Es un hecho que existe lo que Beatriz Gimeno llama en su libro (La lactancia materna. Política e identidad) “un mandato de lactancia”. Basta entrar en Internet, o visitar el reparto de embarazadas o la consulta de pediatría de un hospital para comprobar que el discurso único, hoy en día, es el de la lactancia materna. “El pecho es mejor” es un mantra científico y popular, y esa combinación de ciencia y de sentido común lo hacen aspirante a ser hegemónico.
Pero el objetivo de este libro no es llevar la contraria, sino explicar cómo y por qué se ha forjado una identidad de maternidad intensiva en torno a la lactancia, entendiendo por ello, además de dar de mamar exclusivamente, hacerlo a demanda (y no con un horario), poner en práctica un apego madre/bebé en el porteo (al brazo, al pecho, a la espalda) y el colecho (en vez de cuna, durmiendo con la madre). Y todo esto por un tiempo muy prolongado, que puede llegar, en según qué aspectos, a los 6 años. Se entiende que se llame “maternidad intensiva” porque la madre, con este programa, poco más puede hacer. La pregunta es obvia: si las mujeres que hoy en día defienden esta maternidad fueron criadas muchas de ellas con leches maternizadas o de fórmula y no parece que su salud se haya visto afectada, si sus madres lucharon para introducirse en el mundo de los estudios, del trabajo y de la política, si las feministas de los años 70 pensaban que la reproducción tenía que ser socializada, ¿qué ha pasado? ¿Por qué la identidad de maternidad intensiva tiene todas las características de una identidad hegemónica? El alcance del libro es muy superior al de una crítica, lo que Gimeno expone sirve para entender cómo se forjan identidades y cuál es la relación entre las identidades y el mundo de la política.
Sin duda, hay que recurrir a la teoría foucaultiana como hace Gimeno para explicar la construcción de la identidad. Así que me permito utilizarlo a mi vez. Las relaciones de poder no son relaciones de dominación, dice Foucault: la dominación puede ser dura, pero deja intacto el territorio de la desobediencia. En cambio el poder consiste en conducir conductas, sin obligar externamente; la acción sobre una misma es muy eficaz cuando es una misma quien se conduce a sí misma, eligiendo un comportamiento que desea adoptar. La constitución de la subjetividad, la identidad, no es sino obediencia a una misma. Por eso, tantos pensadores han insistido en la idea de que la imaginación y el deseo son fundamentales en la construcción de identidades, y que sin ellos no pueden entenderse los cambios políticos o los movimientos sociales. Se ha llegado a hablar de “política del deseo” para designar que la hegemonía cultural es en primer lugar lo que hay que conseguir, si se pretende un cambio importante en la sociedad, un cambio revolucionario.
Beatriz Gimeno establece dos aspectos fundamentales de una identidad fuerte, como es la de la maternidad intensiva: combinar ciencia y transgresión. Por un lado, la verdad científica tiene un poder enorme en la conducción de conductas, es quizá el instrumento más poderoso para lograr la obediencia voluntaria. Foucault nos advirtió del poder de sumisión de la verdad. Y Arendt señaló que, en el territorio de las ciencias humanas, no debe tener cabida la verdad científica a riesgo de que, de lo contrario, la libertad peligre. Antes de seguir quiero aclarar que ninguno de los dos se refieren a la verdad de los hechos sino a la verdad de las teorías explicativas. Es un hecho que el SIDA se transmite por la lactancia y sería negacionista quien dijera lo contrario, pero es una teoría establecer que los bebés criados con apego y lactancia prolongada gozan de mejor salud que los que lo han hecho con leches de fórmula (Gimeno expone pormenorizadamente que no hay pruebas conclusivas al respecto, por lo que no se puede establecer como un hecho). Sin embargo, cuando son médicos, pediatras, y organizaciones mundiales las que afirman determinadas teorías, las refuerzan con su autoridad, para presentarlas al público a través de sus escritos divulgativos como si se tratara de verdades fácticas.
La bondad de la lactancia materna se ha convertido, a partir de los años 80, en una verdad incuestionable, en una evidencia de esas que pasan al sentido común, se instalan y parecen eternas. Los embarazos se han medicalizado y la infancia también: ginecólogos, matronas, enfermeras y pediatras son unánimes al afirmar las virtudes de la leche materna. Además se han publicado infinidad de estudios que intentan demostrar la cantidad de enfermedades que se evitan los bebés amamantados por la madre (desde las gastroenteritis, hasta las dermatitis, los problemas respiratorios, diferentes tipos de cáncer, infecciones de oídos). Algunos llegan a sostener que los bebés con lactancia materna tienen un mayor coeficiente intelectual. La proliferación de estos escritos está autorizada por las posiciones de la OMS y UNICEF. He leído con escándalo una declaración de la OMS, del 2010, en la que se dice textualmente que aun cuando el virus del SIDA se transmite por el embarazo y la lactancia, la lactancia natural “es uno de los factores más decisivos para mejorar la supervivencia del niño”; o la de UNICEF en la que se concluye que “las madres que amamantan contribuyen a que el país tenga niños más sanos, inteligentes y seguros de sí mismos”.
