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Novela por entregasPara reflexionar con humor en estas fiestas

Para reflexionar con humor en estas fiestas

Remembranzas Por si tuvierais un rato libre en estos días… de vacare ad otium

El arte de la meditación

Bienvenidos a El arte de la meditación, módulo 1, sesión número 5, que tiene como título: “El amor en la meditación”. Este es un tema muy vasto y muy profundo dentro del budismo. Vamos a introducir la teoría y cómo desarrollar su práctica. El título nos da una pista: el amor en la meditación quiere decir que la meditación requiere acción, requiere trabajo: el amor es algo que se desarrolla. Desde el principio tenemos que tener esto claro, porque muchos de nosotros pensamos que el único amor genuino es el que surge espontánea e intuitivamente; pero vamos a descubrir que el amor se debe trabajar, se debe desarrollar y se debe cultivar.

El papel general del altruismo en el camino espiritual.

Podemos decir que la mitad del camino espiritual es amor. En el majayana el camino espiritual se define como la acumulación de mérito y sabiduría, y muchas veces los maestros explican que mérito quiere decir todo lo que es amor y compasión, todo lo que está inspirado por el altruismo. Podemos decir que la mitad, o por lo menos la mitad, del camino espiritual es el desarrollo y cultivo del amor.

Hay una frase muy potente de Shantideva en La práctica del bodhisattva,  que resume todo el camino espiritual: “Todo el sufrimiento viene de quererse a uno mismo más que a los demás”.

Todo el sufrimiento viene de quererse a uno mismo más que a los demás.

En el capítulo de la meditación, en la estrofa129, Shantideva dice: “Toda la felicidad de este mundo viene de desear la felicidad para los demás, todo el sufrimiento de este mundo viene de desear la propia felicidad”. Después, en la estrofa 130, explica: “¿Es necesaria una explicación más exhaustiva?”, queriendo decir: “¿Es necesario decir algo más?”. A esto añade: “Los seres pueriles -o sea, infantiles- buscan su propio beneficio; los Budas actúan para beneficiar a los demás. Observa lo que los diferencia”. Se trata de una manera de resumir todo lo que es vida, todo lo que es el camino espiritual, todo lo que nosotros recibimos y experimentamos en nuestra vida: cómo la felicidad, la alegría y la abundancia, surgen de preocuparnos por los demás, de atender a los demás. Al mismo tiempo, todo el sufrimiento, dolor, tristeza y fracaso que enfrentamos en la vida se debe a preocuparnos exclusivamente de nosotros, surge de pensar que nosotros somos más importantes que los demás. Y eso no es algo que se le ocurrió a Shantideva, eso es algo que dicen todos los maestros budistas y que de alguna manera es la ley dorada de todas las religiones, y algo que nosotros, por lo menos, queremos que sea cierto.

No sé si estamos cien por cien seguros, pero queremos que sea cierto y muchas veces intuimos que debe ser así. Pero tenemos un poquito de miedo a exponernos, a arriesgarnos. Como hemos dicho muchas veces, nuestra vida más que nada ha sido feliz, pero retenemos en alguna parte de nuestra cabeza o en el corazón algunas heridas de los golpes que hemos recibido, especialmente de cuando alguien nos ha tratado mal, cuando un amigo o alguien cercano nos ha traicionado. Nosotros nos abrimos, nos expusimos y fuimos traicionados; alguien se aprovechó de nosotros, alguien abusó de nuestra confianza; y esa herida aún no ha cicatrizado y nos duele en el subconsciente. Aunque no lo tenemos en mente muchas veces, duele. Y eso hace que carguemos una armadura muy pesada: el ego tiene todo un mecanismo de autodefensa para protegerse, para no ser abusado otra vez, para no ser engañado otra vez.

Este tema está relacionado con exponernos, con abrirnos, con confiar de nuevo en la buena voluntad de todos los seres, especialmente de la humanidad; con arriesgarnos a amar, arriesgarnos a ser generosos y dar el primer paso en perdonar, por ejemplo. Lo que define el camino espiritual, lo que define la vida, aparece relatado en un sutra, un sermón que dio el Buda.

