados. Y pensando. No sólo porque Picasso sale simpático y transmite muy buen rollo. Sobre todo porque hace sencillo, fácil, lo que a nosotros nos parece complicadísimo. Nunca hemos sabido dibujar. Nos pusimos a pensar que, quizás, si no sabemos dibujar, pintar, es porque no sabemos mirar, porque no sabemos reducir la realidad a sus formas más sencillas, hacer una síntesis de las líneas fundamentales. Como con los textos, con las conversaciones o los discursos. Quedarnos con la esencia. Con las ideas principales. Las fundamentales para tener la sensación de que nos hemos hecho una idea del conjunto. ¿Por qué lo podemos hacer con los conceptos y no con las formas? Puede tener que ver con la ansiedad. O con la falta de desarrollo de ciertas zonas del cerebro.

 

Quedarse con lo fundamental y limitarse a reproducir no es la única manera de hacer arte o, mejor, de extraer la verdad de las cosas. Unas horas antes habíamos estado en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, que acoge una exposición temporal sobre las instalaciones de Marina Abramovic. Y vimos otra forma de hacerlo: la experimentación, la recreación de los sentimientos en un ambiente que casi puede considerarse un laboratorio, forzándolas casi hasta el extremo. El dolor, la incomprensión, la soledad, la pena, la melancolía, la furia… son todas recreadas por el arte de Abramovic. Son sensaciones artificiales, porque son construidas, porque no surgen naturalmente, porque sus causas son mentira, pero, pese a todo, se convierten en muy reales. O se perciben como tales. De hecho, en ningún momento tenemos la sensación de que Abramovic nos engaña.

 

Picasso reproduce la realidad. Abramovic la provoca, la crea, experimenta con ella, la manipula, añadiéndole o restándole intensidad, alargando o reduciendo su duración.

 

Picasso y Abramovic muestran, en realidad, el eterno dilema con el que también se enfrentan el sociólogo y el periodista en el desempeño de sus profesiones. En teoría, deben reproducir la realidad, uno, narrándola, el otro, sacando estadísticas sobre el comportamiento humano en sociedad. Pero tanto uno como otro tienen que superar la tentación de forzarla para que ésta responda a sus prejuicios, a su esquema mental previo. El sociólogo funcionalista y el crítico muestran realidades diferentes con la misma materia prima. Sacan conclusiones opuestas. Por ejemplo, sobre la desigualdad uno dice que es motor de la ambición y el cambio social, mientras que el otro, que se reproduce y se retroalimenta.

 

¿Significa esto que hemos sacado la conclusión de que, mientras Picasso refleja fielmente la realidad, Abramovic la fuerza y, por tanto, la falsea, o la exagera, o la manipula?, ¿podemos concluir que sólo hay dos tipos de periodistas, o de sociólogos, los buenos, los que se limitan a reproducir la realidad y los que la fabrican, los que recogen los datos y los manipulan para que den lugar a una “verdad” más acorde con sus prejuicios o, en el peor de los casos, con sus intereses?

 

 

En la disección está la clave

 

No son las dos únicas opciones. Y quien nos lo demostró fue el mismo Picasso. Porque no se quedó en el simple mirar para luego reproducir. Dio una vuelta de tuerca que también es una lección para el sociólogo y para el periodista. Picasso diseccionó la realidad. La descompuso, la dividió en sus mil y una perspectivas para que pudiéramos verla en toda su complejidad. Nos dibujó el toro, y la piel de toro, desde todos los puntos de vista posible. En un soporte de dos dimensiones fue capaz de mostrarnos no sólo la tercera dimensión, algo que era relativamente fácil y que ya habían hecho otros desde el siglo XV, sino también la cuarta, el paso del tiempo. La superposición de planos para crear figuras extrañísimas se convirtió en la mejor fotografía de la realidad.

 

Picasso fue neoclásico antes de ser el más moderno. Dominó las técnicas de los antiguos para romperlas, no por mera rebeldía, ni por su carácter ácrata a veces, sino para aportar mucho más. El peso de la perspectiva, de la teoría de la relatividad aplicada al análisis de la realidad, el constructivismo, ideas que iban ganando peso a medida que iba desarrollando su obra, fueron fundamentales. Las absorbió más y mejor que nadie, aunque ahora no lo valoremos porque ya todas formen parte de nosotros, de nuestra manera de ver la realidad. Pero, todavía, para ciertas disciplinas de las ciencias sociales, siguen ausentes, o han causado baja. Por el peso de los prejuicios y los intereses.

 

Y porque ni sabemos ni queremos mirar. No sabemos dibujar porque no nos fijamos en las líneas que componen la realidad. Porque no nos esforzamos en descubrir los trazos más simples que forman lo que nos rodea. No hacemos el esfuerzo de la síntesis, del resumen. Miramos sin ver o creyendo haber visto ya. O conocer lo que miramos.

 

 

El periodismo y el relato cubista

 

Escribimos mal porque no absorbemos picassianamente lo que nos rodea, no descomponemos la realidad en sus diferentes relatos, no descuartizamos los sucesos en sus diferentes perspectivas. Somos muy cómodos. Preferimos quedarnos con nuestra idea preconcebida y buscar datos y voces que lo corroboren. Cuando todos sabemos que un buen relato periodístico debe ser un cuadro cubista. Debe mostrar la realidad desde diferentes ángulos. Huyendo del dogma, aunque nos rompa los esquemas. El pecado es que salimos a la calle con prejuicios que nos impiden ver lo que sucede de verdad. Y que nos dedicamos a la simplificación, no a la síntesis, que es lo que define al cubismo. 

 

Un dibujo mal hecho se descubre antes que un relato parcial de las cosas, pero lo segundo es más grave.

 

Colgamos este post y nos encontramos con esta historia de Gabriela Wiener, que habla de Crónica y mirada, de que mirar es pensar. Aunque… ¿qué pensamos cuando miramos?, ¿buscamos lo que ya sabemos o nos dejamos sorprender por lo que tenemos delante? Si nos sucede lo que segundo es que nos hemos hecho viejos.

 

Pero a veces es imposible. Nos gustaría leer lo que verdaderamente cuenta Picasso en Sueño y mentira de Franco. Para ello, se tendría que desconocer la historia, la Guerra Civil, del golpe militar que acabó con la Segunda República, para enterarse por primera vez a través de los ojos del artista. Aunque siempre hay algo por descubrir. Aunque sea la Plaza de la Merced, donde descansa una estatua de Picasso a pocos metros de la casa en la que nació y, también, de un monumento al general Torrijos, liberal y defensor de la Constitución de 1812.

 

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