Así pues, los estudios médicos, con rarísimas excepciones, las revistas divulgativas, las instrucciones de los pediatras, la publicidad de los hospitales, todo lleva a la conclusión de que “el pecho es mejor”. Es una norma universal sostenida por la OMS y UNICEF. Y sin embargo, la sorpresa es que las partidarias de una maternidad intensiva se ven a sí mismas como transgresoras. Se sitúan como teniendo que combatir contra una sociedad que no da cabida a la práctica de la maternidad intensiva. Se consideran a sí mismas, militantes, guerreras, opositoras, cuando la norma, la única norma es dar de mamar. No hay información ni en las redes, ni en los libros de divulgación, ni en los diversos estudios acerca de otra opción diferente. ¿Por qué entonces la maternidad intensiva se plantea como trasgresora? Gimeno responde que no es atractivo estar dentro de la norma, de manera que hay que presentarse como resistentes y opositoras, lo que además ayuda al sentimiento de formar parte de una comunidad, un sentimiento fundamental desde el punto de vista de la identidad.
A partir de estos dos pilares -ciencia y transgresión- se tejen los demás elementos de esta identidad: es más natural, y por tanto ecológica, empodera los cuerpos de las mujeres que han sido tradicionalmente el lugar de la dominación masculina, propone una percepción de una misma como un yo activo que fabrica y elige su propia vida. Es feminista, ecologista, transgresora y científica. ¿Quién da más?
En la práctica ofrece también la autoconciencia, una versión siglo XXI de la autoconciencia: los blogs sobre lactancia materna, lo que se ha llamado “mamasfera”. Es un hecho que las mujeres que han dado a luz se sienten solas y aisladas en los primeros tiempos de crianza. En algunos países existen redes públicas de apoyo: enfermeras que te visitan a casa diariamente y te ayudan a manejarte con el bebé, guarderías o casas nido en las que puedes dejar al bebé por unas horas. Pero son casos excepcionales. Lo normal es que te las tengas que apañar con tus medios, con tu familia, rara vez con tus amigas a menos que ellas también sean madres. Las dudas, los sufrimientos, el malestar que se te manifiesta cuando deberías estar feliz y contenta, todo eso que las feministas tomaron en cuenta para montar los grupos de autoconciencia en los que las mujeres dejaran de encontrarse aisladas, hoy lo suple la red. Ahora bien, la mamasfera sostiene la opción de la lactancia materna, no sirve para otras experiencias.
Podría pensarse que, en efecto, ha triunfado la identidad fuerte de la maternidad intensiva. Pero si bien ha triunfado en el terreno de la prescripción, las mujeres están muy lejos de seguir este modelo. Los resultados en cuanto a la práctica de la lactancia materna son mediocres (Gimeno pone de manifiesto un elemento clasista: la maternidad intensiva triunfa entre las mujeres que pueden permitírsela). ¿Por qué preocuparse entonces?
Por un lado, porque la batalla no ha terminado, puede que la maternidad intensiva al presentarse como ecológica y feminista, al tener todos los elementos de una identidad fuerte, todavía tenga mucho recorrido. Y ese recorrido va paralelo al dominio del neoliberalismo en las políticas sociales: todos los elementos de políticas públicas de sostenimiento de la reproducción quedan arrinconados desde el momento en que se hace de la maternidad una experiencia de relación entre la madre y el bebé, sostenida por las redes de apoyo de la mamasfera. Todo lo que la esfera política pueda aportar para hacer la vida de las madres más llevadera será contestado desde la importancia del desarrollo saludable del bebé. La maternidad intensiva hace recaer sobre los hombros de las mujeres todo el proceso de crianza: las hace protagonistas, ellas desean este protagonismo y cualquier medida que pudiera situarlas un poco al margen es denostada como patriarcal (a modo de ejemplo, las encendidas discusiones en red sobre los permisos intransferibles).
Pero si algo es feminista es no permitir que la experiencia de las mujeres quede muda porque se ha establecido que ciertas decisiones contrarias a la maternidad intensiva son propias de malas madres. Y ese es el resultado de la identidad de maternidad intensiva apoyada masivamente en las redes: las mujeres que fracasan en los estándares que se han propuesto para ser unas buenas madres acaban sufriendo y en ocasiones sin entender por qué sufren. La maternidad intensiva pone la identidad maternal en el centro de la identidad femenina, clasifica a las madres en buenas madres y malas madres, impide entenderse a una misma, si no aceptas el discurso de la lactancia. Este libro rompe una lanza a favor de las madres que no quieren seguir este modelo.
Las madres lo hacen lo mejor que pueden. Y lo tienen que hacer siendo lo más felices posible. Hay que apoyarlas a todas: a las que se adaptan a la lactancia y a las que quieren que la lactancia se adapte a ellas; a las que dan de mamar y a las que no; a las que dando de mamar se piensan como un destino y a las que hacen un uso más laico de la lactancia; a las que deciden sacrificarse por el bebé y a las entusiastas de su trabajo que quieren por encima de todo conciliar. A las que piensan también en sí mismas y a las que no.