En el tiempo del Buda había tres jóvenes: el hijo del rey -un príncipe-, el hijo de un ministro y el hijo de un mercader que estaban discutiendo sobre cuál era el propósito de la vida; cuál era aquella cosa, aquella cualidad, que garantizaba la felicidad. Estaban iniciándose en la vida y querían definir cuál era el propósito de esta. El hijo del mercader, por supuesto, apostaba por la riqueza: “Si eres rico tendrás los recursos adecuados: si enfermas, el mejor doctor; si hay una guerra, podrás escapar más pronto; pase lo que pase, si tú tienes riquezas, tendrás lo mejor de la vida y también personas que te puedan ayudar y asistir”. Pero los otros no quedaron convencidos; todos conocemos a muchas personas ricas que están muy amargadas, porque la riqueza no garantiza la felicidad; hay muchas cosas que no se pueden comprar con dinero. El hijo del ministro insistía en que la felicidad se logra siendo encantador; es decir, teniendo poder, atrayendo y manipulando a la gente, teniendo labia, etc. Si uno tiene un círculo de amistades importante, pase lo que pase, alguien le va a rescatar; lo más importante en la vida es tener amigos, saber conquistar amigos, porque eso es lo que nos va a ayudar. Los cambios que vengan de ahí afuera no importan, siempre vas a tener a alguien a tu lado. Eso defendía el hijo del ministro. Pero los otros tampoco quedaron muy convencidos porque conocían a personas con muchos amigos que, de repente, se quedaron solas; personas con mucho poder que, de repente, cayeron, quedaron destronadas. Por último, el hijo del rey proponía que lo más importante en la vida es la sabiduría. Si uno es inteligente, uno es sabio, vengan los cambios que vengan, va a poder discernir la situación, va a saber qué hacer y cómo navegar esas aguas. De nuevo los otros jóvenes tampoco estuvieron muy de acuerdo porque conocían a muchas personas que eran genios, pero que estaban muy tristes y algunas veces hasta se suicidaban.

No podían llegar a un acuerdo y estuvieron discutiendo, hasta que a uno se le ocurrió visitar al Buda: “Vamos a aclarar esto de una vez por todas, vamos a visitar al Buda, al ser iluminado, y le preguntaremos a ver quién tiene la razón”. Entonces, pidieron una audiencia al Buda, cada uno le expuso su parte y le pidieron al Buda que dijera quién tenía la razón, quién de ellos tres tenía la verdad. Y el Buda respondió: “Ninguno, ninguno de vosotros tiene la verdad, esas no son la causa de la felicidad”.

Y vosotros: ¿cuál pensáis que es la causa de la felicidad? Es algo muy simple que nos tenemos que preguntar y enseñar a nuestros hijos. Es algo que, en realidad, ya sabemos, especialmente los que han recibido enseñanzas budistas con anterioridad: el mérito, el karma positivo, es el paso anterior a la felicidad. Todo lo que se acerque a ti, sea felicidad física, bienestar mental, abundancia afuera, realizaciones espirituales; toda la felicidad en esta vida depende del mérito, del karma positivo, y está muy relacionado con el tema de hoy, porque el amor es la mejor manera de crear mérito.

Desarrolla mérito: “Un momento de meditación en amor es más meritorio que ofrecer universos de joyas a los Budas”- Buda.

Todo lo que podamos ofrecer, aunque sea muy abundante, millones y millones y millones de euros, siguen estando limitados, siguen siendo una cifra; pero el amor es infinito. El Buda expone que, si tratáramos de definir el mérito como el espacio, todo el espacio en el universo no sería suficiente para igualar el mérito que se crea con el amor. También es importante porque el amor está a un paso de la Verdad. Es decir, lo único que genera más mérito, más karma positivo, es una experiencia de sabiduría, conectarnos directamente con la verdad, la esencia de la mente. Por lo tanto, el amor está a un paso de esa verdad última.

Tenemos que entender que el mérito es el prerrequisito no solo para tener bienestar y felicidad en esta vida; en el camino espiritual es el prerrequisito para todo logro, para descubrir la verdad, para tener experiencias en meditación, para estar reunidos aquí hoy.  ¡Todo requiere mérito! Esto es algo que no se menciona mucho en Occidente, pero en Tíbet los maestros no paran de hablar de mérito. Es lo más importante, es la única manera de garantizar el éxito en nuestro camino espiritual, en nuestro desarrollo. Tenemos que acumular mérito de cualquier manera, tener una urgencia de crear mérito en nuestra vida diaria.

El papel específico del amor en la meditación.

El amor purifica la intención. Todos los manuales de meditación del budismo tibetano tienen las mismas etapas principales. Varían mucho en las técnicas, por supuesto, pero las etapas principales, las claves, son las mismas. Inicialmente, el camino meditativo es contemplativo: reflexionamos sobre ideas para cambiar nuestro enfoque, de un enfoque mundano a un enfoque espiritual. Luego, el segundo paso, es purificar la intención, el propósito, generando altruismo. Y todo empieza con el amor. Por lo tanto, antes de meditar seriamente, de tratar de transformar la mente, se trata de descubrir la esencia de la mente; es sumamente importante meditar en el amor para que el ego no se apodere del juego. Podemos estar haciendo todo lo correcto: los gestos, los mudras, los mantras, pertenecemos al club, tenemos el carnet, tenemos el corte de pelo; pero el ego se ha apoderado del camino espiritual: es materialismo espiritual y solo agranda, fortalece el ego en vez de disminuirlo.

El espectro del altruismo.

El altruismo se puede definir de diferentes maneras. En muchas tradiciones lo llaman, “el Gran Amor” y el budismo lo divide en cuatro aspectos. El primero es el amor bondadoso, que desea que todos los seres tengan felicidad. El segundo es la compasión, que desea liberar a todos los seres del sufrimiento. El tercero es el regocijo, que desea que todos los seres que ya están felices, permanezcan felices para siempre, que perdure esa felicidad. Y el último es la ecuanimidad, que significa ser imparcial, querer a todos por igual. Otra manera de entender lo que es el altruismo es una gama secuencial que empieza con la apreciación o dando las gracias por todo lo que hemos recibido en nuestra vida, especialmente de nuestros padres, y especialmente de nuestra madre. Eso debería generar en nosotros un sentido de estar endeudados, porque hemos recibido mucho cariño y muchos cuidados en nuestras vidas. Sin ello no habríamos sobrevivido, como dicen los maestros tibetanos, y eso nos lleva a querer devolver ese cariño, esa atención, ese cuidado. Ese es el comienzo del amor, es una manera de generar amor.

De ahí se pasa a la compasión, y de ahí los manuales nos llevan a lo que se llama la igualdad: reconocer la importancia de todos los seres. Tras esto viene el intercambio, que es lo que exige más: tener la capacidad de ponerse en la piel de otra persona y vernos a nosotros mismos, nuestro antiguo yo, pero ahora desde la perspectiva de otra persona. Relacionada con esta práctica está el “dar y tomar”: tomar todo lo negativo, el sufrimiento de otros seres, y dar todo lo positivo. Eso nos lleva a la perfección del altruismo que llamamos bodhichitta  o la mente o el corazón de la Iluminación. Todo comienza con el reconocimiento de todo el beneficio que hemos recibido de todos los seres; esto nos hace sentir endeudados, y queremos devolver ese amor. Queremos ayudar, beneficiar, alegrar, y eso nos lleva a darnos cuenta de que el mundo sufre, de que hay un gran llanto y queremos rescatar a esos seres.

Es importante darnos cuenta de que no solo nos estamos enfocando en lo que es el amor, la felicidad como resultado o el sufrimiento como resultado, sino que también atendemos a las causas: nos interesa capacitar a las personas para que sean autosuficientes, para que puedan lograr su propia felicidad. El propósito de todo esto es perfeccionar el altruismo, llegar a tener un corazón completamente puro, completamente sano.

El amor es indispensable para superar los apegos, que son las causas de las distracciones.

En otras palabras, el amor tiene un papel muy importante dentro del desarrollo espiritual, pero uno muy particular dentro de lo que es la meditación, ya que el obstáculo principal en la meditación es estar distraído. Tenemos que reconocer que la distracción surge de un apego, de estar adictos, enganchados, apegados a algo. No solo nos enganchamos a un objeto, un químico; también puede ser a una idea, a un proyecto, a algo que nos fascina, que captura nuestra imaginación.

El enfoque clásico que habéis escuchado muchas veces, especialmente del primer ciclo del budismo, es neutralizar la distorsión de estar enfadado con algo, o de estar enamorado de algo; neutralizar esa distorsión, esa exageración, con un antídoto. Por ejemplo: si tienes una adicción a los cigarros, para neutralizar esa adicción es bueno contemplar el cáncer. Hoy en día la caja de cigarros te ayuda, que ahora tiene una foto cada vez más grande del cáncer.  A mí me impactó una vez, cuando fui a un museo de Nueva York que tenía una exposición llamada El cuerpo, en donde tienen cuerpos humanos a los que mediante un proceso les quitan el líquido, el agua, y lo van restaurando con algo similar a un plástico y queda el cuerpo intacto: un cuerpo humano de plástico, que se puede cortar de diferentes formas. Es muy interesante ver quiénes somos realmente, de qué está compuesto el cuerpo. Caminar por ese museo es como una meditación sobre la impermanencia. Recuerdo un niño de cinco años que estaba caminando con sus padres y les preguntó: “Al final, ¿eso es lo único que somos?”. Había una sala con una exposición en donde tenían los órganos enfermos y tenían un pulmón sano y el pulmón de un fumador, lleno de alquitrán, negro, muy, muy feo.

La manera clásica de neutralizar esas distorsiones que tenemos, o de neutralizar el estar enganchados a algo, o estar enfadados y crear rechazo, aversión hacia otro, es generar un antídoto y contemplarlo; es decir, trabajar con lo opuesto para crear equilibrio. Esa es la forma clásica de hacerlo. Esto lo da el contexto, porque todo problema que surge en nuestra vida surge por tres cosas: 1) cercanía al objeto, 2) mala interpretación del objeto y 3) patrones habituales. Si uno piensa que, por ejemplo, el alcohol da felicidad, que le va a ayudar a aliviar sus males, es una mala interpretación del objeto. Y si hay cercanía, si estás cerca, si puedes acceder con facilidad y hay un patrón, una costumbre a beber, entonces ocurre. El enfoque clásico para evitarlo es crear distancia con ese objeto, que son los votos: hasta que uno no supere, no tenga cierta fortaleza, temporalmente se aleja. Es el consejo que les dan a los alcohólicos: “No frecuentes los bares, no frecuentes a tus viejos amigos hasta crecer, hasta fortalecerte”. Y hay una última fórmula clásica que contempla lo que es el verdadero objeto para evitar tener una idea distorsionada, una interpretación equivocada del objeto.

Pero en el majayana se usa el amor. ¿Sabéis por qué?  El ego produce egoísmo y, una vez que hay egoísmo, el mundo ahí afuera se divide en tres categorías: las cosas buenas, atractivas, lindas; las cosas malas, feas, que me amenazan; y las neutrales. Y esos tres objetos provocan en nosotros reacciones, emociones. Las cosas buenas y atractivas las queremos poseer, retenerlas;las cosas feas y personas que nos critican queremos rechazarlas, nos generan aversión, enfado, hasta violencia; y las cosas neutrales las descartamos, las ignoramos, mostramos indiferencia hacia ellas. El amor va a la raíz del problema, neutraliza el egoísmo, la exagerada preocupación por nuestro bienestar y, de repente, en el mundo dejan de existir estos tres tipos de objetos. Por supuesto, hay cosas que preferimos y hay cosas que no preferimos, pero se detiene el juicio categórico que nos lleva a pensar: esto es malo, esto es bueno, esta persona es diabólica, esta persona es una santa. Una vez que trabajamos con el amor y desarrollamos más altruismo, disminuye el egoísmo y por lo tanto se anula en nosotros la necesidad de distorsionar de esta manera exagerada, categórica: esto es malo para siempre, esto es bueno para siempre. De esta forma estamos yendo a la raíz, eliminando el problema de todas las distracciones. Por eso, en el majayana, antes de tratar de enfocar la mente, cultivar el estado meditativo y la calma mental, es bueno desarrollar amor y compasión para eliminar la raíz de todos los apegos y la raíz, por tanto, de todas las distracciones.

El amor abre la puerta hacia la adquisición de sabiduría.

Al neutralizar el egoísmo, dejamos al ego desprotegido, completamente expuesto. Hoy en día no podemos analizar quiénes somos: apenas nos acercamos al ego empiezan a salir de él robots, ametralladoras y todo tipo de defensas para protegerse. Somos muy creativos para escondernos, taparnos y ponernos máscaras. El trabajo con el amor y la compasión va a dejar al ego completamente desnudo. No se va a poder esconder detrás de nada, y así vamos a tener acceso a explorarlo, a analizar quiénes somos realmente y cuál es la esencia de la mente.

¿Amor o amores? ¿Amor o apego?

El amor en el camino espiritual tiene otra definición: su uso diario ya no basta, tenemos que encontrar una definición más profunda. Una manera podría ser, simplemente: “El deseo de que todos los seres sean felices y tengan las causas de la felicidad”. La palabra “causas” hay que subrayarla, es muy importante. No solo estamos interesados en que la personas esté sana, feliz, contenta;  además queremos que esa persona esté dotada de todos los recursos para que busque, logre, conquiste y retenga su propia felicidad. Esto es lo que nos interesa: que las personas tengan inteligencia, sabiduría, karma positivo y que estén libres de toda negatividad, de todo trauma y de todo miedo.

También debemos subrayar esta palabra, “deseo”. El amor es un deseo, es algo interno; estamos, de alguna manera, comprometiéndonos, declarándonos. Esto es importante, porque muchas veces confundimos amor con acción, con cómo se manifiesta el amor, cuál es el gesto del amor. Tenemos que distinguir entre qué es amoroso y qué es amor. Porque el amor tiene que estar combinado con la sabiduría, permanecer libre para poder acomodarse a la situación. Si la situación demanda una patada en el trasero, o un grito, o un susto, eso puede ser amor. El amor no siempre es abrazos y caricias; estamos interesados en que esa persona tenga felicidad no hoy, ¡siempre! No estamos tratando de que esa persona esté cómoda, darle simplemente un masaje; queremos que esa persona tenga felicidad genuina e independiente a largo plazo. Es muy importante tener clara esta distinción.

En la generosidad, en la paciencia, en la conducta, siempre que hablamos de una cualidad espiritual, estamos hablando de una disposición interna que se puede manifestar en una situación u otra de una manera muy diferente. Y se debe manifestar de una manera diferente, ya que cada persona es diferente.  El ejemplo que doy siempre es el de un niño que está jugando con un cuchillo, algo muy peligroso: se puede hacer daño a sí mismo, puede quitarle la cola al gato, ¡yo qué sé! Entonces hay que asustarle, hay que gritarle; depende de la situación. Podéis imaginar una situación en que uno tiene que ser amenazador y subir la voz y gritar, o hasta pegar; pero eso no quiere decir que uno es violento; solo que esasituación requería esa acción. Tengo un primo que hace muchos años, cuando era pequeñito, le gustaba jugar con cerillas, e incendió dos casas, quemó dos casas pequeñas, como cabañas de madera. Su padre estaba muy enfadado y le puso las manos en el fuego: “¿Quieres jugar con el fuego? Aquí tienes fuego”. Y de ahí en adelante nunca más tocó el fuego. Tenemos que tener cuidado: dentro es necesario estar motivados por el amor, la paciencia, la bondad, y fuera actuar según lo que esa persona necesite. Vamos a descubrir que muchas veces el amor es silencio: no podemos introducirnos en la vida de alguien por la fuerza; tenemos que esperar a que esa persona nos invite a su vida con una pregunta y a lo mejor, de una manera muy delicada, muy suave, podemos sugerir algo.

El amor es el deseo de que todos los seres sean felices.

A largo plazo, cuanto más tiempo incluimos, más profundo es el amor, más sabiduría tiene. Y tiene, por lo menos, dos cualidades. La primera es ser imparcial, sin discriminar entre seres.

Imparcial: sin discriminar a seres.

Hoy en día somos muy parciales: a los que forman parte de nuestro equipo los defendemos a toda costa y no vemos muchas cosas que hacen, como por ejemplo nuestra familia y amigos. Sin embargo, con otra persona que no sea parte de nuestro círculo, apenas hace un gesto, un detalle, ya nos enfadamos. Pero nuestro amigo puede estar dándole patadas a gatitos o a perros que le perdonamos. Un maestro una vez dijo algo muy interesante: “Si quieres saber si alguien es tu verdadero amigo no te enfoques tanto en cómo te trata a ti sino en cómo trata al camarero o a la camarera”. Es decir, cómo trata a alguien que realmente no le importa, con quien no tiene una conexión. Eso es muy importante; ahí conocemos realmente a las personas.

Desinteresado: no pide nada a cambio ni tiene expectativas.

El amor no pide nada a cambio, ni tiene expectativas. Esto es otra manera de decir que debe ser incondicional, sin condiciones, especialmente sin la expectativa de que yo voy a ganar, de que yo de alguna manera me voy a beneficiar. Este, a lo mejor, es el factor clave que lo define: si hay ego el amor se convierte en apego; si hay ego la compasión se convierte en pena, en tristeza. Si hay amor genuino nos importa la felicidad de la otra persona; si hay ego nos importa qué felicidad nos puede dar esa persona. Tenemos que estar cien por cien dedicados al bien del otro, sin esperar nada a cambio.

 

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